Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

El murciélago no es un ave, ni el delfín un pez

La Naturaleza ayuda a los niños a afrontar las situaciones de estrés

José Luis Gallego

La distancia entre nuestros jóvenes y la naturaleza se agranda por momentos. Tanto que amenaza con hacerles caer en el olvido. Y olvidarnos de la naturaleza, olvidar que formamos parte del engranaje de la vida en este planeta, nos puede salir muy caro como especie.

Tenemos a varias generaciones de jóvenes narcotizados por el dato. Millones de ellos viven sin importarles lo que sucede en las afueras de la pantalla. Están al corriente de la evolución del cambio climático, comparten fotos de animales y paisajes, compran eco y bio, pero no pisan el campo. El chaval mirando el eclipse de luna por el ordenador mientras su perro lo ve en directo por la ventana. A eso me refiero.  

Mucha gente piensa que no hay nada que hacer al respecto porque ése es y será su mundo y por lo tanto hacen bien en dedicarse a explorarlo. Que no debemos llevarnos las manos a la cabeza porque prefieran quedarse con wi-fi en el hotel a salir de excursión sin cobertura.

Son muchos los que no dan importancia al creciente desdén de los chavales hacia la naturaleza. Que no se preocupan porque nuestros jóvenes no sepan diferenciar un roble de una encina o porque crean que el murciélago es un pájaro y el delfín un pez. Pero a mí me parece una lamentable pérdida de acervo: de ese conocimiento del entorno natural que hemos ido acumulando a lo largo de la historia y que constituye nuestro más valioso patrimonio.  

Puede que los que de pequeños caímos en la marmita de la naturaleza también estemos atrapados en las redes: pero en las suyas, las que forman la trama de la vida.

En mi caso desde luego no cabe ninguna duda. Soy un yonqui del aire libre. Me siento física y emocionalmente unido al campo, al río, al bosque, a la montaña y a la mar. Cuando digo físicamente me refiero a que siento dolor cuando llevo demasiados días sin pisar el monte, porque el monte cura, e instruye.

Mi dato es el árbol, la nube, el pájaro. Creo firmemente que el entorno natural es la mejor aula del mundo, y el patio más divertido. Pero eso no evita que sienta una enorme curiosidad por la tecnología y por las nuevas formas de comunicación que nos brindan las redes sociales: ésas en la que han quedado atrapados nuestros hijos como salmonetes.

Les cuento todo esto porque ayer sábado, 26 de enero, fue el Día Mundial de la Educación Ambiental. Como todos los años los espacios protegidos y los parques de nuestras ciudades acogieron todo tipo de actividades lúdico ecológicas para atraer la atención del público: desde talleres de reciclaje o de huerto urbano hasta paseos en bici, yincanas al aire libre, salidas para observar aves o concursos para aprender a ahorrar agua y energía. Pero la educación ambiental es mucho más que eso.

No hay materia de enseñanza más necesaria y urgente. Debemos educar a las nuevas generaciones en el respeto al medio ambiente y el cuidado de la naturaleza. Pero no sería justo ni honesto delegar esa responsabilidad tan solo en los profesores. La educación ambiental puede ayudarnos a recortar la distancia que separa a nuestros jóvenes del planeta que habitan. Pero esa debe ser una tarea de todos.  

Por eso creo interesante recurrir a las redes sociales y la tecnología para intentar atraerlos hacia la naturaleza utilizando sus códigos, su idioma. Más que de educación estaríamos hablando de seducción ambiental. De echar migas de pan a los chavales para que dejen la pantalla y se vengan a la naturaleza: la descubran, la comprendan, la amen y la protejan.

Ese es sin duda uno de los grandes retos de la educación ambiental, y en eso andamos empeñados unos cuantos chiflados por el campo que no vamos a cejar en el empeño de atraer a los chavales a un viaje de revelación, con las mochilas al hombro, más allá de la cobertura.

Etiquetas
stats