Post-mierda
Van a por todas. Es indudable. Han conseguido ya que los trabajadores se convenzan de que su enemigo son los otros trabajadores y no los capitalistas. Han conseguido que creamos que los sindicatos no nos sirven y que la huelga y la protesta no son válidas porque molestan, no son educadas y además tienen consecuencias. Están consiguiendo desmontar todo un sistema de protección, pero no se quedan ahí. No, que va. Quieren desmontar también nuestro sistema de creencias y principios, el que propició la instauración de las democracias occidentales. Nos han convencido de que la manipulación y la mentira se llaman post-verdad y ahora nos quieren colocar el post-Estado de Derecho y la post-democracia, o sea, la dictadura.
Llevan tiempo estimulando las emociones (post-verdad) más primitivas para hacer que el pueblo piense que la venganza es el principio rector de la Justicia. Justo lo contrario de lo que creemos como sociedad. Han hecho que el elemental principio de que “más valen cien culpables en la cárcel que un inocente preso”, que está formulado precisamente para proteger a las personas honradas del poder omnímodo del Estado, se cuestione y que el término “garantista” se haya convertido casi en un insulto.
Ahora van a por la libertad de expresión. El principio liberal -en el sentido que esta palabra tenía antes de que se la apropiaran y la pervirtieran- que nos hace entender que hace menos daño a la sociedad que algunas ofensas queden impunes que el establecimiento de cualquier forma de censura, también se está socavando a base de manipulaciones masivas en las ordalías de las redes sociales en las que se confunden y entremezclan las opiniones fundadas con los exabruptos viscerales de los más acríticos y poco formados. La confusión alcanza ya tal magnitud que afecta a estratos que pensábamos más ilustrados. El hecho de que en la Comunidad de Madrid se esté intentando legislar para que sea la Administración la que controle las supuestas ofensas al honor realizadas en las redes es tan alucinante que nos deja paralizados. Y no sólo porque vayan a saltarse a la torera que el legislador, que aún respetaba los principios, haya entendido que la libertad de expresión -sin la cual es imposible un sistema democrático- merece tal protección que sólo puede regularse mediante ley orgánica. Es la esencia del discurso que nos ofrecen la que pone los pelos de punta. Es inconcebible que la administración vaya a decidir qué es ofensivo o no en las redes con un control judicial inexistente, excepto por vía contencioso-administrativa. Inconcebible, pero en marcha está y sin grandes protestas.
También quieren cargarse el Estado del Bienestar. Así que frente a la consideración de que la equidad y la justicia nos obligan a proteger a los más débiles, estableciendo sistemas de ayudas, nos ponen enfrente los engaños y los fraudes para que ponderemos la necesidad de desmantelarlos. Pagamos todos y eso hace que debamos enfurecernos ante los que se aprovechan y nos sacan la pasta. Normalmente minorías o colectivos concretos, a los que se apunta con una xenofobia evidente. Esos inmigrantes que vienen de fuera a saquear nuestros recursos. De nuevo es evidente que es mejor que un mínimo porcentaje nos engañe que dejar a la mayoría de los más débiles sociales sin apoyo, pero están empezando a conseguir que mucha gente sienta lo contrario.
Van a por todas. Estamos asistiendo al fin del mundo que conocimos. Ninguna distopía fue tan terrible, a fin de cuentas la realidad supera siempre a la ficción. Cuando nos intentaron alertar sobre los males del futuro aún éramos capaces de detectar el horror de sociedad que planteaban. Ahora, ni eso. Han conseguido que el futuro nos alcance y que nada de lo que nos amenaza nos parezca peligroso. Muy por el contrario han logrado que nosotros mismos nos explotemos, nos esclavicemos, nos amordacemos y todo creyéndonos libres y dueños de nuestros actos. Las nuevas generaciones, en muchos casos, han sido programadas para ni siquiera entender estos argumentos o la necesidad de mantener vivo este debate.
No hay peligro que nos aceche mayor que este. Todo aquel que sea capaz de percibir lo que sucede está obligado a denunciarlo, para evitar que las espirales del silencio de la opinión imperante acaben arrastrando los grandes principios por el sumidero de la historia. Y al próximo babieca que le hable de la puta post-verdad, mándele a la mierda.