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La aversión de las élites a la política fiscal

Imagen de una manifestación del Día de los Trabajadores. (Archivo)

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La Comisión Europea ha anunciado que, a partir de 2024, los Estados miembros deberán implementar medidas de austeridad y ajustarse a las reglas fiscales para disminuir su deuda pública y el déficit fiscal. Estas reglas, totalmente arbitrarias, que incluyen un límite del 3% de déficit público y un 60% de deuda pública sobre el PIB, siguen siendo las mismas que antes. Los países tendrán cuatro años para reducir su deuda, pero aquellos con un alto nivel de endeudamiento serán sometidos a intervenciones en su política fiscal y presupuestaria. Las élites económicas y políticas europeas no han aprendido nada.

Los planes fiscales y estructurales serán la base de esta reforma y se utilizarán para evaluar anualmente el cumplimiento de los acuerdos pactados por cada país. Aquellos que no cumplan con las normas establecidas podrían recibir sanciones en forma de consecuencias económicas, de reputación o de retirada de fondos europeos. Para ello, se establecerá una regla de gasto que limitará el presupuesto de todas las instituciones, sin importar sus ingresos. La reforma busca exclusivamente limitar el gasto. No se aborda la cuestión de los ingresos públicos, ni se plantea ninguna reforma fiscal que permita mantener servicios públicos de calidad. Obviamente no se contempla considerar otras opciones como la Teoría Monetaria Moderna, como sí está haciendo, por ejemplo, Japón.

El retorno a las reglas fiscales ad hoc es un acto intencional de saboteo del nivel de vida de los europeos más desfavorecidos. Si los burócratas europeos visitaran los hogares de las familias más pobres, analizaran el estado de la sanidad pública tras la negligencia fiscal de años y examinaran la situación de la ciencia climática, verían que un superávit fiscal indica una negligencia deliberada ante los principales desafíos de nuestro tiempo. Las prioridades están equivocadas. 

Cómo el pensamiento gregario nos engaña sistemáticamente

Las reglas fiscales ad hoc europeas parten de una serie de mitos fundacionales falsos. Se trata de ciertos clichés con los que políticos, medios de comunicación y la mayoría de los economistas pretenden adormilarnos. Es falso que los gobiernos sean como los hogares. Es falso que la impresión de dinero para financiar los déficits presupuestarios sea inflacionaria. Es falso que los déficits presupuestarios y un elevado nivel de deuda pública conduzcan a elevados tipos de interés. Lo único que sí es cierto es que, cuando los sectores privados acumulan ahorros negativos alrededor de una burbuja, la economía acaba muy mal.

Desde que los bancos centrales, con Ben Bernanke en la Reserva Federal y Mario Draghi en el Banco Central Europeo, decidieron financiar en el mercado secundario a los Tesoros, hemos “descubierto” dos aspectos fundamentales del dinero y de los tipos de interés. Primero, la oferta de dinero es endógena, es decir, no puede ser fijada de manera arbitraria por los bancos centrales. La oferta de dinero en realidad viene determinada por la demanda de créditos y las preferencias del público. Por lo tanto, los créditos producen depósitos, y no al revés. A nivel agregado implica que es la inversión la que determina el ahorro. Segundo, los tipos de interés son exógenos. El Banco Central puede fijar donde quiera y como quiera el nivel del tipo de interés a corto plazo, el diferencial entre el tipo de interés a corto y a largo plazo, y el diferencial entre el coste de la deuda soberana y privada o entre deudas soberanas (BCE). Por lo tanto, si quiere un Banco Central, el tipo de interés será exógeno, es decir, se determina fuera del sistema, al margen de los mercados financieros. 

¿Por qué tanta aversión a la política fiscal?

La pregunta que surge es inmediata, ¿por qué existe entre ciertas élites políticas y económicas tanta aversión al uso de la política fiscal? La respuesta la dio en su momento uno de los grandes economistas del siglo XX, Michal Kalecki. En 1943, en 'Political Aspects of Full Employment', exponía tres razones por las que a las élites no les gustaba, y sigue sin gustarles, la idea de utilizar la política fiscal como instrumento de política económica.

Un sistema sin una política fiscal significativa supone colocar en el asiento del conductor a los hombres de negocios; y sus “animal spirits” pueden determinar el estado de la economía. “Esto le da a los capitalistas un poderoso control indirecto sobre la política del gobierno”. Pero es que, además, en segundo lugar, el gasto público pone en tela de juicio un principio moral de la mayor importancia para la élite: “Los fundamentos de la ética capitalista requieren que te ganarás el pan con el sudor -a menos que tengas los medios privados suficientes-”.

Finalmente, y quizás la más importante, a los hombres de negocio no les gustan las consecuencias del mantenimiento del pleno empleo a largo plazo. “Bajo un régimen de pleno empleo permanente, el miedo dejaría de desempeñar su papel como medida disciplinaria… La disciplina en las fábricas y la estabilidad política son más apreciadas que los beneficios por líderes empresariales. Su instinto de clase les dice que el pleno empleo duradero es poco sólido... y que el desempleo es una parte integral del sistema capitalista normal”

El problema no es la austeridad. Se trata de determinar si el sector público tiene o no un papel en la economía, de mantener el “estado de bienestar”, de tener prestaciones sociales o leyes de pobres. Los defensores de la austeridad intentan cambiar el modelo social, privatizar todo -incluida la sanidad y la educación-, forrarse a nuestra costa. ¿Verdad señora Ayuso?

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