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Rarísima normalidad

Preparativos para la fiesta de cumpleaños en fase 2: poquitos invitados.

Elena Cabrera

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Este martes 16 de junio, Eleonor cumple 9 años. Le he dicho “bueno, este cumpleaños lo recordarás para siempre, ¿no?” y ella se ha encogido de hombros, en plan, “pues como todos”. Yo sigo a lo mío: “el cumpleaños del año del coronavirus, ¡vaya año raro, eh!”. Y ella: “sí, sí, rarísimo”. Lo dice para que deje de darle la brasa y volvamos a hablar de lo que realmente le interesa: qué vamos a hacer de merendar, a qué hora van a venir los invitados, qué le van a regalar. También quiere saber cómo fue el parto, qué estábamos haciendo unas horas antes de que ella naciera y qué dijo la familia cuando la vio por primera vez. El coronavirus, la cuarentena y el confinamiento le parecen mucho menos sorprendentes, tan asimilados en su vida, que el que yo pasara dos horas dando vueltas alrededor del hospital para dilatar, agarrándome a las farolas durante las contracciones.

Ha tenido que recortar la lista de invitados para no juntarnos muchos en casa. Ella, que es más de macrofiestas que de petit comité, ha sufrido un poco. En Madrid, estamos en fase 2, por lo que podríamos juntarnos hasta quince personas en casa, pero teniendo en cuenta que vivimos en un piso de 70 metros cuadrados y que los niños de 9 años parecen demonios de Tasmania de lo inquietos que son, pensamos que sería mejor aplicar las restricciones de la fase uno y juntarnos solo diez. Veremos si conseguimos que no se quiten las mascarillas. Eleonor ya ha dicho “pues a ver cómo vas a conseguir eso con la merienda”. Pues es verdad. A ver cómo consigo que no las dejen todas amontonadas, como un montón de abrigos al llegar a casa, y cómo hago para que no se confundan y al quitársela uno se ponga luego la del amigo. Por cierto, Eleonor ha pasado todo un día haciendo cupcakes para los invitados y para las vecinas, y se ha asegurado de que hacía muchos para pasar “mucho rato comiendo y poco con la mascarilla”.

El caso es que habrá que celebrar el cumpleaños varias veces, primero con los amigos, luego con una rama de la familia y después con la otra, ya que es imposible juntarnos todos. Esto a Eleonor, por supuesto, no le parece ningún problema si hay tres veces tarta. Lo que ella todavía no sabe (y espero que no lea este diario a escondidas) es que no está claro que el cumpleaños de la familia multitudinaria se vaya a celebrar, pues hay tantos en lista de espera que se han quedado sin fiesta, que no sabemos si irlos agendando poco a poco o alquilar una nave o un terrenito a las afueras y pasarnos allí varios días.

Además del cumpleaños, el otro gran tema que le interesa a nuestra hija es el de las vacaciones. A nosotros, también. Nos gustaría ir a Galicia en julio pero hay un pequeño asuntillo entre Feijóo y los madrileños (“de ninguna manera es madrileñofobia”, dice el alcalde de Madrid, por si acaso se nos había pasado tal cosa por la cabeza) que nos va a poner la movilidad complicada. El alcalde Martínez-Almeida le ha contestado que los madrileños somos muy limpios. Pero hay cierta desconfianza. Comprensible, por otro lado. Por aquí también nos preocupa la llegada del turismo extranjero, la reapertura de los pisos de alquiler turístico y el reventón de los hoteles. No solo por el coronavirus, sino porque es una de las tres cosas que le falta a la ciudad para regresar a las andadas; las otras dos son el colegio y el fin del teletrabajo, dos asignaturas que nos dejamos para septiembre. Mientras los barrios han recobrado su actividad, me dice la gente que trabaja en el centro —pero vive en la periferia, lo cual le permite comparar con criterio (y memoria)—, que se nota vacío, un tanto fantasmal, por esas calles. Hemos ido expulsando la vida del centro para rellenarlo con una recreación al servicio del turismo. Gracias a esta teoría de conjuntos, podemos ver las tramoyas de ese Madrid escuálido sin los visitantes. Lo que queremos los madrileños y madrileñas es no tener que ceder todo el terreno, poder quedarnos un poquito, aprovechar el momento para hacer la ciudad más limpia y saludable.

Miro la web de Renfe, a la espera de que aparezcan billetes de tren para no tener que alquilar un coche, pero cada día me llevo la misma desilusión. Hoy Eleonor ha leído en el telediario un rótulo con el titular “Galicia entra en la nueva normalidad”. Ella, que ha nacido en Vallecas pero que tiene un cuarto de sangre gallega, ha reclamado qué hay de lo suyo y ha preguntado qué es la nueva normalidad. Con lo enterada que está de todo, me ha extrañado la pregunta. Su padre le ha contestado que, en realidad, no tenía ni idea. Al escuchar la respuesta he entendido lo pertinente de la pregunta de Eleonor. En cualquier caso, ha puesto una queja por el hecho de que, además de la playa y otras muchas cosas que echa de menos, los coruñeses, además, tuvieran eso de la nueva normalidad y nosotros, no.

A Eleonor no le van a engañar con lo de la nueva normalidad porque para ella todo es nuevo y, a la vez, todo es normal. Ya me gustaría a mí un poquito de su sorpresa y de su capacidad de adaptación. Hemos entrado en la última semana del curso y se nota los ánimos festivos en el ambiente. La profesora de las áreas de bilingüismo (natural, social y English) ya ha emplazado a la clase a una fiesta virtual el jueves, para la que ha pedido que se pongan delante de la cámara disfrazados. Además, les ha felicitado por “el excelente trabajo” durante “un trimestre tan raro”. Yo lo que haría es felicitarla a ella, porque se ha currado las clases virtuales de una manera apasionante, divertida y entregada. Al final, el aprendizaje en estas semanas ha dependido mucho de las habilidades tecnológicas y la imaginación de cada profesor o profesora.

La situación actual es de 244.109 casos de contagio de COVID-19 confirmados en España; 2.372.153, en Europa y 7.805.148, en el mundo.

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