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Un intrincado jardín llamado Europa

El jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, en Bruselas el 21 de marzo de 2022.
5 de abril de 2022 22:58 h

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Al aseado jardín francés de Josep Borrell no paran de crecerle plantas tóxicas. Si recuerdan, el jefe de la diplomacia europea decía en la primera semana de fervor bélico tras la invasión rusa de Ucrania que “los europeos hemos construido la Unión como un jardín a la francesa, ordenadito, bonito, cuidado, pero el resto del mundo es una jungla. Y si no queremos que la jungla se coma nuestro jardín tenemos que espabilar”. Fue impactante –y muy aplaudida por cierto- aquella explosión de nacionalismo paneuropeo tan irreal.

Apenas un mes después, la guerra de Ucrania sigue al alza con el guion previsto cada vez que hablan las armas. Con la brutalidad que se ensaña en masacres despiadadas como en Bucha y todas las Buchas que ha habido y habrá. Las mujeres y las niñas son víctimas de violaciones para dañar humillando como acto fijo en las contiendas. Sigue la guerra con sus mentiras y sus propagandas, sus conspiranoicos y comebulos que solo dejan la certeza de los muertos y desplazados auténticos y de las catastróficas consecuencias desatadas no solo para Ucrania sino para Europa también. Todo se resiente, las armas cotizan en el mercado de nuevos valores –dicen que hasta se “relanza” el sentimiento militarista español- y en cambio absorbe la recuperación de la pandemia, suben los precios. En España, ya saben, no sin ayudas de voluntades desestabilizadoras.

El jardín tiene, desde luego, plantas venenosas, regadas con esmero, en lugar de retirarlas como se hace con las malas hierbas. Sorprendentemente –desde el punto de vista de la lógica- la ideología que sube es la ultraderecha, la marca blanca del fascismo. Un germen que impregna la historia europea en sus diversas manifestaciones. Desde las matanzas de la codicia en las monarquías feudales y las que se escudaban en la religión a las imperialistas o de caudillos locales. Esa mezcla de nacionalismos con sus consiguientes rivalidades que estalla en la I Guerra Mundial y que toma forma absoluta de nazismo y fascismo en la II gran conflagración.

Europa tiene focos que operan exactamente igual que los volcanes. El conflicto latente y nunca extinguido erupciona en lavas de fuego con cierta periodicidad. Sucede en los Balcanes. Sin duda en el área rusa. En España funciona por su cuenta. De jardín ordenadito poco, aunque es cierto que la hoy llamada Unión Europea se creó para paliar esos desastres y poner fin a los continuos conflictos bélicos. Con fallos que lastraron su objetivo. El nacer como comunidad económica pero no social. Ahora parece que puede salir la Unión militar. UE económica y militar.

Hungría capitanea con Polonia el movimiento fascista actual. El cuarto triunfo electoral de Orbán con mayoría aplastante revalida su desprecio de derechos democráticos –la justicia, la información, la diversidad por sexos u orientación sexual- por los que está en entredicho en la UE pero nunca de forma tan tajante como para operar un cambio. La prensa libre ha sido acallada y los medios trabajan para mayor loa del dirigente ultra. En España sabemos de ese sesgo, llevado al extremo como en Hungría tiene consecuencias fatales.

En el artículo El gran peligro de Europa es el auge del fascismo que publiqué en 2015 ya se veían las trayectorias impunes que van destrozando la democracia y que ahora encuentran cauce y apoyo de más éxito en la Guerra de Ucrania. Violencia y totalitarismos no combaten la violencia y los totalitarismos. O no para un resultado positivo. Orbán capitaneó entonces el trato inhumano a los refugiados de las otras guerras más abajo, más allá, más silenciadas. Los periodistas de verdad también estaban allí contando lo que ocurría. Una de ellas era Olga Rodríguez, en crónicas que reflejaban la forma en la que el fascismo actúa contra los débiles a quienes considera inferiores: como animales, como piara de cerdos, así, les echaban comida guardias húngaros al servicio del gobierno ultraderechista de Viktor Orbán. Y no se apiadaban ni de los gritos de “Tengo un bebé, un bebé”. Gobierno votado en las urnas, como ahora, por individuos con ese derecho. Los negreros con mascarillas antes de la pandemia.

Y ese virus, el fascismo, no se combatió. Y ahí sigue Orbán, el mejor aliado de Putin, toda una evidencia y paradoja si se mira. Que no deja pasar armas por Hungría, dice, para no entrar en el conflicto, aunque pertenece a la OTAN. Asegura haber ganado a la izquierda y a la prensa internacional, a los burócratas de Bruselas y a Zelenski. Vox en España, Le Pen en Francia y Salvini en Italia le felicitan. Orbán, invitado de lujo de los ultras españoles en su cumbre internacional en Madrid. Los que sueñan con los mismos objetivos, y son apoyados por los mismos votantes y ascendidos a un gobierno por el PP que ahora ya es bueno, buenísimo, con Feijóo. Hasta para formar coalición o mutuo apoyo con el PSOE de Sánchez porque, según dicen sus escribas, ése es el propósito del nuevo líder popular: echar del Gobierno a Podemos. Para acabar con las “derivas” sociales en política, será.  

En Francia, las elecciones presidenciales dentro de dos semanas van a dejar para la segunda vuelta previsiblemente a Emmanuel Macron y Marine Le Pen. Unos cinco puntos les separan en los sondeos. La extrema derecha estaría recortando distancias. Habrá que ver hacia dónde se decantan los votos de los nueve candidatos excluidos. La llamada “peste parda” crece, pero no en todos los países. Lo suficiente para ser una amenaza a la democracia ésta que tenemos.

Zelenski, el presidente de Ucrania, habla al Congreso español tras pasar por los Grammy para pedir ayuda y el Consejo General de las Naciones Unidas. Putin no busca paz, dice. Las sanciones deben ser duras. Dejen de hacer negocios con Rusia. Como mensajes. Y cita a Porcelanosa y Maxam. Y evoca también aquel día de 1937 en el que fue bombardeada Gernika. En estos dos últimos puntos se ha notado incomodidad en algunos diputados. Es una especie de gira rápida. Y deja también un sabor a escenario cuando los muertos están en el suelo y los refugiados deambulando con los reducidos equipajes en el que concentran ahora sus vidas.

Una Europa, invitada de piedra y palo, a la contienda de Estados Unidos y Rusia sobre Ucrania no encuentra la unión que dice buscar para detener la guerra que nunca debió empezar, ni al menos ser estimulada. Intereses nacionales se superponen. En el fondo es la UE de siempre, con más voluntad pero sin la rotundidad que exige un momento como éste.  

Borrell siguió diciendo aquellos primeros días de marzo ante el Parlamento europeo y en declaraciones varias: “Hasta ahora Europa ha ido por el mundo con la rama de olivo predicando los DDHH y el estado de derecho pensando que llevaría a tener regímenes parecidos a los nuestros” y que era este un cuento de las mil y unas noches y que se iban a acordar de “aquellos que en este momento solemne no estén a nuestros lado”.

Guerra con atrocidades y mentiras, con graves quebrantos en la extensa onda expansiva. Los fascistas de todas partes ante su gran oportunidad de sacar tajada. Concluía Borrell su alocución parlamentaria diciendo: “Este momento debe impulsarnos a unirnos más para hacer frente a aquellas acciones humanas que amenazan la vida, la seguridad y la prosperidad de todos”.

Exacto, que sea a los fascismos, a la inhumanidad, a la codicia, a la escalada sin freno de la violencia. 

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