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La culpa y el cáncer de mama

Imagen referencial de un autoexamen de mama.
22 de julio de 2022 22:31 h

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Hace tres semanas me diagnosticaron cáncer de mama y en los próximos días me harán una mastectomía completa del pecho izquierdo. Tanto la ginecóloga de la sanidad pública como la ecógrafa vieron con claridad lo que la especialista de la privada podría haber detectado hace año y medio cuando acudí a ella preocupada por la retracción de mi pezón. En aquel momento, me aconsejó hacerme una mamografía en la Quirón: “Tienen las mejores máquinas”, me dijo. Allá que fui y me la hice, pagué 150 euros por una imagen que no descifró la complejidad de mi pecho y el motivo de la retracción del pezón con las certezas que la doctora esperaba. Confió más en la falta de pruebas concluyentes de la máquina que en la evidencia de que ese tipo de alteración suele tener una estrecha relación con el cáncer de mama. Yo confíe en ella y desde enero de 2021 me fui haciendo semestralmente las revisiones para ver su evolución. El pezón iba a peor y el bulto interior aumentaba, pero muy lentamente.

“Eso en medicina es buena señal”, me decía la doctora respecto al crecimiento, mientras que del pezón tenía poco que añadir, asociaba el evento a una cicatriz que tenía en esa zona desde hacía dos décadas. Ella no le daba más importancia y tampoco se la debía dar yo, me trasladaba. Pasaban los meses y cada vez me iba sintiendo más incómoda. Me dolía el pecho, se me deformaba y el pezón lejos de estabilizarse, empeoraba. En una de las exploraciones a petición mía, porque yo estaba algo alarmada, volvió a restarle importancia sugiriendo que si me estaba causando “tanta” incomodidad y me preocupaba estéticamente que quizá podía acudir a una cirujana privada. Me entregó una tarjeta y yo nunca fui. Aumentó mi complejo y sentimiento de culpa por sentirme así. Escondía mi pecho, al que apenas miraba cuando me ponía delante del espejo.

Aquello no me gustaba, pero estaba visto que había que aguantar. Me comporté como una niña que confiaba ciegamente en la persona que sabe y que es amable. Ni se me pasó por la cabeza pedir una segunda opinión, el problema era mío de no aceptar la situación.

Mes a mes aquello iba a peor, así que, en febrero de este año, en la última revisión, le pregunté si ella sabía si desde la Seguridad Social se podría cubrir una operación que atendiera este caso porque me dolía y aquello no era normal. En mi ingenuidad, me preocupaba que la deformación de mi pecho pudiera afectar a algún órgano o tejido colindante de forma importante, porque la parte estética me había mentalizado que había que aguantar. Así se escribe la historia de los cuerpos de tantas mujeres, siempre aguantando. La doctora, ginecóloga y también ecógrafa, me dijo que posiblemente ese tipo de intervención tendría cabida en la cartera de la sanidad pública porque la alteración era significativa respecto al otro pecho. Me escribió un pequeño informe y cuando llegué a casa lo dejé encima de mi mesa sin darle prioridad porque, al fin y al cabo, aquello se debía más a mi intranquilidad y exigencia personal por el aspecto y cierto dolor que a un problema médico.

Cuando acudí a la cita en el médico de familia en mi centro de salud, cuatro meses después de mi última revisión, a mediados de junio, él vio claramente que lo de aquel pezón no era normal. No tuvo que hacer ninguna prueba de imagen. Me derivó de forma urgente a ginecología. La misma certeza tuvo la ginecóloga de la sanidad pública que me atendió, además al palparme comprobó que la retracción del pezón estaba originada claramente por el bulto que había detrás. Levantó el teléfono y pidió que me hicieran en ese mismo momento una mamografía y una ecografía. Cuando llegó el momento de hacer la segunda prueba, la ecógrafa lo vio claro, tenía cáncer de mama, y así me lo dijo con el mayor de los cuidados y también cierta preocupación. Había que hacer en ese mismo momento una biopsia para conocer “el apellido”, me dijo, el nombre ya lo tenemos. Tanto ella como la enfermera que estuvo a mi lado durante todo el procedimiento me arroparon con toda la empatía y humanidad que yo necesitaba en aquel momento. Desde aquí quiero agradecérselo. Recuerdo que me quedé sola un momento y empezaron a caerme las lágrimas mientras estaba tumbada, medio a oscuras y solo con una bata. Recuerdo que me dije en voz baja, “no te asustes”, pero lo estaba. Estaba asustada, muy asustada. Salí de aquella sala arropada por las profesionales que estaban allí, con mi apósito en el pecho y una tremenda flojera en las piernas. Yo, que había ido avergonzada aquella mañana a la consulta a pedir que me hicieran algo en mi pecho porque no me gustaba y me dolía, salía con un diagnóstico de cáncer de mama.

Desde aquel 23 de junio hasta hoy solo tengo agradecimiento a la sanidad pública, y muy especialmente a su equipo de ginecólogas y sanitarias (lo siento, solo me he encontrado a mujeres en este tiempo). Sus ojos y sus máquinas detectaron sin ningún género de duda lo que en la privada no fueron capaces de ver. Efectivamente, el tumor creció muy lento en estos 18 meses, pero allí estuvo durante todo ese tiempo. Ese lento crecimiento ha sido muy positivo para que el apellido del cáncer que está en mi mama no se haya ido a otros órganos de mi cuerpo, pero ya tenía y tiene el suficiente tamaño como para que me tengan que quitar todo el pecho. El pronóstico que me han dado es, dentro de lo malo, de los mejores. He tenido mucha suerte para cómo se ha dado la historia de este tumor, mucha. Las doctoras me transmiten tranquilidad en este momento. Hay que quitar todo y después, el tratamiento. En España, en nuestra Seguridad Social, hay tratamiento. Y yo, que además soy ciudadana española, puedo acceder a él sin trabas burocráticas ni cuestionamientos colonialistas. Todo lo que está por venir lo iré afrontando paso a paso y sin culpa.

Una de cada ocho mujeres tenemos cáncer de mama. De hecho, estoy rodeada de supervivientes de la enfermedad, de amigas y compañeras, de hermanas que son referencia en primera persona de historias de superación y transformación. De mujeres que no son heroínas, aunque nos encante romantizar la resiliencia, de mujeres de carne y hueso cuyos tejidos y emociones más humanas son las que regeneran la vida en sus cuerpos impulsada por los cuidados médicos de nuestra sanidad pública, imprescindible. Es a ellas a quienes quiero mirar en este momento.

Por redes sociales varias me han escrito y me quedo con lo que me dijo Paula: “Esto tienes que vivirlo como te dé la gana y como puedas. Desde la rabia, el amor, desde el desconcierto… Los médicos son todos maravillosos. Déjate llevar y escucha tu intuición.” Sin culpa ni presión, es mi conclusión.

Y en medio de todo esto, para mí es inevitable no pensar en todas las hermanas que sí se fueron, en sus seres queridos y también en aquellas que afrontan situaciones como esta, con diagnósticos más graves o en circunstancias mucho más adversas, o solas, o mal acompañadas, o con hijas e hijos, o con trabajos precarios... Es inevitable no pensarlas, y al hacerlo cierro los ojos, y si tuvierais a una cerca, no la dejéis sola, apoyadla. Porque no sabéis lo que sostiene la palabra y la mirada cuando sientes el vértigo del miedo. Sostienen como si fueran alas.

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