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2021: Que la indiferencia no se precipite como la lluvia

La pobreza en época de pandemia

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En la obra de teatro Vida de Galileo nos recordó Bertolt Brecht que el propósito de la ciencia no es abrir la puerta a la sabiduría infinita, sino establecer un límite al error infinito. Eso es lo que han estado haciendo estos meses los expertos en todo el planeta: guiarse por las certezas, que al principio eran escasas, y asumir los desconocimientos para plantear preguntas e intentar encontrar respuestas.

Dentro de los retos que plantea este nuevo año hay evidencias claras. Por ejemplo, es obvio que habrá más capacidad de conocimiento si se invierte en investigación y desarrollo. Será posible salvar más vidas si aumentan las partidas destinadas a la salud pública. Podremos acabar antes con la pandemia si se refuerza la atención primaria de salud y comunitaria, centro neurálgico de todo el funcionamiento de la medicina pública en cualquier país. Será más eficaz la lucha contra el virus si se fomenta un acceso igualitario a la vacuna y a los tratamientos, pero también si se facilita, con medidas de protección económica, social y laboral, que todo el mundo pueda evitar contagiarse y tener una vida digna.

En este sentido es preocupante observar la brecha entre el primer mundo y los llamados países en vías de desarrollo. Según un estudio de la Universidad Johns Hopkins, los países ricos, que representan solo el 14% de la población mundial, contarán con más de la mitad de las reservas de las vacunas. Esto implica que al menos una quinta parte del planeta no tendrá acceso hasta el año 2022 como pronto. Un grupo de ONG que defiende la vacuna universal, entre las que están Amnistía Internacional y Oxfam, alertan de que 67 países pobres solo podrán vacunar a una de cada diez personas en 2021.

Es decir, los países ricos tienen capacidad para vacunar casi tres veces a su población, mientras que los pobres ni siquiera dispondrán de dosis suficientes para vacunar a los trabajadores de la sanidad y a las personas de riesgo. Esto debe preocuparnos a todos. Quienes no sean capaces de entender la solidaridad pueden echar mano del argumento utilitarista: la COVID-19 seguirá siendo una amenaza hasta que no esté vacunada la mayor parte del planeta. Es decir, esta enorme desigualdad en la distribución de la vacuna daña la salud de todos y nos recuerda la importancia de políticas más justas.

También la elaboración de la propia vacuna nos enseña la importancia de acoger a personas procedentes de otros países, de otras culturas, con las que toda nación puede crecer, enriquecerse y nutrirse de nuevas inteligencias. Tres personas clave en la elaboración de las vacunas de Moderna, Pfizer y BioNTech son de origen inmigrante. Dos de ellas son mujeres. Una procede de una familia de inmigrantes turcos. Otra, húngara de familia humilde, emigró a Estados Unidos para estudiar y desarrollar conocimientos médicos. El tercero era aún un niño cuando sus progenitores, turcos, emigraron a Alemania en busca de trabajo en una fábrica de Ford.

En Vida de Galileo Brecht se preguntaba: “¿Podemos negarnos al pueblo y al mismo tiempo seguir siendo hombres de ciencia? Los movimientos de los cuerpos celestes son ahora más fácil de calcular, pero los pueblos todavía no pueden calcular los movimientos de sus señores. La lucha por medir el cielo ha sido ganada, pero las madres del mundo siguen siendo derrotadas día a día en la lucha por conseguir el pan de sus hijos. Y la ciencia debe ocuparse de esas dos luchas por igual”.

El telescopio y el microscopio no solo sirven para observar astros, microbios, virus y bacterias. Hay que girarlos y usarlos para enfocar también las enormes desigualdades que fomentan enfermedades físicas y sociales. Deben ser herramientas para mejorar la vida de la población, para menguar el sufrimiento, para fomentar el desarrollo social. El único fin de la ciencia consiste en aliviar la miseria de la existencia humana, habría defendido Galileo, según Brecht. Lamentablemente hay quienes quieren enriquecerse aún más a costa de esa miseria, y pretenden hacerlo en nombre de la ciencia, de los avances tecnológicos, de “las políticas prudentes” o del interés general.

La respuesta a la crisis generada por la pandemia requiere de un reparto equitativo de las vacunas pero también de políticas expansivas que reactiven la economía, creando empleo y subiendo los salarios. La senda de la economía de un país depende de los objetivos y de la voluntad. Si la meta real y honesta es mejorar la vida de la ciudadanía, es inválido decir que no hay dinero para ello, puesto que es falso. Todo depende de cómo se quiera repartir y a quién se pretenda priorizar.

Aquellos que aún no lo ven claro deberían intentar administrar su vida con los niveles de precariedad que sufre tanta gente y después, extraer conclusiones. Nuestro mundo ha jaleado durante demasiados años medidas que han aumentado la desigualdad y enfermado el planeta. Cuando los crímenes proliferan, se hacen invisibles, escribió Brecht: “Cuando el sufrimiento se vuelve insoportable ya no se oyen las súplicas”. La indiferencia se precipita como la lluvia y es hora de pararla. Ese es el gran reto de 2021.

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