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La mano que mece la publicidad institucional

Pablo Casado y sus ex ministros

Rosa María Artal

Producen auténtica estupefacción las evoluciones del Partido Popular para sustituir la figura de su presidencia, sin cambiar nada. El PP ha apostado por la continuidad, intensificando su derechización. Las mismas o mayores mentiras, la cara de aquí no pasa nada con la corrupción que les echó de La Moncloa o el descomunal inflado de militantes. Los candidatos han tenido el descaro de presentar como avales de triunfo hasta a exministros reprobados o tocados al máximo como José Manuel Soria, en el caso de Pablo Casado.

Más aún, los discursos al inicio de su Congreso han mostrado un PP profundamente airado y soberbio. El ideario común ofrece un Partido Popular que considera ilegitimo el voto de millones de personas a partidos democráticos cuyo ideario no comparte. El poder les pertenece por derecho y se lo han robado. Cospedal, la secretaria general saliente, ha llegado a calificar de “felonía”, traición, la moción de censura de Pedro Sánchez “destructiva”. Todo es ETA ya. Hasta Sáenz de Santamaría para Pablo Casado.

Les han echado de La Moncloa pero no de todo el poder. Cualquier ciudadano que use su cabeza deducirá que los grados de corrupción de las instituciones a los que ha llegado España hubieran sido imposibles sin complicidades de peso. Desde luego un periodismo vigilante -que masivamente cumpliera su función- lo hubiera denunciado con contudencia.

Bien caro nos costó. El PP usó profusamente el dinero de nuestros impuestos para beneficiar, de forma desproporcionada y arbitraria, a medios que defienden su modelo. Corrupción incluida, se diría. La publicidad institucional repartida por la actual presidenta del Congreso Ana Pastor cuando era titular de Fomento, da buena prueba de ello. Benefició en particular a Losantos, La Razón, ABC y El Mundo. Y de la actitud: han tenido que revelar los datos a petición de eldiario.es y forzados por sentencia judicial.

Y ahí andamos porque para buena parte de los medios convencionales los auténticos enemigos son quienes quieren limpiar la putrefacción que nos anega. No hay parangón entre la virulencia que despliegan contra todo lo que no sea derecha o bipartidismo clásico que contra los corruptos incluso.

No es solo cuestión de ayudar a la subsistencia de los amigos, las contrapartidas a estas subvenciones tienen una decisiva influencia sobre la sociedad. Hurtar o manipular noticias priva a los ciudadanos del derecho a la información y fomenta creencias erróneas.

El trabajo de muchos periodistas ha ido descubriendo datos de esta prebenda en forma de la llamada eufemísticamente “publicidad institucional”. Es una larga cadena que incluye la administración central con todos sus ministerios, organismos y ramificaciones, se expande por autonomías, ayuntamientos y todo tipo de corporaciones locales y también internacionales. Por supuesto, no ha sido solo el PP quien ha incurrido en esta práctica. Es un capítulo a revisar profundamente.

En un trabajo anterior, hace dos años, vimos las distintas regalías de Ana Botella o Esperanza Aguirre en Madrid –comprueben el tratamiento recibido por ellas y el dispensando a Manuela Carmena-. Y de otras autonomías y ministerios. Ana Mato, condenada expresamente en Gürtel, favoreció a medios afines de forma desorbitada al frente de Sanidad, Igualdad y Asuntos Sociales. La Gaceta de Intereconomía (que llegó a cerrar por falta de ventas) y La Razón, el periódico menos leído de los nacionales, obtuvieron hasta 27 veces más publicidad que 20 Minutos y El País, que eran entonces los de mayor tirada.

ABC y La Razón han venido presentado a Rajoy como un aguerrido líder, mientras atacaban ponzoñosamente a sus rivales políticos. La prensa no debería tener rivales políticos, pero en España los tiene dada su implicación.

La hemeroteca guarda portadas especialmente hirientes. Como la de ABC en la que nos vendían las excelencias del equipo ejemplar del PP de Madrid. Si habrán cambiado poco las cosas que Casado nos ofertó otro Team bien similar.

Las televisiones y radios de los grandes consorcios se han comportado de forma similar. Marcando a quién odiar, y a quién salvar. A menudo, en contra de los intereses de los ciudadanos que, sin embargo, “compran” dolorosamente los mensajes como vienen y los difunden.

La pública, RTVE, ha sido en manos del PP de Rajoy, sigue siendo hoy aún, una fábrica de esconder información y manipularla. Cientos de denuncias de los consejos de informativos lo certifican. “El Telediario de TVE ha contado, transcurridos 10 minutos desde su inicio, que el PP ha sido encausado por la destrucción de los ordenadores de Bárcenas, aunque no contenían información relevante”. 1 de Diciembre de 2017, escribí, una vez más. De esta forma, más de dos millones de televidentes de cada edición se hacían una idea completamente distinta a la real.

El PP está roto, derechizado, furioso, infectado… vivo. Como demuestra el camino mediático surcado estos días. Está vigoroso todo el engranaje. La Audiencia Nacional va a investigar, nos dicen, las grabaciones de Corinna zu Sayn-Wittgenstein al Rey Juan Carlos I, anterior Jefe del Estado. Algo que produce –a mí al menos- una sensación ambivalente. De un lado la necesidad de indagar si existen responsabilidades por un uso fraudulento de nuestro dinero, si lo hubiere. Por este sistema que termina creando redes de impunidad en la que todos actúan de testaferros. Del otro (por así decirlo), el origen mediático de la filtración que la tizna gravemente. La cautela ante lo que no termina de cambiar.

La cuerda floja, entre aciertos y errores, puede romperse en cualquier dirección. O no, si se sustituye por un soporte sólido.

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