Trump, Groenlandia y el orden mundial en general
El presidente Trump ha vuelto con su obsesión de hacerse con Groenlandia, por las buenas o por las malas. Lo puede comprar fácilmente mediante el soborno, ofreciendo medio millón de dólares para cada habitante del territorio, 56.000, lo que supondría un gasto muy asumible, 28.000 millones de dólares, el 3% del gasto militar anual de Estados Unidos. Recuerdo que este país ya compró Alaska a Rusia en 1867 por 7,2 millones de dólares, que a precios actuales serían unos 170 millones de dólares, una ganga.
El tema coincide con la publicación de su nueva Estrategia de Seguridad Nacional, que, entre otros aspectos muy jugosos de comentar, se refiere a volver a la Doctrina Monroe, es decir, que el continente americano es de los Estados Unidos, su patio trasero, y de ahí su intervención en Venezuela. Todo ello en el marco de la guerra de Ucrania, que Rusia no considera una ocupación, sino la “recuperación” de un territorio que forma parte de la Gran Rusia, y con China incrementando su potencial militar para disuadir a Taiwán, que también considera forma parte integral de la gran China. Siguiendo con los intervencionismos, recuerden también que Israel ha ocupado Gaza y gran parte de Cisjordania, pues también considera que son territorios suyos. El intervencionismo está de moda.
En estos días también hemos sabido que el presidente Macron quiere visitar a Putin de nuevo, para hablar sobre Ucrania. Trump ya lo ha hecho, pero excepto Macron y el húngaro Orbán, los mandatarios europeos no han visitado Moscú. Es interesante recordar que, de las 50 guerras no yihadistas que han existido en el mundo desde 1990, en 29 casos, el 58%, durante la guerra hubo encuentros directos entre los líderes del Gobierno y de los grupos armados, y de los dos mandatarios si se trataba de conflictos armados interestatales.
Este dato subraya que la diplomacia directa suele ser un punto de inflexión, ya que estos contactos permiten destrabar bloqueos que rara vez se resuelven por delegación, porque concentran la autoridad para tomar decisiones, permiten asumir los costos políticos y ofrecer garantías creíbles. No tener un puente aéreo permanente con Moscú, ha sido un enorme error de la diplomacia europea.
Pongo esta introducción para comentar otro tema que está vinculado con todo lo anterior, y es la insistencia de China y Rusia, junto a muchos países del sur, de que hay que cambiar las reglas de la geopolítica a escala global. Parece claro que estamos a las puertas de un cambio de paradigmas en lo político, económico, lo social, lo ecológico y lo geopolítico, pero con grandes dudas en cuanto a su definición y diagnóstico, y, por supuesto, la forma de abordar los desafíos que suponen estos temas. Lo que es indudable es que existe un serio cuestionamiento sobre cómo se ha gestionado hasta ahora la gobernanza en el mundo, muy dominada por Estados Unidos, puesta cada vez más en entredicho por los países emergentes, y más después del segundo mandato de Trump.
Entre las manifestaciones de este cambio a la vista, está también el debate sobre lo que se ha venido a llamar el “orden basado en reglas”, y el cuestionamiento de las “normas” dominantes en el sistema global. Existe una enorme paradoja y contradicción en esta cuestión, pues tanto Rusia como China insisten en defender y apoyarse en Naciones Unidas para sus políticas, pero al mismo tiempo no quieren cumplir ni con su Carta Fundacional, con muchos de sus tratados, y menos con el Pacto de Derechos Civiles y Políticos, pues va en contra de las autocracias. Curiosamente, Trump se está comportando como un autócrata de manual, y no disimula su desprecio hacia el sistema de Naciones Unidas, una piedra en sus zapatos. Trump es una ególatra antisistema a quien también le molestan las reglas existentes, y por eso quiere imponer las suyas. En este contexto, la división interna de Europa no ayuda a clarificar el horizonte, y menos para ofrecer una alternativa a este desconcierto global.
El debate sobre si existen o no unas normas o reglas en la actualidad es en buena parte falso, pues hay multitud de textos y declaraciones que aclaran su contenido, que además tiene una relación con los valores que se defienden: inclusión social, democracia, respeto a los derechos humanos y a las libertades básicas, Estado de derecho, soberanía, integridad territorial, igualdad de género, multilateralismo con transparencia y rendición de cuentas, etc. Quienes critican la falta de concreción, como Rusia y China, en realidad lo que pretenden es imponer sus propias normas y reglas, más acorde con sus características autocráticas.
Esa trampa de semántica política no excluye que el “orden” imperante sea deseable cambiarlo por otro más equitativo, pero esa eventualidad dependerá no tanto de una lucha encarnizada por los conceptos, aunque sea dialéctica, sino a través de la cooperación en busca de consensos prácticos en cuestiones concretas, y en este sentido hay que diferenciar los textos, pactos y tratados de la ONU, defendibles, con las reglas del juego de los organismos financieros y comerciales, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o la Organización Mundial de Comercio, que sí necesitan correcciones.
En septiembre, el presidente chino, Xi Jinping, propuso la Iniciativa de Gobernanza Global (GGI), “un sistema de gobernanza global más justo y equitativo y avanzar hacia una comunidad con un futuro compartido para la humanidad”. Insistió en que no debería haber dobles raseros, y que las normas caseras de unos pocos países no debían imponerse a otros, por lo que se debería practicar el multilateralismo.
Es un mensaje que lleva más de una década repitiendo constantemente, pero que no practica en cuanto a ponerse firme ante intervenciones externas. Si hubiera querido, habría podido parar la guerra de Ucrania desde el primer día. Puede que hayamos entrado en una era del pensamiento de suma cero, donde unos ganan y otros pierden, todo lo contrario de lo que predica China con su mensaje de “ganar-ganar”, y de los criterios hasta ahora dominantes de integración global. Las tendencias actuales apuntan hacia un mayor aumento de la competencia geopolítica, un aumento del proteccionismo económico y la fragmentación, y un aflojamiento de las estructuras del orden internacional, pero, al mismo tiempo, la necesidad de cooperación es todavía intensa, por lo que no es previsible una revolución en el orden mundial existente, pero sí a que se produzcan cambios sustanciales.
En cualquier caso, el mundo unipolar surgido en 1990 ya es historia. Estamos ya en una era bipolar, con Estados Unidos y China a la cabeza, aunque también en los inicios de un sistema multipolar, donde entraría Rusia e India. Lo cierto es que los líderes de los países democráticos no están dando la talla para afrontar los grandes desafíos del planeta, empezando por el cambio climático y terminando por la gestión de los conflictos armados. Tampoco para cambiar el rumbo de muchos problemas en el interior de sus países, en un clima muy extendido de desinterés y desconfianza hacia la política convencional.
Eso ha dado alas a los sectores populistas, muy próximos a las ideologías autocráticas, cuyos líderes sí son conscientes de las debilidades de las democracias liberales, pudiendo presentarse como la alternativa a sus deficiencias, pues ellos no tienen que rendir cuentas a nadie. Tanto Estados Unidos, como China y Rusia, juegan con esa ventaja. Estados Unidos, además, en la mencionada nueva Estrategia de Seguridad Nacional, desprecia sin tapujos a Europa, donde, en su opinión, está desapareciendo la civilización y se ha perdido la identidad nacional y la confianza en sí misma. Le falta “patriotismo” a nivel nacional, argumenta Trump. Mientras, hace pocos días Putin ha vuelto a insistir que hay que “moldear un mundo multipolar justo, el orden basado en los principios de igualdad soberana, el respeto a los intereses legítimos de los demás y la primacía del derecho internacional”. El cinismo es la norma discursiva de los mandatarios de las grandes potencias.
Termino señalando que el énfasis que puso la Carta fundacional de la ONU respecto al no uso de la fuerza, continua vigente como la regla principal que ha de presidir las relaciones internacionales. Ver si se cumple o no, será el indicador esencial para evaluar si entramos realmente en un nuevo orden, sea global o regional, pues el viejo ha violado de forma repetida ese principio fundamental. En suma, se trataría de hacer realidad la definición estandarizada de la gobernanza global, entendida como el sistema de gestionar los asuntos globales por medio de instituciones y normas que intenten articular los intereses colectivos del planeta, y con el mayor consenso posible. La lucha y el enfrentamiento es estéril para gestionar mejor los problemas del planeta, pero, en cambio, el diálogo permanente para buscar consensos es lo único que puede proporcionar un resultado fructífero a medio plazo. Si queremos gestionar adecuadamente los problemas globales, no nos queda más remedio de unirnos para cooperar en la búsqueda de soluciones, y la mentalidad intervencionista y militarista actual, va en contra de ello. Por fortuna, el Gobierno español no practica esta nueva estrategia belicista, y sería deseable que otros países europeos siguieran esta estela el próximo año.
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