Cayetana y el sexo
Si se hablara más de sexo y menos de personajes como el que representa Cayetana Álvarez de Toledo, es posible que no tuviéramos tanto problema en comprender qué significa “el silencio” antes, durante y después de una relación sexual. Sin embargo, en la España del 2019, el sexo sigue siendo tema tabú imposible de abordar desde una mirada educativa y divulgativa que no lo asocie a coito y procreación. Un síntoma de ello es que dentro de la familia sigue sin hablarse con naturalidad y que la oferta que se hace desde la educación formal recoge un abanico de contenidos al margen de lo curricular tan pobres que sirven de muy poco a adolescentes y jóvenes para lo que luego es esa vida real, la vida donde el placer y el deseo juegan un papel fundamental.
Como la ‘educación sexual’ no está regulada en España, nuestro sistema educativo la da por convalidada con los contenidos de la asignatura de Biología cuando explican la función reproductora de los órganos sexuales y poco más. Luego, a modo de plus, están esos centros educativos que se atreven a ofrecer contenidos complementarios y alternativos que, sin abandonar el coitocentrismo y desde una perspectiva higienista, hablan sobre cómo evitar embarazos no deseados y no contraer enfermedades de transmisión sexual en relaciones de corte heterosexual. De esta forma, no es de extrañar que, centrándome en las chicas, una gran mayoría de éstas salgan de la escuela sin saber que su propio placer en el sexo no es un privilegio sino un derecho y que ellas, además de ellos, también pueden y deben sentirlo incluso más allá del orgasmo vaginal. Correrse es un derecho que las declaraciones internacionales reconocen como derecho sexual aunque no utilicen ese término.
Detrás de esta y otras graves carencias que tiene en España la población joven (y no tan joven) en sexualidad, placer y deseo debería haber una preocupación mayor entre los partidos políticos que no sea la de darse raquetazos en la cabeza a cuenta del feminismo. Los expertos señalan que existe un vínculo directo entre las situaciones de acoso y agresión sexual y esa falta de educación formal e integral en sexualidad, y para afrontar el problema de raíz, no es suficiente una reforma del Código Penal ni para aumentar las penas ni para dar mayor claridad en la deficiente regulación de los delitos contra la libertad sexual. Más allá del punitivismo y además de la reforma necesaria, vistas las cifras, hay una urgencia social mayor. Necesitamos una asignatura de educación sexual que entienda la sexualidad como una parte fundamental de nuestro desarrollo como personas al margen de creencias religiosas que la tachan de ideología de género cuando se trata de dar formación sobre derechos. Si en España queremos luchar contra la violencia sexual, tenemos que sumarnos a ese 80% de países de la UNESCO que ya trabajan la sexualidad en las escuelas como una asignatura más.
Algo tan básico y elemental también está quedando relegado en las prioridades feministas. No para prohibir sino de educar y que estas retóricas que encarnan los duques y marquesas del PP en estos temas se caigan por su propio peso por ridículas, frívolas y tóxicas. La dificultad es que mientras nos falte esa educación sexual tardaremos en caer en la cuenta de que si alguien banaliza o criminaliza nuestra libertad sexual lo que busca es que sean las religiones y los Estados los que controlen nuestros cuerpos y deseos, porque para que ellos el placer es pecado o privilegio y no un derecho.