No hay duda de que estamos viviendo una época en la que el fenómeno del “desarrollo personal” crece de forma exponencial: cursos, talleres, charlas, grupos, libros, técnicas, terapias… La multiplicación de estos recursos es abrumadora y a la vez confusa, pues, en cierto modo, todo parece ser susceptible de desarrollo personal.
En primer lugar surge la pregunta ¿a qué se debe esta explosión cultural en torno al desarrollo personal? Sin duda tiene que ver con la desaparición de las sociedades tradicionales y el predominio del individualismo, pero no sólo eso.
En el trasfondo de este movimiento late de fondo una aspiración noble: que el ser humano vive en un estado ordinario de confinamiento mental, como “olvidado” de sí mismo, pero que puede explorar muchas dimensiones ignoradas de su ser: su afectividad, su sexualidad, su creatividad, su espiritualidad, su expresividad, etc. El ser humano es multidimensional y quiere explorar el alcance que tiene todos estos planos de experiencia.
El paulatino debilitamiento de la ortodoxia religiosa está liberando un espacio sin precedentes en el que poder explorar aspectos más auténticos de nosotros mismos, sin tanto miedo al qué dirán, sin la sensación de culpa por ser diferente. Ahora podemos indagar y expresar nuestros pensamientos, sentimientos, gustos, preferencias, normas de vida, etc. con mucha más libertad que antes.
El fenómeno del desarrollo personal nació en EEUU hacia los años 60 y no ha parado de crecer desde entonces. Hoy nos llega bajo este mismo paraguas una cantidad de enfoques, propuestas y metodologías tan diversas que parece que todo vale, o que la expresión tiene un significado más bien vago. Expresar la rabia, estar en silencio, bailar sin reglas o realizar posturas yóguicas pueden entrar dentro del mismo término de “desarrollo personal”. ¿Qué significa entonces?
La dificultad de entender esto aumenta cuando además los individuos que buscan el “desarrollo personal” refuerzan un sentido de superioridad, haciendo alarde de haberse formado en tal o cual disciplina, de dominar tal o cual técnica, o de llevar tantos años practicando tal o cual corriente, tradición o metodología. Esto fomenta muchas veces un narcisismo en torno a “cuánto años llevo en esto y cuánto me he superado a mí mismo”. Esta es una de las principales trampas del “mejoramiento del yo”, y que torna muy ambigua la expresión “desarrollo personal”: “¡Mirad qué creativo soy!”, o “¡Qué espontáneo soy!”, o “¡Qué espiritual soy!”, o “¡Qué diferente soy!” ...
Más que dicho “mejoramiento del yo”, el desarrollo real consiste en despojarse de las barreras de la “persona”, si atendemos al origen etimológico que relaciona la “persona” con la máscara, con aquello tras lo cual nos ocultamos, incluido ese yo tan orgulloso de llevar tantos años “mejorando”.
El desarrollo real no viene tanto del “qué” de la técnica, sino del fenómeno transformador que experimentamos. Una señal inequívoca de que esto ha sucedido es que nuestra propia historia personal, particularmente sus aspectos dramáticos, pierden importancia y se desvanecen. En cierto modo, hay un olvido de sí mismo, pero es un olvido tan sólo de los dramas atávicos que durante años hemos estado alimentando y padeciendo, y que llamábamos “personalidad”. Es el olvido de la historia trágica que nos hemos contado y creído a lo largo de nuestra vida. El olvido de las preocupaciones inútiles, los miedos recurrentes, los apegos obsesivos, las inquietudes superficiales.
¿Qué queda entonces? Un ser real, vulnerable, vivo y sin máscaras. Otra señal de que ha operado un crecimiento real es que el individuo, olvidadas ya sus viejas historias melodramáticas, se abre hacia los demás, se abre a la vida. Empieza entonces la posibilidad de tener vínculos y compromisos más reales. Podemos ver al otro con más objetividad, es decir, sin juicio y sin exigencias, porque podemos ver que sus dificultades, como las nuestras, tienen una historia detrás que les da vida.
Sin duda hay un lugar legítimo para el crecimiento y el desarrollo, pero éste opera más por el despojo de lo falso que por la “adquisición” de cualidades nuevas. Dichas cualidades, más que adquirirlas, ya estaban latentes en nosotros y ahora permitimos que florezcan.
Los seres humanos tenemos la peculiaridad de que somos susceptibles de mucho desarrollo y transformaciones, y ahora estamos viviendo una época única en cuanto a la posibilidad de explorar a fondo esta realidad, pero de nosotros depende asumirlo, y también qué tipo de desarrollo queremos: si es uno que alimente el ego o no.
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