La acción de ir a votar es más compleja de lo que primera vista parece porque conlleva dos tipos de desafíos: los logísticos y los políticos. Entre los primeros, se encuentran todos los asuntos relacionados con la mera organización de los comicios: desde la contratación para la impresión de las papeletas a garantizar que se abra el centro de votación el día concreto a la hora precisa, pasando por la coordinación de las fuerzas de seguridad.
Los retos políticos tampoco son menores: desde garantizar que se vota en libertad a controlar que las fronteras de las circunscripciones electorales no cambien de un día para otro; pasando por vigilar que los medios públicos de comunicación –el medio mayoritario que utilizan los ciudadanos para obtener la información electoral– sean equilibrados en su cobertura y que ningún partido o candidato compita con recursos indebidos.
Como se entiende, los problemas logísticos son conceptualmente diferentes a los políticos, si bien la línea que diferencia a unos de otros puede no estar completamente clara. En 2011, hubieron 59.876 mesas electorales en España. Si se piensa, puede suceder que alguna de ellas no funcione con total normalidad. Ahora bien, si, de repente, no se abren los colegios electorales de algún distrito en concreto de una zona de un país que apoya a la oposición, seguramente, estemos ante un problema de carácter más político que logístico.
Un ejemplo menos extremo que ilustra la fina línea que divide lo político y lo logístico: ¿qué hacer con las colas para ir a votar? Siguiendo con España, en 2015 había 2.365 mesas menos que en 2011 y el censo había subido en más de 341.000. La ley suele ser muy clara tanto con la hora de apertura del colegio como la de cierre. ¿Qué hacer con la gente que llega a las 19.58 al colegio y se pone en la cola? ¿Puede votar? Aunque hay legislaciones que tienen eso en cuenta, en algunos países no está nada claro. En Florida, Estados Unidos, durante las elecciones de 2012 el promedio de espera para votar fue de 45 minutos (en algunos casos se superaron las ¡tres horas!) lo que llevó al presidente Obama a crear una Comisión Presidencial.
Vistas algunas (pocas) de las consideraciones que debemos tener cuando se organizan elecciones –o que debemos tener en cuenta cuando votamos– cabe preguntarse, si alguno de estos retos es más importante que los demás. La respuesta dependerá de lo que tengamos en mente. Richard W. Frank y el que escribe estas líneas, hemos intentado responder a esta pregunta teniendo en cuenta que lo más importante es la limpieza de la elección, que la contienda sea lo más íntegra posible.
Esta es la pregunta que abordamos en un reciente artículo en Electoral Studies (como es de pago, si te interesa, envíame un email y te lo adjunto). Para responderla nos basamos en las respuestas de más de 1400 expertos electorales para 121 elecciones celebradas en 109 países del globo entre 2013, 2014 y la primera mitad de 2015.
Los expertos electorales responden un cuestionario con 49 preguntas sobre la elección. Además, se les hace valorar la integridad de la elección en una escala del uno al diez y se les hace preguntas para obtener algunos datos sociodemográficos. Queremos averiguar de qué factores depende la valoración sobre la integridad de la elección.
Partimos de la base que, cuando el experto evalúa, su valoración se puede ver influenciada por tres factores: individuales, estatales y de la propia elección. Sobre los primeros nos referimos a las propias características de los expertos. Sobre los segundos abordamos cuestiones inherentes al país en el que se celebra la contienda y, por último, la mera dinámica en la que transcurre la elección.
Hemos realizado varios modelos estadísticos con sus pertinentes controles y hemos encontrado que, de entre los 49 elementos que pueden influenciar la valoración, los más importantes son la percepción sobre lo justas que son las leyes electorales, el acceso a los medios de comunicación, la percepción de imparcialidad de las autoridades electorales y si ha habido (o no) amenazas a los votantes en la hora de votar.
El único factor individual distintivo que afecta a la valoración de la elección es el grado de familiaridad que el propio experto reporta con las elecciones de dicho país: cuanto mayor es el conocimiento reportado, mejor se evalúa la integridad de la elección. Factores como ser nacional del país que celebra la elección, el género del experto, su edad o su posicionamiento ideológico no son factores que parezcan afectar a la valoración de la elección. Estos resultados son positivos al indicar que las características individuales no les afectaría a la hora de evaluar.
A nivel estatal los resultados son bastante lógicos: a mayor nivel de renta per cápita, mayor percepción de integridad y si hay un conflicto civil, menor es dicha sensación. También cuanto más tiempo ha pasado desde la Transición a la democracia, mejor van las elecciones.
Alguno puede pensar que para llegar a estas conclusiones, no hacía falta llevar a cabo este tipo de estudios (o dicho en castizo, para este viaje, no hacían falta tantas alforjas). El escepticismo es necesario y más en ciencias sociales. La cosa está, sin embargo, en que como ponía más arriba, hay muchos elementos que parecen claves en la elección pero que hasta ahora, no sabíamos sobre qué priorizar. Los resultados obtenidos son los primeros para trazar un mapa con el que poder indicar por dónde hay que empezar. Desde una perspectiva de política pública, la utilidad de la investigación es clara: al identificar cuáles son los factores más importantes sobre la integridad de la elección, se les puede dar mayor atención. O dicho en castizo, lo que hacemos es averiguar que alforjas hay que llevarse al primer viaje y cuáles no.
Como toda investigación en ciencias sociales, es susceptible de mejorar. En primer lugar, nos basamos en 49 indicadores que siendo muchos, no son los únicos. Por ejemplo, IDEA, en su herramienta en línea para evaluar la integridad de una elección, se basa en más de 400 indicadores, lo que proporciona una visión más detallada que la nuestra. En segundo lugar, quien da su opinión son expertos electorales –con unos criterios claramente definidos– que no necesariamente se han desempeñado en misiones de observación electoral.
En muchas misiones de observación electoral, los observadores deben rellenar un formulario de lo que ven acontecer. Lamentablemente, aunque cada vez los formularios comparten más elementos comunes, cada organización decide cómo son. En nuestro caso, todos los expertos responden el mismo cuestionario.
Más importante aún es que a) esos cuestionarios que rellenan los observadores electorales rara vez están disponibles para así poder analizar qué aspectos son los más relevantes y b) hay pocas organizaciones que observen todas y cada una de las elecciones que se celebran, lo que dificulta la comparabilidad.
En tercer lugar, tratamos cada uno de los elementos de la elección de forma individual cuando puede ser que varios que no parecen tan importantes, cuando interactúan sí lo son. Un cuarto aspecto, relacionado con el anterior es que, al fin y al cabo, los resultados están condicionados por las elecciones que hemos utilizado. Si bien es cierto que hemos descartado todas aquellas elecciones para las que no teníamos un número razonable de respuestas, 121 elecciones nacionales en todo el mundo durante 2 años y medio son un número más que aceptable. Ahora bien, para poder realizar análisis sólidos de algunos grupos concretos de países necesitamos seguir ampliando los datos.