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Con el nuevo rey, el BOE y la policía en su mano, Rajoy va a por todas

Carlos Elordi

Queda por saber si alguno de los ciudadanos que dejaron de votar a los dos grandes partidos en las elecciones europeas o de los que lo hicieron a formaciones críticas con ambos ha cambiado de actitud tras contemplar los fastos de la proclamación del nuevo rey. Porque caben pocas dudas de que la sucesión, además de una necesidad insoslayable, ha sido una gran operación propagandística. No sólo destinada a paliar el descrédito de la monarquía, sino también a mejorar la imagen de un Gobierno tocado y la de un partido, el PP, aquejado de muy malas perspectivas electorales. Y si no se puede descartar que el público más dispuesto a tragarse cualquier milonga se haya extasiado con los besitos que se prodigó la nueva pareja real, también cabe sospechar que el espectáculo haya dejado fría a la gran masa de los descontentos, que es la mayoría.

En definitiva, que estamos donde estábamos hace dos semanas, cuando el otro rey anunció su abdicación. Y por si alguien tenía dudas, este viernes el Gobierno ha anunciado su cacareada rebaja del IRPF que, por encima de cualquier otra cosa, es una medida electoralista que puede tener consecuencias muy negativas en distintos capítulos. Porque vista desde el exterior, y no sólo desde la UE y el FMI, sino también desde los mercados, resulta incomprensible que eso ocurra en un país que tiene una deuda pública del 96% del PIB y que pronto será del 100%, que sigue sin reducir el déficit del Estado a pesar de haber recortado brutalmente el gasto y la inversión públicas y en el que la presión fiscal es un 25% inferior a la media europea.

Por algo, el comisario europeo Oli Rehn se ha lamentado de que el Gobierno español no haya consultado a fondo a la UE. Aunque tal vez más significativo que eso hayan sido las palabras del subgobernador del Banco de España, Fernando Restoy, que ha dicho que “no se pueden perturbar los compromisos adquiridos” y que “está en juego la credibilidad del país”. Recordando que hace pocos días el gobernador de esa institución, Luis María Linde, se había manifestado en contra de una rebaja del IRPF y, en línea con la opinión de Bruselas y del FMI, había sugerido, en cambio, que se subieran algunos tipos del IVA para aumentar una recaudación fiscal que cae cada mes más, podríamos empezar a vislumbrar algo parecido a un conflicto sin precedentes entre el gobierno y el Banco de España.

Pero a Rajoy y a Montoro no debe importarle mucho ese riesgo, que seguramente no ha pasado inadvertido a los analistas internacionales. Nuestro Gobierno va al día. Y hoy debe creer que puede permitirse despreciar la opinión de la UE porque durante un tiempo, mientras se produce el relevo en la Comisión Europea, Bruselas no dará la lata. Y también que los nuevos recortes de gasto que tendrán lugar como consecuencia de la disminución de ingresos que supone la rebaja del IRPF se pueden dejar para más adelante, para cuando hayan pasado las elecciones de 2015. Ese es su estilo. Por algo empezaron su mandato retrasando la publicación de su primer presupuesto, el de 2012, hasta que se celebraron las autonómicas andaluzas de ese año, que ni por esas ganaron.

Y ese juego descarado con los intereses de los españoles no ha hecho más que empezar. A Rajoy y a los suyos les entró el miedo cuando vieron que cerca de un 40% de sus votantes les habían dado la espalda en las europeas y, sin expresar en público la mínima reflexión sobre ese desastre, se han dispuesto a hacer lo que sea para que la onda expansiva de ese golpe no llegue a las generales y tenga el mínimo impacto posible en las autonómicas y municipales. La crisis en la que ha entrado el PSOE y el PSC les ha venido de perlas en ese sentido, aunque algunos de ellos digan que les preocupa la inestabilidad que de ello pueda derivarse.

Inane el Parlamento, paralizada la oposición socialista, está claro que el Gobierno tiene en su mano poder e instrumentos suficientes para hacer muchas cosas en su provecho. Y la abdicación de Juan Carlos confirma que no se van a parar en nada si consideran que eso les conviene. Porque caben pocas dudas de que Rajoy ha jugado un papel protagonista en esa operación.

No sólo porque era tarea inevitable del Gobierno impedir que el anterior rey siguiera en el cargo el día, cada vez más próximo, en que el juez Castro imputara a su hija de complicidad en gravísimos delitos de corrupción por el asunto Noos, en cuyo origen, según distintos indicios publicados, algo tuvo que ver el propio Juan Carlos. Sino también porque la sucesión ha sido diseñada, con bastante eficacia, por cierto, para que la imagen del Gobierno saliera lo más beneficiada posible por la operación.

El muy bien escrito y articulado discurso de Felipe VI ante las Cortes es una clara expresión de ello. Porque más allá de sus insuficiencias y de su fallo democrático de base –el de dar por hecho que la monarquía es asumida sin discusión alguna por la ciudadanía–, y por encima de sus benevolentes intenciones, del texto se desprendía el mensaje de que las decisiones las toma el Gobierno. Lo cual, en las circunstancias presentes, quiere decir simplemente que el que manda es Rajoy.

Que eso lo reconozca el personaje del momento, un rey que llega limpio de polvo y paja al trono –o cuando menos eso es lo que pretenden sus exégetas, que si alguien se pusiera a escarbar, algo no del todo impoluto podría encontrar– es muy bueno para el jefe del PP. Y que tal evidencia se imponga en demérito de todos aquellos, algunos sospechosamente próximos a La Moncloa, que en los días pasados se han llenado la boca que Felipe traía la regeneración política bajo el brazo, es un precio que el líder de la derecha puede muy bien pagar.

Está claro que con unas y otras cosas Rajoy ha ganado tiempo. Tal vez sólo unas semanas, lo cual es como decir que se ha colocado a la vuelta del verano. Pero los lobos quedan para septiembre. Y una cosa más: la irracional represión de las manifestaciones republicanas del jueves, que un Gobierno mínimamente inteligente y no permanente atemorizado por lo que pueda decir su caverna se podía haber ahorrado, son la expresión más nítida de los burdamente que hacen las cosas los que no mandan. Y eso, aunque también dé miedo, puede sugerir que pueden meter la pata en cualquier momento.

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