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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Algunos no aprenden nunca

Una mascarilla quirúrgica tirada, junto a otros desperdicios, en Toledo

Antón Losada

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Resulta descorazonador comprobar cómo, tras más de 90 días de estado de alarma, semanas de confinamiento extremo y miles de muertos, infectados y curados, algunos responsables públicos siguen obsesionados en disputar el juego de la culpa como si lavar sus responsabilidades constituyera lo realmente importante; el asunto capital en el drama de la pandemia. No menos deprimente resulta verificar que no están solos mientras juegan. Sus entornos mediáticos y políticos jalean cada supuesto tanto a favor como si decidiera la final de la Champions, mientras lamentan cada supuesto tanto en contra como si representase la mayor traición que vieron los siglos y la peor indignidad escrita en la Historia.

Se antoja algo más que embarazoso escuchar a la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, agitar el riesgo de un supuesto agujero negro de contagios vía Barajas y reclamar al Gobierno central un plan de control que ya sabe que existe únicamente para facilitarse una coartada si algo sale mal y se produce el temido rebrote. Hacerlo luego de pasarse semanas reclamando que se recuperase de inmediato la actividad porque se estaba ahogando a Madrid lo dice todo sobre en qué manos están los madrileños.

Tampoco resulta muy edificante ver a Núñez Feijóo, engrandecido en su papel de epidemiólogo en Jefe, rogar a los turistas que vengan a Galicia porque les esperamos con los brazos abiertos y, al mismo tiempo, avisar de que ya han llegado contagiados y va a pedir “información” al Ejecutivo central. El presidente y candidato popular gallego lleva semanas construyendo su coartada por si algo sale mal reclamándole, a la vez, al Gobierno central que le devuelva las competencias y le diga qué hacer si se da un rebrote.

Pedro Sánchez y su gabinete tampoco se libran de la tentación de anotarse puntos en el juego de la culpa. Resultan algo más que llamativas sus prisas actuales para dejar todas las decisiones en manos de las comunidades autónomas; en contraste con su titánica resistencia a ceder el mando único hace apenas un par de semanas. Algo más que desconcertante se vuelve su actual relajación en el asunto de las fases, tras la estricta observación que imponía hace apenas unos días.

Ahora que salimos del estado de alarma, sería bueno que alguien con mando en plaza se atreviera a decir aquello que parece que nadie quiere reconocer: va a haber rebrotes porque el virus no se ha ido, solo se ha parado; tales rebrotes resultan inevitables, seguramente no serán culpa de nadie y si lo son, encontrar al culpable no será lo más importante, lo que contará será estar preparados para detectarlos antes de que se descontrolen. El mejor homenaje que los gobernantes pueden hacer a las víctimas consiste en demostrar que han aprendido algo y que, al menos, tanto dolor no ha sido completamente inútil.

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