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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

El loco mundo de las ayudas

Raúl Gay

1369€ + 523€ + 2680€ + 3317€ = 7889€.

Siete mil ochocientos ochenta y nueve euros. Es lo que me ha costado adaptar los 4 pilares básicos de mi casa (ha habido más gastos, pero menores). Una mesa elevable para el salón, un lavabo adaptado, unas ventanas que pueda abrir y cerrar con persianas automáticas y 2 motores para las puertas. ¿Ayudas? Cero euros.

Era lo previsible.

Antes incluso de comprar mi casa visité la de Pablo y hablamos de las ayudas a la reforma de vivienda. Me dijo que él había conseguido alguna pero fue antes de que España se convirtiera a esta nueva religión llamada austeridad. Ahora, me dijo, es muy difícil que te las concedan. Además, recalcó, el proceso es largo y complicado. Si no recuerdo mal, hay que solicitar un estudio de la vivienda -pagado por el retrón-, presentarlo al organismo correspondiente y esperar. En algún momento, aparece un técnico para comprobar si lo que consta en el estudio es lo que realmente se necesita. Durante ese tiempo - varios meses en el caso de Pablo- no puedes hacer ninguna obra. Cuando el técnico da el visto bueno a todo o parte del proyecto (si es que lo da) hay que esperar de nuevo, esta vez a que llegue el dinero. Según la renta que tengas, te darán mucho o poco (mejor: poco o casi nada).

Aun así, con la casa ya comprada preguntamos en Disminuidos Físicos de Aragón y me dieron una respuesta que ya he escuchado varias veces: “Tienes un salario superior al Mínimo Interprofesional, no vas a recibir ayudas”.

Así es. Resulta que en este país si un retrón trabaja y gana un salario medio digno ya no merece ninguna ayuda. Supongo que los señores y señoras que redactan estas normas consideran que en el momento de firmar un contrato me nacen brazos de los hombros y mis piernas se transforman en las de Beckham. Pues no.

Me sucedió algo similar en 2008. Por entonces no tenía todavía ayudas de la Ley de Dependencia. Durante los años anteriores mis padres habían cobrado unos 800€ por tener un hijo retrón a cargo. Al comenzar a trabajar, esta ayuda se esfumó. De nuevo: ¡¡¿¿WTF??!!

No me extraña que pocos retrones de los de verdad trabajen. Yo voy cada mañana a una redacción porque me gusta, pero si hago las cuentas no salen. En cierto modo, hay que restar a mi salario lo que dejo de ganar -lo que mis padres dejan de ganar- por estar trabajando. Esa cifra -no muy grande, se lo aseguro- es mi verdadero sueldo.

Entre que no hay muchos trabajos para los retrones, que sus sueldos son inferiores que los de los bípedos y que al fichar pierdes ayudas del Estado, lo raro es que gente como Pablo y yo madruguemos cada mañana.

Una última contradicción en las ayudas. No me van a dar un euro para poder adaptar mi casa pero puedo ahorrarme una pasta si compro un coche que jamás voy a conducir. Un retrón con un 33% de discapacidad (un retrón “de pega”) puede cambiar de coche cada 4 años y no pagar el impuesto de matriculación.

Es el eterno problema de este país: hay dinero y hay ayudas pero están muy mal repartidas.

Igual me dedico a sacar coches baratos a cambio de comisiones para pagar las persianas...

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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