Welcome home, Pedro
Cuando Pedro Sánchez aterrice de vuelta, tras su viaje por tierras norteamericanas, encontrará un gobierno en situación más precaria y con peores perspectivas que aquellas que tenía cuando se marchó, que tampoco eran para echar cohetes. Quién le diga lo contrario, o le miente o le pagan por hacerlo. Lo más grave no es que la situación haya empeorado, en la política esas cosas pasan; lo realmente preocupante es la deriva de que las cosas se han ido estropeando por causas y motivos más bien irrelevantes, que solo importan los tertulianos, los jefes de prensa y sus políticos, mientras los asuntos que realmente afectan a la vida de la gente, o pasan desapercibidos, o duermen el sueño de los justos.
España es un sitio donde quien no gobierna siempre se anda escandalizando por algo. No tiene remedio ni tiene solución, solo puedes aprender a convivir con esa constante. La única manera de sobrellevar la bronca, en un país donde siempre se escandaliza quien quiere y siempre hay alguien deseándolo, consiste en adelantarse con contundencia y tirar hacia adelante sin mirar atrás. Las estrategias de negación o justificación solo sirven para multiplicar exponencialmente el ruido y la bulla.
Cuando cuentas 84 diputados y una oposición dispuesta convertir el filibusterismo parlamentario una misión divina, no conviene dejarse enredar en una discusión sobre normas y procedimientos. Si vas a perder, que al menos la derrota te pille haciendo política, no discutiendo el reglamento. Si tienes políticas y un presupuesto que se pueda defender políticamente, preséntalo y que quienes lo vayan a tumbar deban explicar por qué están en contra de tus políticas sanitarias o educativas; no les concedas la ventaja de poder pasearse por todas las televisiones jurando que lo hacen por amor a la Constitución, o llamándote golpista y tramposo con la naturalidad que Villarejo empleaba para obtener sustancia en sus grabaciones.
Cuando un ejecutivo en evidentes horas bajas comienza a liarse hablando de la apremiante necesidad de regular qué publican los medios de comunicación, o comete el error de principiante de presentarse como una víctima de no se sabe bien qué o quién, solo pone en evidencia que el asedio ha alcanzado los últimos muros de defensa. Los únicos gobernantes democráticos que legítimamente pueden reclamar su papel en la historia como víctimas son Salvador Allende y Adolfo Suárez. Aparte de ellos, cada vez que una autoridad se autoproclama víctima de alguna siniestra campaña de acoso y derribo, pretendiendo hacernos creer que todo el poder del Estado y el BOE representa en realidad un problema, el resultado final suele acabar en una disculpa, una o dos dimisiones y algún viaje oficial.
La libertad de expresión no se toca. La mentira se combate con la verdad, no con leyes que digan dónde está la verdad y quién la administra. A lo mejor el Gobierno y el presidente Sánchez deberían probar a dejar de quejarse por el estado del campo, el reglamento o el árbitro, y empezar a mover el balón; es una opción.