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El regalo de ‘Yoli’ al PP y Vox

La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz (2d) interviene junto al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i) y la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño (2i) durante la sesión de control al Gobierno este miércoles en el Congreso. EFE/ Javier Lizón
23 de diciembre de 2021 21:53 h

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Esta es la historia de dos países llamados España. Uno de ellos está al borde del apocalipsis, por culpa de un gobierno castrochavista ilegítimo, incompetente, traidor y criminal cuyo único objetivo en este mundo es la destrucción compulsiva de todo lo que tiene a su derredor. Un gobierno al que hay que derribar a como dé lugar, por el bien de la patria, y contra el que caben insultos, mofas y descalificaciones incluso en sede parlamentaria. Es el país de Vox y de un PP irremediablemente escorado a la extrema derecha. El otro país es el que vimos este jueves: uno donde empresarios y sindicatos, coordinados por el Ejecutivo, negocian civilizadamente y se ponen de acuerdo, como no se había visto en tres décadas, para reformar una ley laboral que resultaba claramente lesiva para los trabajadores.

La artífice de este indudable éxito ha sido la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. La misma a la que desde las hordas de Vox se refieren despectivamente como 'Yoli' y a la que la portavoz de la formación ultra, Macarena Olona -la misma que se indigna cuando alguien califica a su partido de extrema derecha-, llamó “fea” en sesión parlamentaria. Más allá de lo que cada cual pueda pensar sobre los atributos de la titular de Trabajo, el hecho de introducir el aspecto físico como un elemento del debate político solo revela la fealdad intelectual y moral de quien procede de tal modo. Pues bien, esa 'Yoli la fea' ha hecho el regalo más triste de Navidad a una derecha empeñada en hacer lo que sea, incluso romper a pedazos la convivencia en España, con tal de llegar al poder: un acuerdo. Un pacto. Un arreglo entre dos partes con intereses habitualmente contrapuestos, como lo son la patronal y las organizaciones de trabajadores.

El PSOE y Unidas Podemos se habían comprometido alegremente a derogar por completo la ley laboral de 2012, que el Gobierno de Rajoy impuso por decretazo ante su incapacidad por poner de acuerdo a los agentes sociales. Digo alegremente, porque en realidad lo que había que tumbar de esa ley eran algunos aspectos muy concretos que perjudicaban de manera clara los intereses de los trabajadores. Por las noticias que trascendían al cierre de esta columna, los puntos más sensibles quedarán derogados: se limitará el uso de los contratos temporales para evitar abusos, los empleos estacionales previsibles se harán mediante contratación fija discontinua, los convenios sectoriales volverán a primar sobre los convenios empresariales, y los pactos colectivos mantendrán su vigencia hasta que las partes se pongan de acuerdo para renovarlos. Esto no significa que a partir de ahora tendremos un mercado laboral justo y equilibrado. Falta mucho trecho para lograr ese objetivo. Sin embargo, lo novedoso de este caso es que se han deshecho algunos atropellos perpetrados de manera unilateral contra los trabajadores por el anterior Gobierno del PP. Como bien señaló ayer la ministra Díaz, se trata de la “la primera reforma laboral que recupera y gana derechos para los trabajadores”. Hasta ahora la tradición era que las reformas –tanto las del PP como las del PSOE- recortaran sistemáticamente sus derechos en nombre de la “competitividad”, la “productividad”, la “disciplina fiscal” y la sacrosanta globalización. 

Supongo que el jefe de la patronal, Antonio Garamendi, se enfrentará a la ira del PP y Vox por haber pactado con la internacional comunista cuyos hilos mueve desde desiertos lejanos George Soros. Hace seis meses, Garamendi tuvo que aguantar los desaires de ambos partidos por osar decir, en relación con los indultos a los presos del procés, que “si las cosas se normalizan, bienvenidas sean”. ¿Cómo se le ocurría a un aliado natural de la derecha bendecir la normalización del país, cuando lo que se busca es todo lo contrario: un clima de confrontación permanente en el que no caben matices e intersticios para el entendimiento? Y ahora, como diría Pablo Casado, ¿qué coño le habrá pasado por la cabeza para que permita al Gobierno anotarse el tanto de, nada más y nada menos, una reforma laboral consensuada? ¿Por qué cojones le otorga ese balón de oxígeno al enemigo? 

No conocemos los entresijos de la negociación de nueve meses que ha parido el acuerdo. Suponemos que en el ánimo de la patronal han pesado los fondos europeos para la recuperación económica, que en últimas se destinarán a estimular el sector productivo del país. Y esa inyección de dinero –no hay que ser un lince para advertirlo- les vendrá de perlas a los empresarios. Tal como señalamos en una columna anterior, las ayudas de Bruselas explican en buena parte la desesperación de la derecha. Estamos hablando de unas sumas extraordinarias que, por esas cosas a veces molestas de la democracia llamadas elecciones, les ha correspondido gestionar a los 'rojos irresponsables' y no a los que 'conocen las necesidades reales de los españoles'.

La reforma laboral no es el único regalo navideño que está recibiendo la derecha desde el país real. El Gobierno también ha logrado sacar adelante los Presupuestos, revalidando los apoyos de la investidura, lo cual indica que el mandato PSOE-UP sigue campante su curso sin que se produzca una crisis de gobierno como la portuguesa, que dos meses atrás celebraba nuestra derecha como la antesala de lo que sucedería inexorablemente en España. A ello se suma el último barómetro del CIS, en que el PSOE amplía en 7,2 puntos su ventaja sobre el PP. Y está además el resultado de la comisión parlamentaria que investigó la operación Kitchen, que ha llegado a la gravísima conclusión de que Mariano Rajoy y Dolores de Cospedal conocieron la trama ilegal montada en el Ministerio del Interior para tapar los escándalos del PP.

Definitivamente, en el país real las cosas no marchan como les gustaría al PP y Vox. Se entiende que prefieran recluirse en su país virtual, ese territorio mágico que está a punto de ser destruido por las turbas bolcheviques. 

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