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El populismo (y sus peligros)

Luis Padilla (ACAN)

Santa Cruz de Tenerife —

Lo más fácil que existe en el periodismo es decirle al pueblo lo que quiere oír. En política o en el fútbol. En la Conchinchina o en Tenerife. Y más si el pueblo está enfadado. La receta es sencilla: lo primero es repetir un par de tópicos destructivos con un lenguaje rebuscado y pone a parir a “los irresponsables” que rigen el país, el municipio o nuestro equipo de fútbol. Además, hay que destacar que los mandatarios “se aferran a la poltrona” o “han entrado como un elefante en una cacharrería”, en función se si llevan mucho o poco tiempo en el cargo.

¿Algo más? Sí, es imprescindible elogiar al sufrido destinatario de nuestro mensaje, “víctima inocente de todo este disparate”, al grito de “los españoles no se merecen los políticos que tienen” o “la afición, nuestra maravillosa afición, es el único patrimonio que le queda a este club que se rige entre desatinos, improvisaciones, errores y blá, blá, blá, blá”. Lo dicho: recitar la tabla del uno (“uno por uno es uno, uno por dos es dos, uno por tres es tres...”) es bastante más sencillo que pontificar a favor del pueblo desde cualquier púlpito periodístico.

Además, decirle al pueblo lo que quiere oír, aunque te permite tener infinitos seguidores, algunos de ellos de fidelidad perruna, es una práctica habitualmente peligrosa porque trivializa la complejidad de los problemas y de sus posibles sus soluciones. Y fomenta así la aparición de salvapatrias con recetas mágicas para dirigir un país, un municipio o una entidad deportiva. Y les aseguro que no, que no es nada fácil presidir un país, o, en el caso que nos ocupa, ser presidente del Tenerife, entrenador del Tenerife o futbolista del Tenerife.

Y eso que yo pienso que, a lo largo de la temporada, los jugadores del Tenerife han cometido muchos errores y que más de una docena de ellos, de valor gol, han sido especialmente graves; y también creo que López-Garai, Sesé Rivero y Rubén Baraja han tenido equivocaciones en los planteamientos y en la dirección de los partidos; y reitero por enésima vez que la gestión de Miguel Concepción durante sus catorce años de mandato es mejorable... y en lo referido a esta última crisis abierta con el relevo del técnico, muy mejorable.

Eso sí, no creo que “cualquier pibe de la cantera” lo vaya a hacer mejor que los profesionales actuales, que “cualquier entrenador canario” (por el hecho de serlo y no por sus conocimientos) vaya a tener más éxito que Rubén Baraja o que “cualquiera” (así, en general) vaya a presidir la entidad con mayor acierto que Miguel Concepción. Y menos si viene dispuesto a “tomar el Heliodoro al asalto y, si no puede ser, por asedio”, en lo que deseo entender sólo como una frase desafortunada del empresario José Miguel Garrido.

Entonces, ¿yo que haría? Pues no lo sé. Pero sí tengo claro que los problemas del Tenerife 19-20 son profundos y que las soluciones no son sencillas. Y que, en todo caso, lo más urgente es mejorar el funcionamiento de un equipo que en La Rosaleda pareció resignado a la derrota, sin alma y con un fútbol no desastroso pero sí plano. Y que eso pasa por una imprescindible mejora colectiva, por la recuperación de algunos jugadores lesionados o sancionados y por la incorporación de nuevos futbolistas en el mercado de invierno.

Y también creo que la mejor receta para lograr esos objetivos es dejar trabajar con tranquilidad –pero sin reducir el nivel de exigencia– a los futbolistas, a Rubén Baraja y a Víctor Moreno, a los que hay que pedir que mejoren sus prestaciones. Y que lo hagan pronto, porque la amenaza de la Segunda División B es una realidad. Y en estas circunstancias, aunque entienda que, en beneficio mutuo, Miguel Concepción y el Tenerife deberían separar sus caminos en 2021, no creo que un adelanto electoral ayude a lograr la permanencia.

P.D. Aclaración que debería ser obvia, pero para algunos no lo es: en la Conchinchina o en Tenerife, en el ámbito político o en el futbolístico, el periodismo independiente no es el que va contra el poder... si resulta que está generosamente subvencionado –o recibe un sueldo– desde la oposición. Pueden hacer bien y hasta muy bien el trabajo por el que les pagan y por ello tienen mi reconocimiento profesional, pero no los puedo considerar independientes. Sólo son la Vox de su amo.

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