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Franco, ¿héroe inmortal de la Legión?

Acto de la Legión en Almería.

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Con la mano puesta firmemente sobre mi corazón declaro que no tengo nada contra el Tercio de Extranjeros. Todos los países que conozco disponen de unidades militares especializadas en tareas difíciles. Incluso, imposibles. Es lógico y normal. España tiene las suyas y, entre ellas, la Legión. Ha escrito páginas de gloria y también otras que no están exentas de episodios algo oscuros como igualmente ocurre con su prototipo, la Légion Étrangère.

Lo que sí me sorprende es que después de casi 40 años de demolición de la estructura institucional e ideológica de la dictadura franquista, una de las Banderas de la Legión siga llevando el nombre del dictador. No parece, en principio, demasiado acorde con el espíritu de la LMH (a pesar de sus defectos, algo ha hecho para que se borren nombres, alusiones, estatuas y símbolos no conformes con ella). 

La explicación de esta para mí anomalía que se aduce oficialmente es que con tal nombre se recuerda el mando que Franco ejerció entre octubre de 1920 y diciembre de 1922 de la Primera Bandera (y con cierta frecuencia también de la Segunda). Me parece un argumento muy débil. Por la misma razón, se le podría caracterizar como Capitán General de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire. También lo fue. Evidentemente, ya no se hace. 

Eldiario.es ha publicado un artículo que llama la atención sobre esta infeliz circunstancia.

Servidor sugiere alternativas, aparte de eliminar la actual denominación de la Primera Bandera. Ante todo, que el Ministerio de Defensa publique la hoja de servicios oficial de Franco y su expediente personal tal y como se conservan en el Archivo General Militar de Segovia. Con todas sus manifestaciones, cambios y aderezos. Sin aditamentos ni comentarios. En segundo lugar, que no olvide incluir lo que se conserva del juicio contradictorio por el cual se le denegó la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando. 

Nada mejor, creo, para que la grey de historiadores, los “pelotas”, los adversarios y los simples curiosos puedan, por sus propios medios y según sus capacidades y facultades, enjuiciar por sí mismos lo que los archivos oficiales han guardado hasta los últimos veinte años y seis años según los casos. Espero que no se objete con demasiada fuerza a una sugerencia que parece eminentemente razonable. 

Así, cualquier curioso podría examinar a su gusto -sin necesidad de hacer un viaje a Segovia- la forma y manera en que Franco veló por pasar a la historia del glorioso Ejército español. También discrepar de servidor por haber acusado al posterior Jefe del Estado y luengo dictador patrio de buscar conexiones, mentir, y siempre engañar a la soberana majestad del rey Alfonso XIII con su arrojo al querer tomar una loma que hubiese merecido tamaña distinción. Ciertamente, ya no volvió a obtenerla. La Gran Cruz se la concedió en 1939 un Gobierno sumiso. Cabe establecer la hipótesis de que historiadores y periodistas escasamente franquistas sabrán leer entre líneas y averiguar lo que pudo haber detrás.

Ahora bien, a quien esto escribe le irritaría sobremanera que dicha publicación no se viera acompañada de un comentario que pudiera discrepar, o no, de uno de mis reproches a Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos Nacionales. A saber, que se aprovechó de su elevada posición como dictador, tanto en la dura realidad de la guerra como en la paz, para forrarse el riñón desde casi el primer momento. En el bien entendido que, mientras tanto, sus jefes, oficiales y sobre todo sus soldados se dejaban la piel, la sangre y a veces la vida en las trincheras, o a resultas de fieros combates, en los hospitales de la retaguardia. 

Esto ya lo demostré hace años en un libro. Ahora bien, como ni hay historia definitiva ni historiador definitivo aprovecho la ocasión que me depara elDiario.es para anunciar que han llegado a mi poder elementos de carga suficientes para acusar a tan alabado jefe del Tercio de Extranjeros de dedicarse a una ocupación mucho más vulgar, pero también provechosa, como fue la de hacer todo lo posible para dorar sus blasones con el título de “vendedor de café a él no destinado”. 

Si los esforzados generales, jefes y oficiales que han pasado por la Legión seguirán, o no, sintiéndose honrados porque, en la actual democracia española, el antiguo jefe de su Primera Bandera continúe dando su nombre a una de las unidades de quienes no retroceden ante la posibilidad de verter su sangre por la Patria es algo que se me escapa como historiador. No en plan de ciudadano y mi respuesta es que ya hay bastantes “chorizos” en la política del presente como para mantener enhiestos los mitos de un dictador de antaño. 

Ahora bien, no ignoro que, como ya afirmó hace unos pocos años un distinguido novelista e historiador norteamericano, el profesor Viet Thanh Nguyen, “all wars are fought twice, the first time on the battlefield, the second time in memory”. En el caso español, incluso en tres ocasiones: en la guerra civil, en la dictadura y en la democracia. 

Franco no merece seguir deshonrando con su nombre a una Bandera de la Legión. Este componente de la Defensa puede acudir, sin duda, a nombres que lo merecen mucho más. Más valdría recurrir incluso a Viriato, que levantaría quizá menos objeciones.

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