El mejor favor que el obispo emérito Juan Antonio Reig Pla podría hacer a la Iglesia es rezar y mantener la boca cerrada hasta que Dios decida llevárselo con él. Si ha habido un prelado en nuestro país capaz de meterse en casi todos los charcos, ese ha sido, en los últimos años, el que fuera obispo de la diócesis de Cartagena entre 2005 y 2009.
Reig Pla abandonó la Región de Murcia cuando se enfrentó en 2008 al presidente de la Universidad Católica San Antonio (UCAM), José Luis Mendoza, por la titularidad de esta institución académica. Desde el Vaticano lo desautorizaron sin contemplaciones, a pesar de que el obispo llevó el caso a los tribunales. El papa Benedicto XVI, del que Mendoza estuvo muy cercano, zanjó la disputa a través de su expeditivo número dos, Tarcisio Bertone.
En 2022, el papa Francisco aceptó la jubilación de Reig Pla como un alivio. No puso pega alguna y esta se gestionó con una celeridad poco habitual en estos casos. El arzobispo de Alcalá de Henares tenía 75 años y acababa así su labor pastoral en un destino al que llegó en 2009 procedente de la Región.
Reig Pla ya habló en 2013 de que había ideologías que se introducían en los colegios para convertir a sus alumnos en homosexuales. Dos años después, expuso un peculiar sistema de detección para curar “las depravaciones” de los niños gays. En 2018, culpó a los anticonceptivos de la infidelidad conyugal. En 2019, propuso que sus terapeutas asistieran a los pedófilos. Y en 2021 acusó al Gobierno de convertir España en un campo de exterminio con la llegada de la eutanasia. Son solo algunas de las perlas cultivadas de este singular obispo, quien acaba de redondear la faena asegurando en una reciente homilía que la discapacidad es herencia del pecado y del desorden de la naturaleza.
Cuando hace tres años Reig Pla fue jubilado de sus funciones por el papa Francisco, el obispo emitió un comunicado en el que pedía perdón por los errores cometidos en todos estos años. Parecía que, de alguna, forma, reconocía sus reiterados desbarres. Craso error. El pasado 11 de mayo, en la Basílica de la Anunciación de Alba de Tormes, en Salamanca, el obispo emérito volvió a enseñar la patita durante otra de sus homilías. Una dirigente de Asprodes que estaba allí confesó que no daba crédito a las palabras que escuchó. Su asociación emitió el pasado 19 de mayo una nota contra esta declaración “profundamente ofensiva, estigmatizante y completamente alejada del modelo de sociedad inclusiva”.
Quizá sería conveniente que alguien, desde la Conferencia Episcopal, diera un toque de atención al obispo Reig Pla y lo conminara a controlar su probada incontinencia verbal. No vaya a ser que el paso siguiente sea, como en Francia ocurriera con el cismático obispo Lefebvre, que haya que excomulgarlo, después de que abominara del Concilio Vaticano II y en sus homilías dijera disparates tales como que no se podía dialogar con los comunistas porque nunca se dialoga con el diablo.
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