Homenaje a Catalunya
Cuando llegué a España en realidad llegué a Catalunya. No sabía casi nada del independentismo, ni del catalán hasta que un día le pedí a un profesor de mi mierda de master que si podía decir lo mismo pero en castellano, porque no lo había entendido, y me dijo que no. Cuando empecé a hacer mis pequeños descargos camuflados en gracietas: “porque cuando ustedes nos conquistaron, jeje…”, me contestaron que ellos no habían sido, que había sido España. Y les pedí disculpas.
Me han explicado de muy malas maneras la diferencia entre una mandarina y una clementina en español y en catalán. Ahora la sé perfectamente. Y es una enseñanza para toda la vida. Una vez, un señor impaciente porque terminara de usar un teléfono público me dijo en español muy clarito que me fuera a mi país. Y así para todo. Un día me fui de Barcelona pero me quedé en España. Solo en Madrid me han llamado “panchita” con cariño y sin cariño.
Cuando me preguntan si en España han sido racistas conmigo contesto que nunca tanto como en Perú. Es la pura verdad. Si hay algo que queda de la colonización es la colonia. Y muchos años después de la independencia de mi paisito ya no se necesitaban españoles para matar indios, ya lo hacemos nosotros, gracias. Desde que tengo memoria son peruanos matando peruanos.
En el colegio, para aprobar el curso de Historia del Perú, teníamos que aprendernos la declaración de independencia del libertador José de San Martín: “el Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. Viva la libertad, viva la independencia”. A pesar de la republiqueta de señores criollos, blancos y ricos que tuvimos después, en una especie de Transición decimonónica, creo que estuvo bien aprenderse esas palabras y lo que significan. Y a pesar de que si no haces flamear la bandera blanquirroja todos los 28 de julio te ponen una multa. Patriotas a hostias. Aquí y en la China.
Mientras la policía española preparaba los mamporros de este domingo en Catalunya, medio centenar de migrantes se ha escapado del CIE de Aluche. No había latinoamericanos pero como si los hubiera. Inmigrantes escapando de España, dentro de España. Viva la libertad, viva la independencia. En estas elecciones los migrantes tampoco podían votar.
Si todavía yo viviera en Catalunya, oh paradoja, podría votar pero solo porque ahora ya soy también española. Los españoles votan, los que no son españoles no votan. Los españoles que quieren dejar de ser españoles deciden. Los que no son españoles, los sin papeles, sin nacionalidad, sin trabajo, sin derechos, no han sido invitados a la fiesta de la democracia y la libre autodeterminación, aunque en uno de los videos proselitistas del voto del 1-O salgan mujeres latinas bailando twerking. Publicidad de lo diverso sin contenido diverso.
Si no hemos sido incluidos en el referéndum, ¿lo seremos en una hipotética república catalana? ¿Cómo construir un Estado que no sea un engendro igual o peor que el Estado del que abominamos? ¿Habrá más papeles, menos colas, menos CIES? ¿Nos tomarán exámenes de acceso a la nacionalidad catalana en los que nos preguntarán quién es Carles Puigdemont?
Este domingo el Gobierno de este país dio un paso más hacia su inevitable implosión, negándole a los catalanes su legítimo derecho a la autodeterminación. Nos ha llenado de imágenes. El señor con la camiseta blanca y rota bañado en sangre. El mosso d’esquadra que llora y es consolado por civiles. El hombre con el ojo reventado por otra pelota de goma. La mujer que es lanzada por las escaleras de un instituto. Las patrullas de la Guardia Civil siendo apedreadas por la gente en Tarragona. La foto a lo Iwo Jima de la estelada resistiendo la carga policial (con photoshop incluido). La lágrima de sangre de la señora canosa.
Todos los viejitos que llegaron con bastones y acabaron arrastrados por los suelos. Los fachas cantando el cara al sol en Cibeles el día anterior. Los machos del PP midiéndosela con machos de la nueva vieja Convergencia. La chica a la que el policía tira del pelo. El hombre al que la policía tira de la oreja. La chica a la que el guardia le rompe los dedos de una mano. La masa empujando a la policía hasta hacerla retroceder. Los guardias civiles con pasamontañas arrancado urnas de las manos de los ciudadanos. El hombre descalabrado en una escalera de piedra y rodeado de botas. La señora jaloneada a lo Túpac Amaru por cuatro antidisturbios que levanta los brazos en señal de inocencia y parece a la vez a punto de alzar el vuelo.
La tristeza de ver, en unas calles en las que apenas hace unas semanas un demente mató a decenas de personas con una furgoneta, a otras furgonetas, esta vez de la Policía Nacional, arrasar ciudadanos con las manos en alto.
Si mi hija, que es española y peruana, hubiera seguido viviendo en Barcelona, sería seguramente, catalana y peruana ¿y española? No lo sé. Durante sus cinco primeros años de vida, la cultura catalana tuvo una presencia hegemónica en su vida: la lengua, la educación, la tele, el pulso vital de la calle. Y aunque me cueste decirlo, en muchas ocasiones sus profesores en el colegio me hicieron sentir que, aunque ella sí les pertenecía, yo no era, no podía, ser parte de esa cultura. Era demasiado tarde para mí, aunque no para mi hija. Y tuve que decir no. Ahora me pregunto hasta dónde se hubiera profundizado esa brecha si mi hija hubiera seguido viviendo en Barcelona.
España está a punto de perder, está perdiendo, a una generación entera. A todos esos niños que hoy han sido testigos directos de las cargas policiales, las afrentas, la humillación y la rabia. Esos niños que si ya estaban creciendo con una idea de identidad y libertad cada vez más alejada del concepto España, a partir de hoy ya no tendrán ninguna duda de que “eso” no son ellos. Si me hubiera quedado en Catalunya mi hija sería, con toda seguridad, independentista. Y después de la brutalidad de hoy quizás hasta yo.