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Gracias, capitán Cardona

Ex-militares pertenecientes a la Unión Militar Democrática, UMD.

Carlos Jiménez Villarejo

Ex fiscal Anticorrupción —

Hay personas y obras que, transcurrido el tiempo, no solo no pierden actualidad, sino que es obligado tenerlas presentes. Es el caso del capitán del Ejército Gabriel Cardona y su libro Las torres del honor, obra en la que analizó la Transición -y el papel de las Fuerzas Armadas en ella- desde la dictadura a la democracia, incluido el golpe militar del 23F. La obra fue publicada en enero de 2011, al tiempo que su autor fallecía por un desgraciado accidente.

Pero, además, hay recientes análisis de políticos actuales que obligan a actualizar las líneas maestras de dicha obra. Entre otros, aquellos que desde el 15M se empeñaron en calificar nuestro sistema democrático como “Régimen del 78”, con un evidente simplismo y falta de rigor histórico. Podría destacarse el de Pablo Iglesias cuando señalaba al “régimen del 78 con su Rey, sus Pactos de la Moncloa, su bipartidismo, sus bases de la OTAN, su Constitución y su innegable consenso…” entre las causas de la crisis que, en 2014, sufría la “población española”. Aparte de otras consideraciones, equiparar la Constitución a las bases de la OTAN ya era y es un gravísimo error.

El capitán Cardona, parte de aquel Ejército que contribuyó a la instauración de la democracia, ya dijo en el prólogo de aquella obra: “Estoy en condiciones de asegurar que si Juan Carlos hubiera apoyado el pronunciamiento, éste habría triunfado rápidamente, apoyado por la mayoría del Ejército”. Unas palabras que se complementan con las del General Quintana Lacaci, ferviente franquista, con las que Cardona introduce su obra: “Pero el Caudillo me dio orden de obedecer a su sucesor, y el rey me ordenó parar el golpe del 23-F, y lo paré”. Cardona añade que Lacaci fue asesinado en 1984 por ETA.

Es sabido que Cardona fue uno de los Oficiales que creó la UMD, a la que calificaba como “sociedad secreta”, con la finalidad de contribuir a la restauración democrática en nuestro país por vías pacíficas después de “los sesenta cuartelazos en un siglo” que ya había sufrido. Su objetivo era un Estado que “conjugara justicia y libertad”. Era la muestra de que “el Ejército, pilar fundamental del Régimen, no era tan monolítico como se suponía”. Y confesaba un primer y serio reproche a los “políticos de la democracia” por ascender a altos cargos a militares no solo franquistas, sino golpistas. Era especialmente crítico con Narcís Serra, a quien atribuía haber afirmado “con la mayor cara dura que la rehabilitación de los militares de la UMD no le hacía perder ni media hora de sueño”.

En marzo de 1976 se celebró el Consejo de Guerra contra nueve miembros de la UMD, siete de los cuales fueron condenados, “en una sentencia de la más pura tradición franquista” por “conspiración para la rebelión militar” a penas de dos a ocho años de prisión y expulsión del ejército. Y describe Cardona que “en los años siguientes y ya en plena consolidación de la democracia, los militares demócratas fuimos víctimas de atropellos, arrestos y destinos forzosos a otras guarniciones, sin que nos flaqueara el ánimo”. Hasta el punto de que el Decreto de amnistía de julio de 1977 permitió liberar a los cinco presos de la UMD pero “no se les permitió regresar al ejército”. Sanción que tampoco fue anulada en la Ley de Amnistía de octubre de dicho año.

El análisis de Cardona sobre el ejército era muy fiel: en la Academia de Zaragoza se formaban Jóvenes “cadetes, catecúmenos de una devoción político-religiosa cuyos elementos esenciales eran Dios, España, la bandera, Franco y el ejército” que “constituía un mundo perfecto, muy superior a la desordenada y ambiciosa sociedad civil”. Ello no le impidió conocer y describir con sinceridad y respeto, por ejemplo, las condiciones de aislamiento y miedo en que vivía la Guardia Civil en el País Vasco bajo la presión terrorista de ETA. “Los entierros de guardias asesinados por ETA podían destrozar la sensibilidad de cualquiera. Eran actos dramáticos en los que las lágrimas de los familiares, llegados a toda prisa, se mezclaban con la mal reprimida indignación y la rabia de los compañeros, conscientes de que el próximo sepelio podía ser el suyo….”. “En las tabernas, las tiendas y los mercados, podía escucharse: Al fin y al cabo, para eso cobran” o “algo habrán hecho”. El aislamiento de la Guardia Civil, allí, “era terrible”.

Describió con claridad las estrategias conspiratorias y golpistas del Ejército -como, entre otras, la Operación Galaxia, sancionada muy levemente- hasta el punto de que compañeros suyos, con toda naturalidad, decían: “Hace falta un golpe de Estado, todo el mundo lo pide”. Y muchos más momentos, especialmente durante 1980, en los que el Gobierno de Suárez estaba cada vez más acorralado, por militares formados “bajo la influencia del Frente de Juventudes, las academias militares del franquismo, la guerra fría, los cursos en EEUU, la Doctrina de la Defensa Nacional, la lucha antiterrorista y los servicios de inteligencia”. Mientras, “Gutiérrez Mellado estaba arrinconado por los generales nostálgicos”.

Y, ya en vísperas del golpe, la situación empeoró en 1981, con el 14 por ciento de inflación y el 16,5 por ciento de paro. Pero la mayor inquietud de los militares y, sobre todo, de los guardias civiles, era el terrorismo, que entre el 20 de noviembre de 1975 y el 23 de febrero de 1981 causó 389 víctimas mortales: 6 generales, 6 coroneles, 14 tenientes coroneles y comandantes, 3 oficiales, 10 suboficiales, 4 soldados, 79 guardias civiles, 42 policías nacionales, 20 funcionarios de policía, 15 policías municipales, 2 magistrados y 189 civiles. Gran parte de estos últimos víctimas de la policía franquista y postfranquista y de la extrema derecha. Y así sucesivamente, hasta el fin de la violencia armada de ETA: 829 víctimas mortales, de las cuales 103 fueron militares.

Luego, llegó el golpe de Tejero y de sus inspiradores y cómplices, que situó a la democracia al borde del abismo. Hecho histórico más que analizado, que Cardona examina también muy minuciosamente. Pero, ahora, solo considero necesario recordar estas palabras suyas: “Aquel infausto 23 de febrero de 1981 no hubo cadáveres en el edificio del Congreso, pero salió malparado el honor… No cumplieron con el honor los militares y guardias civiles sublevados, los políticos tumbados en el suelo ni tantas otras personas que aquella noche se sumieron en el silencio de los corderos”. Con tres excepciones, el Presidente Suárez, el General Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo,“el comunista histórico”, que “se atrevieron a despreciar las metralletas en defensa de aquella democracia que parecía a punto de morir”. Por todo esto, y mucho más, debemos nuestra gratitud al Capitán Cardona.

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