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El debate ininteligible

Un momento del debate.

Lucía Taboada

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Pocos minutos antes de las diez de la noche, se puso Pedro Sánchez a pasear por el plató de Atresmedia delante de un Alberto Núñez Feijóo sentado, como cuando el Dibu Martínez le colocaba las pelotas a los rivales en las tandas de penaltis durante el Mundial de Qatar. Hubo un merodeo que se adivinaba más táctico que técnico, tras el cual ambos se apretaron las manos con la incomodidad de un hijo viendo alguna escena de ‘Ghost’ delante sus padres. Así arrancó lo que pensábamos que iba a ser un debate y no una interrupción televisada. 

Salió el término “sanchismo” a relucir en el minuto cinco, unos cuatro minutos antes de lo previsto. “No podemos empezar mintiendo con los datos” aseveró Feijóo mientras mostraba gráficos y más gráficos con datos que nadie verificaba, alguno volteado para darle más gracia. España es un país en el que las campañas electorales se articulan en pretérito imperfecto. Así que durante el primer bloque, Feijóo hizo balance económico de la legislatura mostrando más solidez y vehemencia que Sánchez, que por momentos pareció un candidato de la oposición de la Xunta de Galicia. Empezó el socialista alabando el sentido del humor de Feijóo y la cosa se terminó convirtiendo casi en un monólogo popular, con referencias incluso al cine gratuito de Amancio Ortega. 

En el segundo bloque de política social e igualdad, Feijóo luchó esencialmente contra un fantasma, el de Vox, elevado a la consistente dimensión de espectro. Vox se apareció como la figura muda de la película ‘A Ghost Story’, ese personaje desgarbado cubierto con una sábana con agujeros en los ojos. Leal y mudo, Vox asomó detrás de cada intento de Feijóo por parecer moderado en materia de igualdad, mientras recurría a la ‘Ley del sí es sí’ como único contrapunto a sus acuerdos de gobierno en ayuntamientos y comunidades con la ultraderecha. Pedro Sánchez dotó al fantasma de sentido real cuando habló de la incuestionable lacra del machismo. “Un error jurídico se corrige, el machismo a sabiendas no”, aseguró. 

Casi a la hora del esperpento apareció otro fantasma previsible, el de ETA. Y lo hizo con el uso partidista -una vez más- de una víctima, en la mención del candidato popular al asesinato de Miguel Ángel Blanco. “Es usted muy cariñoso con Bildu”, aseguró Feijóo, “que lo he visto yo mismo en el Senado”. A continuación Sánchez dejó el tonteo parlamentario y sacó las relaciones reales de gobierno, una especie de listado de los Reyes Godos de todos los dirigentes de Vox aupados por el PP en las instituciones. También le pidió a Feijóo que condenase el eslogan de ‘Que te vote Txapote’. No hubo condena pero sí más fricción. 

La cosa se puso bastante absurda por momentos. “Voy a gobernar con el voto que salga directamente de las urnas”, aseguró Feijóo en una revelación sorprendente porque hasta el momento nadie ha gobernado con el voto salido de los árboles. Pero es que para entonces la cosa estaba ya tan enfangada, en una espiral eterna de datos tergiversados e intermisiones, que si alguno de los dos hubiese prometido ir a la luna a andar por encima de las huellas de Armstrong, los espectadores ni nos hubiésemos enterado. Por suerte en algún momento nos fuimos a dos pausas publicitarias y aunque parecía que iba a aparecer alguno de los dos interrumpiendo también los anuncios de Estrella Galicia no lo hicieron. 

En definitiva, con los moderadores ausentes, como la moderación, los españoles asistimos al debate del non sequitur, un cara a cara más seco que el polvo de amianto. Una cosa tan ininteligible que todavía estamos tratando de averiguar qué es lo que hemos visto esta noche, idéntica reacción que durante una película de Christopher Nolan. Ambos se instalaron en un fango denso y profundo. Y en el barro todos nos terminamos manchando.  

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