Inseguridad, presiones y comisiones abusivas en la industria del sexo: “Las explotan porque nadie lo impide”
24 horas de disponibilidad sin descanso, dificultad para salir del espacio de trabajo por asuntos personales, imposibilidad de elegir o rechazar clientes, presión para realizar sexo oral sin preservativo, o para consumir o vender tóxicos, comisiones abusivas de hasta el 50% de lo abonado por el cliente, malas condiciones de higiene o hacinamiento, o incluso el pago de una tasa para poder cambiar las sábanas entre servicio y servicio.
Son algunas de las dificultades y formas de explotación laboral con las que se encuentran en su día a día las trabajadoras del sexo según la investigación 'La explotación en la industria del sexo contada por sus protagonistas', que analiza los testimonios de 49 mujeres empleadas en clubes, pisos, salones de masaje o agencias; en concreto, se visitaron 11 clubes y un chalet ubicados en Albacete, Almería, Alicante y Murcia. Y se encuestó, además, a camareras, encargadas, personal de limpieza, la fotógrafa de una agencia, un distribuidor de drogas, dos propietarios de pisos y el empresario de un club.
La investigación, promovida por el Comité de Apoyo a las Trabajadoras del Sexo (CATS), concluye que la ausencia de derechos laborales de las trabajadoras sexuales, al no ser reconocida la actividad como trabajo, y la imposibilidad de acogerse al marco mínimo de derechos incluidos en el Estatuto de los Trabajadores “hace que los empresarios (y empresarias) de la industria del sexo sean quienes imponen sus condiciones de trabajo, que con demasiada frecuencia son abusivas”.
Desde CATS insisten en hablar de la explotación laboral en el trabajo sexual: “Hay quien entiende que toda la prostitución es explotación sexual. Es un término demasiado ambiguo. A menudo se utiliza para señalar distintas realidades como son la prostitución forzosa o coactiva, la trata, la explotación laboral o incluso la prostitución en general”, señala Fuensanta Gual, presidenta de CATS y responsable del estudio.
Entre las entrevistadas había mujeres de entre 22 y 57 años de más de una decena de nacionalidades, aunque la mayoría (un 80%) eran extranjeras, más de un 60% en situación regular, más de la mitad madres y un 24% con estudios superiores, mientras que el 8% tenían un grado superior (educación técnica o profesional), un 24%, bachillerato, un 36% educación básica y un 8% primaria.
Trabajar para terceros: una elección
El estudio revela “múltiples motivos” por los que algunas trabajadoras del sexo prefieren trabajar para terceros, como son “la menor inversión económica, la gestión de la publicidad y la negociación con los clientes”.
Asimismo, se constata que “no todos los lugares de prostitución por cuenta ajena conllevan explotación, ni el grado de explotación es el mismo en todos”. Algo que corrobora Teresa [nombre ficticio], trabajadora sexual y miembro del sindicato Organización de Trabajadoras Sexuales (OTRAS): “He encontrado las mismas prácticas abusivas que puede haber en cualquier otro trabajo. Antes de ser trabajadora del sexo he sido camarera de piso, he trabajado en hostelería, y he tenido problemas similares, como horas sin pagar”.
Sin embargo, añade el informe, al pertenecer a la economía informal, las normas de trabajo las impone el dueño o dueña del negocio: “En el trabajo a terceros explotan a las trabajadoras del sexo porque pueden, porque nadie se lo impide. Imponen sus normas y su criterio”, abunda Gual.
Las trabajadoras sexuales, por tanto, -apuntan en la investigación- tienen que aceptar condiciones de explotación si quieren trabajar en un local. Pero estos abusos, “muy frecuentes en mayor o menor grado, quedan totalmente impunes y las mujeres no pueden hacer otra cosa que irse a otro lugar donde las condiciones sean mejores”.
En este sentido, “la explotación suele ser mucho menor en aquellos lugares que son dirigidos por una prostituta o ex prostituta”.
Los clubes: el papel de la huésped
Los clubes, al ser lugares abiertos al público y recibir inspecciones policiales frecuentes, se han convertido -señala el informe- en una especie de hoteles y las trabajadoras sexuales en huéspedes, “que pagan por alojamiento y comida, y tienen acceso al bar para captar clientes”. De esta manera es un negocio “legal” para el empresariado: “Es una manera que tienen los grandes clubes de cubrirse las espaldas si llega la policía. Es una forma de esconderse, sigue habiendo desprotección para las trabajadoras. Al final esto es una forma más de no reconocerlas como trabajadoras”, observa Gual.
“Lo bueno es que si hay una redada, no supone para la trabajadora del sexo una expulsión inmediata, por ejemplo. Es un arma de doble filo”, señala Teresa.
Xabier, encargado de un club, detalla la forma en la que funciona este modelo de negocio: “Las chicas llegan, se registran como huéspedes y tienen una pensión en la que está incluida la comida, el desayuno, la cena… Solo que nosotros, a veces por facilitarles, en caso de que la chica no tenga dinero no le cobramos”.
“Si no trabajan, por ejemplo, se les cobra 20 € por la comida, la cena, el desayuno, los servicios. Si trabajan en el primer pase, solamente se les cobra 25 €. Y si trabajan una hora entera o más, 50 €”, añade Lucas, empresario de un club.
En algunos, como el club donde trabaja Roxana como personal de limpieza, las trabajadoras sexuales tienen habitaciones diferenciadas para vivir y para trabajar: “Porque ellas tienen su habitación y hay cuatro habitaciones afuera para trabajar”.
En los clubes, el costo diario de la habitación suele incluir cargos adicionales por ciertos servicios. En primer lugar, se cobra una tarifa por la electricidad utilizada en la habitación, generalmente entre 3 y 4 € al día: “Si no lo pones, no puedes cargar el teléfono, no puedes tener la televisión, no puedes poner el aire”, comenta una de las mujeres entrevistadas. Además, en determinados lugares, “existe un cargo específico por el uso de lavandería y sábanas”: “Si quieres poner una lavadora igual son 10 euros”, explica Teresa.
Por su parte, Xabier justifica que ese tipo de gastos se cobran “cada vez que pasan con un cliente nuevo”: “Claro, porque es para el cliente. (...) tiene que estar limpia. Contiene una sábana y dos toallas”, cuenta.
Los propietarios de estos establecimientos insisten en que las trabajadoras sexuales no están sujetas a horarios estrictos, recoge la investigación. Un ejemplo de ello es Lucas, empresario de un club, quien afirma que las trabajadoras “vienen cuando quieren” y que viven “como unas reinas”. Sin embargo, al profundizar en la conversación, “reconoce la existencia de ciertas condiciones económicas que limitan esta supuesta independencia”. Y explica que, en el caso de que las trabajadoras deseen pagar únicamente 20 € por comida y servicios sí que hay un requisito: “Tienen que cubrir todo el horario si no quieren pagar la habitación”. Gual recuerda que muchos clubes tienen horario para que las trabajadoras entren al club o al bar: “Si se atrasan media hora les multan, les piden que vistan de forma provocativa. En muchos juicios han detectado que existía una relación laboral entre el club y la trabajadora del sexo”.
“Contratos fantasma” en los salones de masajes eróticos
Los salones de masajes eróticos, como queda reflejado en la investigación, “están sujetos a inspecciones laborales, lo que implica que la administración y dirección de estos establecimientos deben cumplir con los requisitos legales establecidos, como la formalización de contratos laborales para sus trabajadores”. No obstante, continúan las investigadoras, “al igual que en los clubes, estos contratos suelen reflejar un número de horas inferior al tiempo real trabajado”. La dirección del salón suele obtener un porcentaje del importe generado por cada servicio, de entre el 50 y el 60%.
Según la investigación, “únicamente el 16,7% de los establecimientos visitados ofrecía contratos de trabajo; mientras que el 83,3% de los locales carecía de este tipo de relación contractual, lo que implica un escenario de mayor informalidad y desprotección laboral para las trabajadoras”.
En cuanto a los contratos, Lara, la encargada de un salón de masaje, reconoce que se les hacía firmar uno por 15 horas, un “contrato fantasma” que “en realidad servía solo para mostrar a la policía en caso de inspección, sin implicar una jornada real de trabajo”.
En numerosos establecimientos, sin embargo, “se observó cierta estabilidad laboral, con trabajadoras que combinaban el ejercicio de la prostitución con empleos estacionales en el sector agrícola”.
Del club, a los pisos
Los hallazgos de esta investigación, se apunta en el informe, “evidencian un proceso de transformación en el mercado del trabajo sexual en los últimos años, marcado por una crisis de los clubes y un crecimiento en la utilización de pisos”.
En este tipo de local, las tarifas son “significativamente” bajas. En Murcia, por ejemplo, “se ha observado que el precio medio de estos servicios es de 15 €, de los cuales 5 € son retenidos por el empleador”. En los pisos 24 horas, los servicios “oscilan entre 30 y 50 € por cada media hora, con una retribución para la trabajadora sexual que varía entre el 50 y el 60 % del importe abonado por el cliente”.
“Te quitan el 50%, pero si quieres que limpien tu habitación después, tienes que pagar más, y a veces es obligatorio”, cuenta Sofía, trabajadora sexual en un piso.
Por otra parte, y aunque según las investigadoras esta práctica ya no es tan frecuente, “algunas trabajadoras han manifestado que se enfrentan a sanciones económicas cuando no cumplen con los horarios establecidos (especialmente cuando salen del trabajo antes o después de la hora de cierre) o si no se presentan en el establecimiento en el horario de apertura”.
“En [menciona el nombre del club], tú tenías que salir a las cinco. Si tardas más de quince minutos, si sales a las cinco y veinte, ya te multan con veinte eurillos. Si es alguna urgencia, no, sino, sí”, relata Victoria, trabajadora sexual en un club.
Filtros insuficientes de seguridad
Según se recoge en el estudio, los empresarios de la industria implementan en algunos casos determinadas estrategias de seguridad, “aunque ningún caso reflejó la aplicación de todas ellas de manera simultánea”. Estrategias como “la contratación de personal de seguridad, el uso de chóferes, la implementación de una línea telefónica de recepción, la verificación mediante llamadas o un golpe en la puerta, y, en casos excepcionales, el uso de un botón del pánico”.
Lo que sí que se constató fue “la necesidad de reforzar los mecanismos de verificación de clientes y establecer filtros más estrictos, así como la negativa a aceptar clientes en estado de embriaguez o bajo los efectos de drogas”; así como que “el trabajo sexual es más seguro cuando se realiza en espacios controlados, donde el acceso es restringido y se pueden implementar medidas de seguridad”.
Paula, trabajadora del sexo en un club, relata una experiencia negativa en una vivienda particular: “Llegué al domicilio de este chico. En los pisos también estás obligada a chupar sin goma. Claro, yo estaba haciendo eso con el muchacho y él se vino (...) Ahí ya dije que me iba, que para mí había sido una falta de respeto. El chaval se empezó a poner agresivo, que le devolviera el dinero y que no salía de la casa. Y de la que salí, me empujó y me escupió”.
Lara, encargada de un salón de masajes, reconoce que “se aceptaba que viniese gente borracha y drogada, cosa que a mí me sabía muy mal porque, claro, no estás en tus cabales y puede ser peligroso; no había ningún motivo por el cual un cliente fuera a ser rechazado, solamente si era muy agresivo, mientras que a la trabajadora sí se le ponen unas condiciones”.
Algunos empresarios “parecen no considerar adecuadamente las situaciones de violencia o vulnerabilidad que enfrentan sus trabajadoras tras una mala experiencia con un cliente”, apunta el informe. Y ciertos comportamientos agresivos se perciben como “parte del trabajo”. En el mejor de los escenarios, “se opta por no asignar nuevamente a la trabajadora con un cliente violento, pero no prohíben su acceso al local, permitiendo que otras trabajadoras sigan atendiéndolo”.
En muy pocos establecimientos, dan fe las chicas, hay botones del pánico. “Este es el primer sitio que tienen. Sí, he dicho: Oye, que este chico creo que va un poco pasado, ¿y qué hago si estoy allí en el fondo y nadie se entera? Me dijo: Tienes un botón debajo de la cama. Pues eso es bueno saberlo”, cuenta Emma. Mientras que Lucía nunca ha estado en un club que lo tenga: “Qué mal. Hay sitios en los que tú dices: Madre mía, aquí me matan y no se enteran”.
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