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El fraude de la Segunda Enmienda

Una mujer reza junto al Walmart de El Paso, Texas.

María Ramírez

Algo iba a cambiar después de la masacre de 20 niños de 6 y 7 años y sus profesoras en una escuela de Newtown, en Connecticut. Algo iba a cambiar después del asesinato de 17 personas en el instituto de Parkland, en Florida, lleno de adolescentes muy preparados y dispuestos a luchar. Y una vez más algo puede cambiar después de los tiroteos masivos en El Paso, Texas, y Dayton, Ohio, con armas capaces de acribillar con 40 disparos en 30 segundos. 

La dejación de responsabilidad de los políticos republicanos y algunos demócratas incluso con el impulso de las tragedias más insoportables hace pensar que el gran problema de un país con más armas en manos de civiles que personas es irremediable. Sin embargo, Estados Unidos no se puede juzgar con parámetros europeos, ajenos a un lugar tan imprevisible y tan moldeable por el poder de los individuos. 

En contra de algunas letanías, el apego enfermizo a las armas, el poder de la Asociación del Rifle y la militancia ciega de muchos políticos no son parte de la esencia del país. Ni mucho menos. La fe irracional en la interpretación de la Segunda Enmienda como un derecho individual a tener cualquier tipo de arma sin ningún límite es un invento de finales de los años 80 que no arraigó hasta una década después. 

En su origen, la Asociación Nacional del Rifle, fundada por un periodista que fue corresponsal en Washington del New York Times, promovía la caza, y durante su primer siglo de vida apoyó activamente la regulación de armas. Después del asesinato de John F. Kennedy, el grupo respaldó la prohibición de la compra de rifles por correo (así había conseguido Lee Harvey Oswald el rifle con el que había matado al presidente). El republicano Richard Nixon, el impulsor de la ley de restricción de armas de 1968, consideraba una aberración que hubiera armas en manos de civiles. Entonces la idea de entender la Segunda Enmienda como el derecho de un individuo a armarse era cosa de Malcom X y las Panteras Negras, como cuenta la historiadora Jill Lepore en su gran libro These Truths.

Warren Burger, presidente del Tribunal Supremo nombrado por Nixon, dijo en 1991 que la reinterpretación de la Segunda Enmienda era “un fraude” a la opinión pública. 

La Segunda Enmienda como símbolo para los “nuevos” republicanos fue parte de la revolución conservadora en los 80 para crear un nuevo programa político en la ola contra el feminismo, los derechos civiles y la inmigración. No se trató de un lento cambio cultural, sino de una estrategia impulsada por personas concretas, como el senador republicano Orrin Hatch, que encargó un informe clave para reinterpretar la Constitución rebuscando en la historia del siglo XVIII. O Harlon Carter, el líder de la Asociación del Rifle que marcó la agenda actual del grupo y que había sido jefe de la Patrulla de Frontera. 

Los cambios en la cultura y los comportamientos aceptados en la sociedad suceden cuando hay un caldo de cultivo para ello, pero también cuando unas pocas personas, a menudo políticos, utilizan con destreza y visión las herramientas de propaganda y presión pública. 

En este caso, un cambio parece ahora inalcanzable en un país con casi 400 millones de armas, un negocio multimillonario de producción de armas que no deja de crecer, un presidente ajeno a la empatía o la razón que en sus mítines anima a la violencia y una capa de políticos pusilánimes que no reaccionan hasta que la tragedia les toca de cerca.

Pero la mayoría de los estadounidenses están a favor de la limitación de la tenencia de armas y de la prohibición de los kalashnikovs y otras armas de asalto, según las encuestas más recientes. Este año, 17 estados han aprobado normas para regular la compraventa de armas. Y por primera vez los grupos anti-armas tienen influencia en las elecciones, en parte por el dinero y el compromiso de Michael Bloomberg, empresario y exalcalde de Nueva York. 

Las cosas no siempre han sido así. Y no tienen por qué seguir siéndolo. Es una regla que vale para bien y para mal. Un motivo de esperanza, pero también un recordatorio de lo peligrosas que son las agendas partidistas con ocurrencias letales para cambiar la historia y la ley.

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