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Bandejas sobre el pupitre y menos monitoras: así están funcionando los comedores escolares en el curso de la COVID

Muchos alumnos comen en las aulas para evitar mezclarse con otros grupos

Mónica Zas Marcos

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Prometieron que la vuelta al colegio en septiembre llegaría de la mano del regreso a los comedores escolares, garantes de salud nutricional para los niños y de conciliación para muchos hogares. En España, el 53% de las familias hacen uso de este servicio. Pero, a pesar de su cercanía con las aulas, en ocasiones sus protocolos contra la COVID-19 se están desvelando incompatibles.

Las asociaciones de madres y padres denuncian que la falta de monitoras a la hora del almuerzo está obligando a resquebrajar los grupos burbuja, una medida que provoca escepticismo entre los profesores, miedo entre los directivos y que se ha desvelado como una quimera en los centros con un gran número de alumnos.

“De nada sirve que se respeten en las aulas y que se dividan los patios en parcelas, si al llegar a los comedores van a convivir varios grupos de varios ciclos a la vez”, opina Mario Gutiérrez, presidente de Educación del CSIF (Central Sindical Independiente y de Funcionarios). A su parecer, “las burbujas” solo forman parte del “neolenguaje que se ha implantado en este inicio de curso para dar la imagen de falsa seguridad”, espeta el portavoz. Su sindicato ha recibido numerosas quejas de colegios por este motivo y pide “una normativa extraordinaria para adaptar la ratio de monitores al protocolo del coronavirus”.

Esta brecha entre protocolos de dos salas contiguas, como son las clases y el comedor, se debe a que el 64% de los centros en España usan servicios externos de catering, mientras que solo el 36% cuenta con cocina dentro del colegio. La contratación de las monitoras, por tanto, es competencia directa de la empresa. Lo único que puede hacer la dirección del colegio es pedir más, algo que de momento no se les está concediendo.

Así lo ha denunciado el centro público madrileño Núria Espert, donde el AMPA ha emitido una queja por redes sociales a la empresa Aramark, una de las big four que ofrecen los servicios escolares del país. “Se había informado de que los niños comerían en su aula para no romper el grupo burbuja (...) pero nos han dicho que no hay monitores suficientes para todas las aulas, ya que la empresa del comedor no puede asumir el coste”, han informado en Twitter. Aramark no se ha pronunciado de momento ni ha atendido a las preguntas de este periódico sobre cuál es su situación empresarial tras la cuarentena.

Una de sus monitoras reconoce que, en los dos colegios de Madrid donde ella trabaja, “la situación está controlada, pero puede cambiar esta misma semana”. Sara atiende a dos grupos burbuja de cuatro años, uno de siete y otro de diez. En situaciones normales serían casi 30 niños, una ratio que no ha sido reducida ni por su empresa ni por ninguna administración y que volvería “imposible” su trabajo en estas condiciones.

“Lo ideal sería una monitora por grupo burbuja, pero a los profesores en las escuelas públicas les paga el Estado y se lo puede permitir, en nuestro caso es complicado que una empresa pueda asumirlo”, explica Sara en relación a Aramark, aunque reconoce que se necesita “más personal”.

“Espero que no me pongan más grupos burbuja porque el protocolo es más difícil de gestionar en los comedores que en las aulas”, explica la vigilante. “Hay que conseguir que estén sentados, que se lo coman todo y ahora además sin tocarles y evitando que ellos se rocen con niños de otros grupos”, cuenta. Si no les queda otro remedio que cogerles, ella y su compañera llevan a cabo un ritual de desinfectación extremo antes de pasar a otro niño y sin perder de vista a los pequeños, “que aún se atragantan”.

Así y todo, Sara es una fiel defensora del servicio de comedor, como monitora y como madre. Pero se muestra reticente a convertir las aulas en comedores y los pupitres en merenderos, “siempre que pueda evitarse”.

En contra del aula merendero

La práctica totalidad de Comunidades Autónomas ha decidido ampliar el número de monitores en sus comedores ante la obligatoriedad del servicio. Sin embargo, la realidad varía según el colegio y, sobre todo, según su tamaño. En Tenerife, las dos vigilantes del comedor del colegio La Cuesta han establecido dos turnos, aunque en el caso de Primaria llegan a atender a 50 niños a la vez. “Los primeros días están siendo duros”, reconocen, pero se muestran conformes con los protocolos.

Sin embargo, no en todas las regiones la foto general es tan optimista. En Andalucía, la quiebra de varias empresas de catering ha afectado a 126 centros que no han podido ofrecer el servicio en las primeras semana de curso. Y, en los que se ofrece, la falta de protocolos concisos, de personal y de espacios ha obligado a habilitar las aulas para comer en ellas, una medida “lejos de lo recomendable” para Sara y para muchas otras monitoras.

“En las clases hay unas normas y en los comedores, otras. El cambio de chip es bastante notorio”, relata ella. Opina que mantener a los críos cinco horas en la misma habitación que más tarde se usará para almorzar “puede desorientarlos” ya que “necesitan salir y relacionarse con otra gente”.

Para ella, el comedor “es un espacio didáctico donde los niños aprenden a compartir, a respetar y a ser autónomos”. Llevarles la bandeja al pupitre, donde juegan y aprenden, puede poner en riesgo ese otro aprendizaje tan necesario: el de la disciplina a la mesa. Por eso, su solución es hacer más turnos y contratar a profesionales que garanticen la seguridad, pero bajo ningún concepto suprimir el servicio.

“Me parece injusto que digan que los comedores son peligrosos focos de contagio cuando sales a la calle y están todos los niños juntos jugando en el parque. Si se contagian, va a ser fuera”, opina sobre la ruptura de los grupos burbuja. “Aparte de la descarga que supone para las familias que trabajamos, que no podemos salir a la una de la tarde, y de la tranquilidad de que tu hijo o hija esté comiendo un menú avalado por un nutricionista, no lo de Ayuso”, continúa.

El caso Telepizza

Otra de las ventajas de que se recupere el servicio de comedor, para las plataformas de madres y padres, es evitar lo que ocurrió en marzo en Madrid con la adjudicación de los menús escolares a Telepizza, Rodilla y Viena Capellanes. Ya en su momento, la FAPA Giner de los Ríos interpuso una demanda administrativa y una queja ante el Defensor del Pueblo por el “despropósito” ejecutado por Isabel Díaz Ayuso, pero el plan siguió su curso.

En Leganés, donde trabaja Sara, el Ayuntamiento renunció a esos menús para sus familias en riesgo de exclusión y contrató con el dinero de las fiestas que no se iban a celebrar a otra empresa de catering con un menú más acorde a las necesidades nutricionales de los pequeños. “A nadie se le ocurre darle pizza varios días a la semana a un niño”, reivindica esta vigilante de comedor.

El 30,3 % de los menores de 18 años está en riesgo de pobreza, según datos del Instituto Nacional de Estadística relativos a 2019. “Garantizar el derecho a una alimentación saludable es básico y esencial para los derechos humanos. La OMS recomienda que en el proceso de desarrollo de la infancia, los niños deben comer dos o tres veces a la semana las proteínas necesarias y en España crece el número de familias que no pueden garantizar esa ingesta”, recordaba la directora de la organización Educo España, Macarena Céspedes, antes de esta vuelta al cole.

Pero más allá del contenido del menú, para la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos (CEAPA), el componente socializador y educativo del comedor en la escuela es una gran reivindicación. “Hay que cuidarlos porque son una parte más del sistema educativo y tienen una gran importancia para prevenir el riesgo de exclusión social y para la conciliación”, comparte el portavoz del CSIF.  

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