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Postcataclismo

Una petición para las vecinas

Elena Cabrera

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Escribo el cuaderno de bitácora de nuestra casa después de los aplausos y durante la sesión de las DJ en el pasaje peatonal en el que vivimos, que hoy incluye Mecano, Radio Futura, Pimpinela y Rafaela Carrá. Vemos desde nuestros balcones a un caminante que carga dos voluminosas bolsas de la compra justo en el preciso momento en el que Santiago Auserón canta “vas por ahí sin prestar atención y cae sobre ti una maldición” en el temazo Escuela de calor.

Las vecinas le enchufan el megáfono dirigido hacia su cabeza de una manera evidente, pero el chico no mira para arriba. “No le ha hecho ninguna gracia” dice una de ellas, con una magnífica voz de arengadora de manifestaciones que ha ido puliendo con el paso de los días en confinamiento. A él no le ha hecho ninguna gracia, pero yo lo he celebrado grandemente.

Leo por ahí que hay gente que no soporta a los DJ de balcón. Yo, que tengo mucha tontería con la música que me gusta, pero especialmente con la que no, me encanta que mis vecinas pongan canciones, incluso cuando pinchan Paquito el chocolatero, que ya es decir. Es una de las cosas que no quiero que se acaben. Ya que estamos definiendo la “nueva normalidad”, podríamos acordar que poner música para la vecindad, hablarnos a gritos, pedirnos canciones y desearnos las buenas noches y hasta mañana podría formar parte de ella.

Yo quiero seguir viviendo en el presente, pero parece que hay que empezar a planificar cómo será el día de mañana. Existe en Twitter un bot que tuitea cada vez que el New York Times publica una palabra que no haya usado jamás en su periódico. Hoy lo ha hecho con la palabra “postcataclysm”, que la traduzco así como suena: postcataclismo. Resuena más acristalada, metálica y clara que postapocalipsis pero podrían ser sinónimos y además tiene unas sonoridades semejantes a “desescalada”, que también es un palabro curioso.

Me sorprendió que el New York Times, que como todo el mundo sabe es un periódico muy serio, se estuviera permitiendo un derrape peliculero. Y la verdad es que sí, pero literalmente. En un juego periodístico apasionante, el mismo programador del famoso bot (Max Bittker, 25 años) creó otra cuenta que contesta a la primera con el contexto en el que se ha utilizado la palabra. Para mi desilusión, el artículo no era sobre el coronavirus ni sobre el capitalismo, sino acerca de qué tipo de películas se hacían en 2002, medio año después del 11-S, cuando el cine estadounidense comenzaba a sacar historias postcataclísmicas (sigo inventando traducciones) con las que ir trabajando la reparación colectiva.

He notado que en mi familia nadie quiere hablar del futuro. Ahora que nos hemos acostumbrado a vivir en el cataclismo diario, parece que no queremos pensar en readaptarnos a una situación diferente que no será exactamente igual a la vida de antes y, por tanto, sigue permeada de incertidumbre. Eleonor está cada día más perezosa con las tareas escolares y refina sus tácticas para eludirlas, retrasarlas o camuflarlas.

Le he dicho que, si no se esfuerza, sus profesoras pueden decidir que necesita un refuerzo y deberá volver al colegio en junio. Parecía no escucharme. Ella seguía dando volteretas en el sofá. Se lo dije una segunda y hasta una tercera vez. Entonces, se retiró el pelo de la cara y me di cuenta de que estaba llorando de rabia. Sin gritarme, pero casi, me dijo que me había entendido a la primera, que parase ya, que no quería. “¿Qué es lo que no quieres, hacer los deberes o ir al cole en junio?”, le pregunté. Y con esas increíbles explosiones de frustración que tienen las niñas de 8 años (al menos la que yo conozco), contestó: “¡¡ninguna de las dos cosas!!”.

Esto tendrá que acabar, algún día. Me refiero a este diario y también al vivir en la excepcionalidad como si fuera la normalidad alternativa (¿este término tan posverdad lo había usado ya alguien o me lo puedo atribuir?). Parece que estás bien pero de repente te sobrevienen las crisis, como le he pasado a mi amiga D., y se te rajan las costuras y ese día no duermes, o no quieres hacer los deberes y lloras, o necesitas volver a la cama a las doce del mediodía. Bien, pues se hace, y mañana ya veremos. Le dije a Eleonor que la entendía, le pasé la mano por el pelo, ella me devolvió un zarpazo y tan amigas. Le pregunté si quería vestirse y salir a la calle a dar una vuelta y me dijo que no. Desde que puede hacerlo, solo ha querido bajar dos días, el resto lo ha pasado en casa, instalada en sus rutinas, obcecada en no permitir que nada cambie. Tampoco hemos recibido más visitas del balcón y además ha regresado el fresco, así que tenemos la impresión de haber retrocedido.

He visto en los grupos de WhatsApp que muchos niños y niñas se encuentran en la calle espontáneamente con sus mejores amigos. No han quedado (eso está claro: no se puede) ni se han organizado pero qué se le va a hacer si viven en el mismo par de kilómetros cuadrados. Al final resulta que van en la misma dirección, que están en la calle el mismo rato y que juegan a simular que no se conocen, haciendo gestos exagerados. Me parece que es incluso más divertido que quedar para jugar juntos (que no se puede, ya lo sabemos).

En realidad, no hemos retrocedido. Las muertes diarias, aún contándose a decenas y decenas, nunca habían estado tan bajas desde el 20 de marzo. Globalmente, los contagios siguen avanzando y el globo terráqueo contabiliza más de tres millones de personas con el virus en el cuerpo. En Europa, los casos son 1.416.181, y en España, 213.435 positivos diagnosticados por PCR.

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