El más listo de su clase
Es el más listo de su clase, lo que no garantiza que vaya a ganar, o mejor dicho, a poder volver a gobernar tras las próximas elecciones generales. Se ha quitado a todos los críticos cuando, con audacia, se hizo con el PSOE, y los que quedan callan, pues prefieren lo que hay al PP con Vox. No tiene sustituto en un PSOE de nuevo unido, pero vaciado, algo siempre preocupante. De los que empezaron con él en el juego de la política quedan pocos, y los nuevos no parecen estar a la altura. Rajoy, Rivera, Iglesias (que previsiblemente como dicen los americanos seguirá in power but not in office) han caído en el camino por sus propios errores. Yolanda Díaz, a la que el presidente necesita, podría ser una excepción, por buena ministra y política -lo ha demostrado una vez más en el debate de la moción de censura-, pero de momento para encabezar la candidatura a la izquierda del PSOE es una potencialidad. Veremos.
El análisis político, al no poder tomar en cuenta no los imprevistos sino los imprevisibles, lleva a desechar cuestiones como la baraka -la buena suerte, que en realidad es saber aprovechar las oportunidades-, sobre todo cuando este país ha pasado por la pandemia y sus devastadores efectos humanos y socioeconómicos, y las consecuencias de la guerra de Ucrania. Crisis que no se han gestionado mal en términos económicos y sociales, como se le reconoce ampliamente al Gobierno y a su presidente, aunque este tenga un problema de cambios de criterio -pese a que, justamente, la flexibilidad y adaptabilidad puede ser un plus en estos tiempos convulsos- y de falta de calidez pública como se vio en el debate de la censura, que, de momento, le ha beneficiado. Aunque Feijóo debe estar también contento, pues refuerza su campaña por el voto útil al PP frente a Abascal y Vox desprestigiados por esa iniciativa inútil, si bien no se despega de un horizonte en el que habrá de gobernar con la extrema derecha.
Pero empecemos por la clase, su clase. Puede, efectivamente, que no sea la mejor. La generación de la Transición, los que la han hecho desde posiciones de responsabilidad, suelen hacer gala de superioridad frente a sus sucesores. Les tocó hacerla y la hicieron bastante bien. Desde luego, la Transición no fue fácil (muertes por el terrorismo de ETA y de otros, resistencias, intentos de golpe, crisis económica, reconversión industrial, etc.). Pero fue fácil en un sentido. El rumbo estaba claro, y había un amplio consenso al respecto en la sociedad española, que se puede resumir en “ser como los demás europeos” (occidentales): democracia, estado de Derecho, estado de bienestar (sanidad, educación, pensiones), crecimiento económico y más justicia social, modernización, etc. Lo que nos habíamos perdido al no poder, debido a la dictadura, formar parte del grupo inicial de la hoy Unión Europea. El camino y la entrada en las Comunidades Europeas fue una palanca esencial de cambio y modernización. La adaptación al fin de la Guerra Fría, también. Este ímpetu duró incluso hasta la entrada en la moneda única en 1999, ya con Aznar.
Después, aunque España ha cambiado y sigue cambiando profundamente, el rumbo se perdió, más aún con la invasión de Irak, con la crisis que se desencadenó en 2008 (y que llevó a España a una terrible devaluación interna, que redujo los salarios, y las pensiones; ¿se nos ha olvidado?), con la pandemia y sus efectos, con la revolución tecnológica y sus efectos positivos y negativos que no ha hecho más que empezar, con la actual guerra de Ucrania, la inflación (que tiene varias causas que el gobierno sólo puede controlar limitadamente), y el cambio geopolítico hacia Asia que en términos diplomáticos hemos visto estos días con Xi Jinping en Moscú y el primer ministro japonés Fumio Kishida en Delhi y Kiev, etc.. España perdió el rumbo, como casi todos los países europeos, y también la propia UE, pese a algunos indudables progresos. No es fácil, desde 2008, señalar qué rumbo tomar, salvo saber que no hay vuelta al pasado. En eso, la actual clase lo tiene más difícil.
El actual presidente del Gobierno no lo ha tenido fácil. Pero ha buscado, a diferencia de lo ocurrido en la Gran Recesión, una salida social y de inversión, también gracias a que el pensamiento político-económico europeo había cambiado (Merkel fue una mala canciller para España, Grecia e Italia). Los fondos europeos que se han conseguido son un hito, aunque acaben no siendo tan transformadores para España como se aspiraba. Pero España se está transformando, entre otras cosas porque las revoluciones tecnológicas (de varias dimensiones) y el cambio geopolítico en curso la están forzando a cambiar. Ahora bien, aunque haya proyectos sectoriales y parciales, falta proyecto de país. No es algo propiamente español. Casi nadie lo tiene en Europa (sí en Asia). Ahora bien, es algo que no depende sólo de un gobierno, menos aún de un partido, sino de toda la sociedad y del marco europeo y global, aunque sea tarea del presidente del gobierno, o del candidato a ello, impulsar esos horizontes.
Ha dirigido una respuesta social y económica a las citadas crisis. Con entre otras medidas, los ERTES (sistema de origen alemán adoptado por otros países en Europa) y la reforma laboral, con los aumentos del Salario Mínimo (que han resultado positivos pese a los vaticinios apocalípticos de la CEOE y del PP), y con el acuerdo sobre pensiones que parece apoyar Bruselas y que es condición necesaria para seguir percibiendo algunos fondos desde Europa, aunque no sea la solución definitiva y completa a la cuestión. O el aumento en inversiones en ciencia e investigación, en tecnología, en educación, es decir, en futuro, que Rajoy redujo (otros europeos, que no recortaron estas inversiones en futuro no lo entendieron). Sí, la deuda anda desbocada, y se anuncian otros tiempos más austeros desde Bruselas (y Berlín). La próxima legislatura no será fácil.
Por primera vez en muchos años, volvemos a tener un presidente interesado en la política exterior y que habla inglés, con algunos grandes éxitos europeos (como el citado fondo de recuperación y transformación europeo, pasos importantes en energía, y otros) y globales (ahora con el viaje a Pekín, en el que tendrá que demostrar autonomía española y europea respecto a EE UU), algunos errores como la forma en que se ha gestionado las relaciones con Marruecos, y, desde hace años, algunos olvidos, como América Latina, donde hemos perdido pie a pesar del esfuerzo último por recuperar terreno. Ahora bien, y desgraciadamente, en términos electorales la política exterior resta cuando sale mal, pero suele sumar poco cuando sale bien. Pero así se defienden intereses nacionales y europeos.
Sin duda, este presidente tiene instinto de poder, esencial en política. Probablemente, de los presidentes de la democracia, sólo lo tuvieron también González y Aznar. El instinto de poder lleva a saber cazar las oportunidades al vuelo, como lo ha demostrado una y otra vez. Y sí, ha habido un cierto deterioro institucional que viene de atrás. Como en otros países. “Macron tiene problemas porque nuestras instituciones ya no pueden generar suficiente consenso y fuerza política”, decía recientemente un comentario en Le Monde. Aunque mal de muchos … También se ha producido este deterioro aquí porque las generaciones posteriores a la de la Transición han sido demasiado conservadoras, han sido incapaces de renovar la Constitución y otras reglas e instituciones como se debería. Y este es un país que, históricamente, no sabe reformar constituciones, sino cambiar de regímenes. También este presidente ha sabido calmar las aguas -por cuánto tiempo es una cuestión abierta- en Cataluña. Sigue pendiente completar el sistema con una estructura auténticamente federal.
El Gobierno de coalición, el primero de la democracia, se ha planteado mal, quizás por bisoñez. No por la coalición en sí y por las dificultades de gestionar complicadas mayorías parlamentarias -vendrán otras-, sino por la forma en que se ha estructurado esa coalición, con un reparto de ministerios en compartimentos estancos. Yo mando tanques a Ucrania (pocos), sin que tú tengas nada que decir, y tú sacas la ley del “sólo sí es si”, sin entrometerme. Así se ha organizado un gobierno en reinos de Taifas -en el que el presidente se ha reservado los llamados, afrancesadamente, ministerios de Estado- en vez de un sistema entrelazado en el que un ministro es de un partido, su secretario de Estado de otro, etc. Cuando además hay titulares de ministerios y secretarias de Estado con mucho nivel, y otros u otras que no deberían haber llegado ahí. Se podría haber aprendido de otras coaliciones en Europa, o incluso del Tripartito catalán. Ha faltado, además, tras la salida de Carmen Calvo, un o una vicepresidenta política que coordinara todo eso, que no es la función del presidente. Esta carencia ha llevado a errores como la de la reducción de penas en la citada ley, y puede haberle costado al PSOE voto feminista, cuestión que ha perdido transversalidad. A pesar de ello, sigue siendo el más listo de su clase.
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