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Opinión - Junts, el bolsillo y la patria. Por Neus Tomàs

La era Trump de la mentira

En la imagen, el presidente de EE.UU., Donald Trump. EFE/EPA/TANNEN MAURY

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Hoy ya no se elige al, siquiera oficiosamente, presidente del mundo como solía ocurrir. La hegemonía absoluta de Estados Unidos en pasadas décadas ha quedado un tanto dispersa. China le planta cara, Rusia sigue inequívocamente presente y el divorcio con Europa es cada vez más hondo. Donald Trump fue su resultado. Y el origen de entender la política como un negocio, con apariencia democrática, en el que cabe toda trampa. Ni mucho menos es Trump el inventor de la mentira como forma de gobierno, pero sí el que la ha consolidado con rotundidad.

Todos mienten, pero Trump es un experto”, publicaba ya en 2017 The New York Times. “Parece haber llevado lo que la escritora Hannah Arendt alguna vez llamó el conflicto entre la verdad y la política a un nivel totalmente nuevo”, alertaban. Y así fue. Bulos, mentiras, fake news, recibieron el aval presidencial para constituirse en una bomba que ha estallado en el cuerpo del propio sistema, alterando partes sensibles. Y lo prueba, ese vallar la Casa Blanca, tapiar los comercios, votar con temor por la violencia que ha desatado la ruptura de valores fundamentales. Incluso temer las trampas del presidente para atrincherarse en el poder. Trump ha sido y es un Atila para la democracia.

Desde Goebbels en los años 30 como símbolo, antes y después, la mentira ha formado parte de la política, a partir de Trump se acepta sin asomo de escrúpulo. Dirigentes desaprensivos en Europa, en España desde luego, la practican con soltura. En alianza con los medios de comunicación en una de las peores etapas de su historia.

Un memorable artículo de Javier Valenzuela de 2018 en Tinta Libre repasaba las mentiras que desde Procopio en el siglo VI al trío de las Azores en 2003, desde el visionario magnate de la prensa amarilla William Randolph Hearst -que prendió la mecha de la guerra de 1898-, a la conspiranoia del 11M de Pedro J. Ramírez en El Mundo han existido y, añado, causado un daño inmenso. Con Trump se dio el pistoletazo de salida para una nueva fase que encuentra un aliado impagable en las redes sociales. Y una sociedad infantilizada en amplios sectores, crédula, que prefiere engullir mentiras a buscar razones a lo que le cuesta entender.

Trump partió su singladura hacia la Casa Blanca con los bulos contra Hillary Clinton en la anterior campaña electoral. Llevaron al ataque a una pizzería buscando “esclavos sexuales” en 2016. Ya presidente, se inventó en 2017 un atentado terrorista en Suecia para justificar su racista veto a los emigrantes, con “Lo que ha pasado esta noche en Suecia. ¡En Suecia!” que nos dejó estupefactos. Mintiendo sin tregua, se le han contabilizado a Donald Trump unas 20.000 mentiras. Al menos son las que se exponen en un mural en Nueva York de 15 metros de largo y 3 de alto, distribuidas por temas y colores. Se calcula que miente en el 69% de lo que dice como mínimo. Y, gane o pierda, veremos que millones de personas lo avalan. De momento, le llevaron a dirigir EEUU durante 4 años.

Pablo Casado en España estrenó su presidencia del Partido Popular mintiendo a saco, como había practicado de portavoz. Al igual que su colega Díaz Ayuso, en algunos casos lo que dicen es un puro dislate pero la mayor parte vienen con una fuerte intencionalidad. Nada más llegar, en 2018, Casado dijo que la Transición fue “un pacto entre ambos bandos” que incluía respetar a Franco. No es cierto, ninguna democracia, por muy imperfecta que sea, incluye admitir y venerar a un dictador pero, tanto el PP como su apéndice Vox y los medios a su servicio, han logrado desfigurar la dictadura con este tipo de declaraciones.

La ley del aborto de 1985 “se hizo por consenso” de PSOE y PP, dijo Casado. Cuando en realidad el PP votó en contra y la recurrió al Constitucional. Sus bulos racistas contra la inmigración –ese clásico de la ultraderecha-  provocaron que ACNUR pidiera a PP y Ciudadanos una reunión en 2018  para aportarles los datos reales y advertirles del daño a los Derechos Humanos que causa falsear los hechos en este tema.  La última, llamar al opositor de ultraderecha Leopoldo López, “El Mandela venezolano” hace saltar los oídos. Con la pandemia lo hacen a diario, incluyendo voces “moderadas” como Ana Pastor Julián o Cuca Gamarra, a quienes no les tiembla la voz para soltar bulos y hasta calumnias contra sus adversarios políticos. Lo de la marca Vox es ya un auténtico delirio de invenciones interesadas.

Sembrar de mentiras la vida real, más allá de las promesas incumplidas, acarrea consecuencias indeseables. No solo es caminar sobre aguas pantanosas, edificar en falso, vivir en la irrealidad, es lo que esta actitud irracional conlleva. La profunda inseguridad que crea sentir falseados los datos de la incidencia del coronavirus, por ejemplo. Y, sin duda está en la causa que ha alentado las teorías negacionistas del coronavirus y de cuanto sus abducidos consideren molesto. Esos medios que mienten en titulares de forma tan flagrante coexisten con programas de ciencia ficción a cuyas fantasías se les da verosimilitud, con las tertulias distorsionados y con los haters enfebrecidos de redes. Es gravísimo lo que ocurre: un cóctel explosivo.

Como Olga Rodríguez, espero que una eventual derrota de Trump, provoque “una importante pérdida de fuelle del populismo neofascista no solo en EEUU, también en Europa”, a pesar de que no cambie las estructuras. La España profunda es tan honda como la América profunda de Trump, y añadimos ese gusto por la corrupción con solera en quienes votan corrupto sin mayor miramiento. Aunque no quede mucho más atrás la de quienes mueven los hilos con trampas allá y más aquí hasta para alterar el curso de la Historia.

Leo en uno de los archivos consultados (el artículo de The New York Times) que un asesor político republicano, Whit Ayres, gustaba decir a sus clientes que existen tres claves para lograr la credibilidad: “Uno, nunca defiendas lo indefendible. Dos, nunca niegues lo innegable. Y tres, nunca mientas”.

Ojalá regresen al menos los tiempos de esas buenas intenciones, o de los votantes que las valoren. 

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