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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Desmemoria

Ernest Lluch, frente al Palacio de la Magdalena de Santander

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Estos días, mientras el Gobierno lucha contra la pandemia y trabaja para aprobar unos nuevos Presupuestos que den respuesta a las necesidades reales del país en estos tiempos, hay quienes en vez de colaborar en una u otra tarea para ayudar a España y a la ciudadanía, resucitan mantras con los que confundir, alterar y distorsionar la realidad. El Partido Popular, con la ayuda inestimable de la extrema derecha, ha recuperado como excusa a ETA y sus crueles asesinatos para no afrontar al lado del Gobierno de Pedro Sánchez los retos del país, que es lo que como principal partido de la oposición debería de hacer en unas circunstancias como las que vivimos. 

Creen que todo fin justifica los medios, que en su caso no es otro que deslegitimar a un Gobierno elegido democráticamente con la intención de derrocarlo. El debate sobre si los votos de Bildu cuentan o no en una democracia consolidada como la nuestra, en la que tienen una representación en el Congreso de los Diputados y con la que el PP ha votado hasta en 13 ocasiones en los últimos 10 meses, es perjudicial porque atenta contra la esencia misma de la democracia.

Bildu no puede ser democrático para votar en contra de un Real Decreto Ley para el uso de remanentes de los ayuntamientos con el PP pero no para apoyar los Presupuestos del PSOE. No puede ser democrático para acordar en el Ayuntamiento de Vitoria y no para apoyar la prórroga del Estado de Alarma con el objetivo de salvar vidas y proteger la salud de todos. No puede ser democrático solo cuando se suma a mayorías que tumban los proyectos del Gobierno y antidemocrático cuando los apoyan. Ni tampoco es más democrático condenar a las víctimas de ETA que condenar los asesinatos machistas o de las víctimas de la Dictadura franquista, sobre las que siempre vuela, pese a ser también impunes asesinatos, el silencio cómplice de una parte de la derecha.

La lucha contra el terrorismo fue desde 1978 hasta el 2011, cuando ETA anunció el cese definitivo de la lucha armada, una política central de todos los Gobiernos de España, que sufrieron y trabajaron para lograr el fin del terrorismo que dejó más de 850 víctimas mortales inocentes. 

Unos en un contexto distinto al de otros, desde los primeros años en los que fue difícil encontrar la colaboración en la frontera francesa para detener a los asesinos que se resguardaban en el país vecino, las conversaciones de Argel en 1992, el Movimiento de Liberación Nacional Vasco, la primera tregua de ETA y el primer acercamiento de presos en los años de José María Aznar hasta el fin del terrorismo bajo el Gobierno socialista en Euskadi, con Patxi López de Lehendakari, y el Gobierno socialista de España, con José Luis Rodríguez Zapatero de presidente y Alfredo Pérez Rubalcaba de ministro del Interior. Hoy, quienes desde el PP recuerdan a quien fue uno de los mejores políticos de la democracia para atacar al PSOE, la organización política por la que se desvivió, sueñan con que olvidemos que pidieron hasta 46 veces su dimisión y le acusaron de complicidad con el terrorismo, como da buena muestra el Diario de Sesiones del Congreso.

Los asesinatos de ETA marcaron durante cuatro décadas la agenda de una sociedad que vivía entre el miedo, la resignación y el dolor de no saber cómo enfrentarse a unos asesinos que hablaban con armas en nombre de un pueblo, el vasco, que jamás les dio permiso para ello. Diez años después, la realidad es bien distinta y como diría Ernest Lluch, de cuyo asesinato se cumplían 20 años este 21 de noviembre, mientras gritan, no matan. Esa es también la fortaleza de nuestra convivencia en paz y de nuestra democracia, haber vencido al terrorismo y haber logrado que entendieran que solo con la palabra pueden defender sus ideas.

Esa es la única verdad. ETA y su terror desaparecieron de nuestras vidas porque les derrotamos. Las víctimas y sus familias estarán siempre en nuestra memoria colectiva, porque no olvidamos, y este país y su democracia tendrán siempre una deuda con ellos. Pero hoy, Bildu pone voz a las propuestas de una parte de la sociedad vasca, defendiendo sus ideas en el marco del Estado de Derecho como tantas veces les pedimos durante aquellos años de plomo.

Hay ocasiones como esta en la que algunos pretenden que el mito supere a la realidad y que una ficción contada cientos de veces, acaba pareciendo cierta aunque no lo sea. Por eso jamás podemos permitir que nuestra historia se construya a fuerza de la desmemoria o la amnesia interesada.

Ojalá en este país no se hicieran necesarios 5 diputados de Bildu porque la derecha entendiera cuál es su papel en una crisis como la que vivimos. En todo caso, como socialista y como español, ni estoy ni estaré nunca más cerca de Bildu que del PP, estoy donde siempre ha estado mi partido, una organización con 141 años de historia, que lucha contra la desigualdad, por la libertad, la justicia social, la solidaridad y la igualdad. Quienes quieran apoyarnos en esa tarea titánica de país, bienvenidos sean, vengan de donde vengan si respetan la democracia y la memoria de hombres como Ernest Lluch, que se dejaron la vida por defenderla.

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