El PSOE pierde unas cuantas plumas en la batalla
Aunque el espectáculo va a seguir todavía algunos días, quién sabe si semanas, ya hay elementos para hacer un balance del rifirrafe de los títulos académicos. Empezando por recordar cómo empezó y por subrayar que fue la iniciativa independiente de este periódico la que rompió el fuego. Sin las revelaciones que hace menos de una semana hizo eldiario.es sobre las irregularidades del máster de la ministra Carmen Montón, el devenir político habría seguido por los cauces por los que discurría hasta ese momento. Con la monotonía que marca una situación llena de incógnitas acuciantes y gravísimas pero que ninguno de los actores en escena es mínimamente capaz de desbloquear.
Desde un primer momento estuvo claro que la denuncia iba a provocar un cambio de escena. Porque las denuncias eran contundentes; porque, a las pocas horas de haber sido publicadas, la ministra expuso unas explicaciones increíbles que no se comprenden cuando conocía desde hacía días que esa información iba a publicarse. ¿Cómo pudo decir que no sabía dónde estaba el centro universitario al que acudía, porque “iba en taxi”? ¿Qué dirección le daba al taxista? ¿Qué clase de gabinete, de asesores, había contratado?
Y, sin embargo, el gobierno le apoyó durante más de un día y medio, con su presidente a la cabeza, cuando para todos estaba claro que ese apoyo no iba a poder durar mucho, que Carmen Montón estaba sentenciada, porque las mentiras y el máster regalado eran un peso insoportable. Sin embargo, Sánchez y los suyos hicieron el paripé. Y la ministra pareció enrocarse. Como había hecho Cristina Cifuentes. Tanto que cuando los máximos responsables del PSOE empezaron a cambiar de discurso –seguramente influidos por la creciente desazón interna en el partido y también por la opinión de sus socios parlamentarios, Podemos, PNV y partidos catalanes– anunció que iba a comparecer en el Congreso. Para frenar las tentaciones de echarla.
De repente, y sin que nadie haya explicado cómo, su trabajo de fin de máster apareció en manos de La Sexta. Y este medio desveló, tras un trabajo que duró pocas horas, que el texto era un plagio descarado. No cabe descartar la hipótesis de que tal chapuza se redactara después de que eldiario.es lanzara sus revelaciones y que fue la premura y la desfachatez de la ministra por encargarla lo que la hizo que fuera tan impresentable.
Y tampoco se puede descartar que fuera alguien próximo al Gobierno quien facilitara el texto a La Sexta. Y no cualquiera, sino alguien situado muy arriba como para tener acceso a ese material, que sólo la propia ministra podía haber facilitado. En definitiva, que es posible que Carmen Montón haya caído víctima del “fuego amigo”, tal y como le ocurrió a Cristina Cifuentes con el vídeo del robo de las cremas en el supermercado. Las prácticas fraudulentas se repiten, las salidas drásticas también.
Concluido ese capítulo de forma tan poco gloriosa –salvo para este diario, que de nuevo ha subido varios enteros en la escala de la credibilidad y la autonomía-, empezó el de la tesis doctoral de Pedro Sánchez. No hay que darle muchas vueltas al porqué de las acusaciones de Albert Rivera. Ciudadanos necesita protagonismo político en clave de debelador de los excesos del bipartidismo y máxime cuando su discurso único anti-independentista empieza a aburrir, entre otras cosas porque la crisis catalana está, de momento, en stand-by.
Y lo de la tesis del hoy presidente del Gobierno está en todos los archivos que se precien. Porque formó parte de la munición que sus rivales utilizaron contra él para apartarlo de la secretaría general del PSOE. Cayó en el olvido tras su dimisión forzada, pero el gabinete de Rivera lo ha reverdecido. Y no porque Ciudadanos tuviera indicios de irregularidades en su contenido, sino porque Sánchez decidió ocultar el texto. No se entiende por qué lo hizo. A menos que la lectura del mismo revele que contiene barbaridades o que es de una mediocridad tan grande que es indigno de un líder o que no justifica la magnífica nota que obtuvo.
Lo cierto es que esa ocultación ha permitido que Rivera propine un fuerte golpe a la imagen de su rival, Pedro Sánchez. Sin acusarle directamente de nada, le ha cogido en renuncio y, como el que no quiere la cosa, a los ojos de una parte de la opinión pública, le ha colocado cerca de los políticos que no tienen una trayectoria del todo limpia. El presidente del Gobierno debe estar arrepintiéndose de haber escondido su tesis.
Que Pablo Casado haya salido tan mal parado como él del rifirrafe, o bastante peor, puede ser una cierta compensación. Porque, al final, el líder del PSOE ha enseñado su texto y el del PP sigue ocultando y trampeando todo lo que tiene que ver con máster en la Rey Juan Carlos. Hasta que tenga que tirar la toalla, algo que parece ineluctable, a corto o medio plazo –probablemente no antes de que se celebren las municipales y autonómicas- diga que lo que diga el Tribunal Supremo al respecto. No pocos en el PP saben que ese destino es inevitable.
Moraleja: el PSOE está más tocado que hace quince días y el capítulo de las bombas para Arabia Saudí no ha servido precisamente para mejorar su imagen. Y menos las explicaciones finales de Josep Borrell. Pero el PP también. Y Ciudadanos gana puntos, al menos por ahora, al tiempo que Podemos se queda como estaba o tal vez con algo más de capacidad para hacer oscilar a su favor su particular y siempre endeble relación con el PSOE.
Eso en el terreno estrictamente político. Porque en el terreno de la moral pública, de la imagen de la política entre los ciudadanos, el espectáculo no ha hecho sino rebajar unos tantos más la ya bajísima credibilidad de los partidos. Aunque en su seno, en unos y en otros, haya mucha gente que no tiene nada extraño en sus currículos aunque estos sean muy modestos y que nunca ha sentido la necesidad de engordarlos: ¿para quedar bien con quién? ¿O es que no basta con ser político desde joven y haber subido puestos en el escalafón de su partido para que él y los suyos se sientan orgullosos de su trayectoria?