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Casado en Colón y tú pensando en el verano

En la calle no se habla de otra cosa: cada vez que te cruzas con un conocido, en el ascensor con el vecino, en el curro o la pescadería, whatsappeando con amigos, al teléfono con tu madre, no se habla de otra cosa. ¿Los indultos? ¿La nueva foto de Colón? ¿La factura eléctrica? ¿Marruecos? ¿La Kitchen? Nada de eso. Últimamente solo hablamos de la “doble uve”: vacunas y vacaciones.
No se habla de otra cosa, todos nos preguntamos y nos contamos lo mismo: cuándo te toca, cuál te han puesto, tus padres ya con la pauta completa, lo jóvenes que somos que todavía no nos pincharon. Después, los planes de verano, adónde iréis de vacaciones, date prisa en reservar que está todo pillado, qué ganas de playa estando ya vacunado. ¡Y sin mascarilla!
La pandemia no ha acabado, la incidencia no ha bajado lo suficiente y sigue habiendo ingresos hospitalarios y muertes, mientras se mantiene la incertidumbre con las nuevas variantes y vemos algún retroceso en otros países. Pero el estado anímico de España es ya postpandémico; no ya de optimismo sino diría que de euforia.
Las últimas semanas ya sin apenas restricciones, la normalización de tantas actividades, poder ver a nuestros mayores sin miedo, recuperar amigos y viajes, los estadios convertidos en vacunódromos, la gente compartiendo en redes sociales la foto de su pinchazo y la felicidad por tener a sus madres y padres ya protegidos, los récords semanales de vacunas administradas, lo poco que falta para que te toque a ti también, y ahora además los mensajes sobre la inminente desaparición en exteriores de la odiosa mascarilla. Los mismos sanitarios que hace meses compartían en medios y redes mensajes de alarma, hoy nos envían audios celebrando orgullosos el avance de la vacunación y el descenso en la presión hospitalaria.
Deseamos, esperamos, vemos venir un verano muy parecido a los veranos prepandémicos, con movilidad interna y externa, playas sin parcelar, terrazas sin límite, ocio nocturno, turistas extranjeros. Hasta festivales musicales habrá, y hogueras de San Juan, y algunas ferias, y fallas valencianas. Todo con algunas restricciones todavía, pero la impresión de haber recuperado nuestras vidas será imparable. También para quienes no tendrán vacaciones pero sí trabajo, los que volverán a ser llamados para la temporada turística, los que saldrán del ERTE, los que reabrirán al fin sus negocios, que es otra forma de euforia tras tantos meses de asfixia.
Sumen a ello el goteo de buenas noticias económicas, las previsiones mejoradas, los indicadores remontando, la confianza recuperada de empresas y consumidores, el crecimiento de reservas hoteleras, el aumento del gasto familiar tras tantos meses de contención (y de ahorro en muchos casos). La expectativa de un buen verano, incluso un muy buen verano para una industria turística que sigue siendo locomotora en muchas zonas del país, se suma a la próxima llegada de los fondos europeos, que repartirán una buena millonada. Estos días abundan las entrevistas y foros con empresarios grandes y pequeños, dirigentes patronales y economistas, y la palabra más repetida es “optimismo”. Optimismo prudente, optimismo con cautelas, pero optimismo con todas las letras.
Insisto en que la pandemia no ha acabado, y si algo ha demostrado el virus es su imprevisibilidad y su capacidad de desbaratar planes. Pero la recuperación anímica es imparable, incontrolable. Puede llevarnos a imprudencias, pero nuestra capacidad de aguante hace tiempo que hizo crac, y necesitamos este optimismo, esta euforia, verle el final de una vez, recuperar el futuro que nos habían cancelado, aunque sea un futuro a corto plazo, veraniego.
En cuanto a los indultos, la factura eléctrica, Marruecos, la Kitchen, y la reforma laboral y los alquileres y el modelo productivo y la desigualdad y el largo etcétera de problemas pendientes y urgentes, ahí están, no se van a resolver con optimismo, y nos recibirán en septiembre tras el verano loco, como seguirá la situación límite de tantas familias empobrecidas que no pueden permitirse unas vacaciones ni un empleo digno. Pero a día de hoy, y no por frivolidad sino por humanísimo agotamiento, solo podemos pensar en ese verano tan cercano en el que ya nos vemos vacunados, sin mascarilla al aire libre, con nuestra gente querida, haciéndole una peineta al virus en el chiringuito. Y lo mismo piensa el Gobierno, que sabe que ese estado de ánimo colectivo es más poderoso que cualquier foto de Colón, y puede darle un buen viento a favor para empujar lo que queda de legislatura.