Wagensberg y el luto de Einstein
“¡Qué inventen ellos!” exclamó Unamuno a comienzos del siglo XX, en plena polémica con Ortega por la europeización de España. Ese desdén hacia la ciencia y la técnica, que podríamos rastrear hasta Trento, es una de las cosas que afortunadamente ha cambiado en las últimas décadas. En ese cambio de actitud, resultó imprescindible la labor de Jorge Wagensberg (Barcelona, 1948), fallecido ayer en Barcelona.
La influencia de Wagensberg tenía tres sólidas bases y otras tantas ramas. Las bases eran su curiosidad infinita, su brillantez e inteligencia y su sentido del humor. Las ramas: la académica, como profesor de Teoría de los Procesos Irreversibles en la Universidad de Barcelona; la museográfica, desde el museo de la ciencia de Barcelona, que bajo su dirección se convertiría en el actual CosmoCaixa; y la editorial, como director de la colección Metatemas en Tusquets Editores, una de las colecciones de referencia en divulgación científica en castellano.
Su formación laica (era hijo de inmigrantes judíos) en la España nacionalcatólica le permitió mantenerse alejado de cualquier dogmatismo. La lectura de las aventuras del Kon Tiki le llevó hacia las ciencias y se licenció en Fisícas en 1972 en la Universidad de Barcelona, donde se doctoró en 1976 y donde fue profesor desde 1981 hasta su jubilación hace un par de años. Sin embargo, curioso impenitente, sus publicaciones científicas son de lo más variopinto, ya que responden fundamentalmente a sus intereses. Así, trató temas de termodinámica, matemática, biofísica, microbiología, paleontología, entomología, museología científica y filosofía de la ciencia.
En la efervescente Barcelona de los 70 y los 80, palabras como multidisciplinar y transversal no tenían el aura que poseen ahora, sin embargo, Wagensberg encontró el vehículo perfecto para apostar por una tercera cultura que combinara las artes y las ciencias: la colección Metatemas que creó con Beatriz de Moura. El catálogo de la colección es fastuoso, gracias al talento y los conocimientos de Jorge y el hecho de que era un campo casi virgen para las editoriales españolas. Quizá el más emblemático sea precisamente “La tercera cultura”, el libro dirigido por John Brockman, pero una breve enumeración de algunos autores es sobrecogedora: Einstein, Lorenz, Gell-Mann, Feynman, Hofstadter, Schrodinger, Jay Gould, Monod, Dawkins, De Waal, Mandelbrot, Watson, Margulis, Lovelock, Dyson, Popper, Crick, Wiener, Prigogine.
En 1991, la Fundación La Caixa le ofreció hacerse cargo del Museo de la Ciencia de Barcelona. Esa colaboración tuvo su fruto más espectacular en CosmoCaixa, el maravilloso museo que se inauguró en 2006. Lleno de juegos y de ideas, es la experiencia museística más divertida imaginable, en la que conceptos complejos son explicados (y demostrados) jugando, y adultos con barba y bigote acaban tan fascinados como sus hijos con experimentos sencillos sobre el movimiento browniano o la estructura de los nidos de distintos tipos de ave. Nos quedaremos con la curiosidad de saber cómo hubiera logrado asombrarnos con el proyecto del Hermitage de Barcelona.
Autor de más de 20 libros y colaborador frecuente en prensa, una buena manera de disfrutar de Wagensberg es leerlo. Sus estupendas memorias “Algunos años después” casi equivalen a una cena con él, uno de los mejores conversadores de una ciudad llena de buenos conversadores. Era capaz de ilustrar casi cualquier ley física con una anécdota divertida, acompañada de un inverosímil movimiento de sus cejas. Una de mis dos historias favoritas de su repertorio es la de la madre judía que regala a su hijo por su cumpleaños dos corbatas. Al día siguiente que comen juntos, el hijo se pone una de las corbatas; nada más abrir la puerta la madre le mirar decepcionada y exclama “O sea, que la otra no te gusta”.
La otra le sucedió en un viaje a Chile, cuando tras una conferencia recibió la misteriosa invitación de un millonario local también con apellido de origen alemán. Llegó a una mansión y le hicieron pasar a la biblioteca para esperar a su anfitrión. Para hacer tiempo repasó los libros expuestos, y para su asombró encontró una amplia representación de los clásicos del nazismo. En ese momento apareció su anfitrión, y con una fría excusa Jorge se despidió y salió apresurado: los dos entendieron perfectamente el equívoco.
Más allá de la pérdida para la ciencia y su papel público en la sociedad, que al final depende de la divulgación científica, de cuánto los científicos se hagan entender por los demás, la temprana muerte de Wagensberg supone otro paso más en la desaparición de la Barcelona efervescente y rebosante de ideas y creatividad que marcaba el camino de España hacia la modernidad. Desde hace muchos años, un muñeco de Einstein de tamaño natural presidía la entrada del museo de la Ciencia, en su sede antigua, en la temporal del Palacio Macaya y en la actual. Refrendando la compatibilidad wagensbergiana de ciencia y juego, casi todos los grandes científicos que pasaban por allí pedían alborozados hacerse una foto con el muñeco. Desde hoy y durante una semana ese muñeco y dos compañeros recientes, Marie Curie y Charles Darwin, llevan unos crespones negros en honor al ex director del Museo. Creo que no cabe mejor homenaje para Jorge Wagensberg que el luto de Einstein.