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El coronavirus afecta al corazón mucho menos de lo que creíamos

El doctor García Bolao, director de Cardiología y Cirugía Cardíaca de la Clínica Universidad de Navarra, durante un procedimiento con control técnico remoto

Sergio Ferrer

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Si el SARS-CoV-2 no provocara secuelas y síntomas persistentes en un pequeño porcentaje de los infectados sería el único virus que no lo hiciera. Sin embargo, analizar estos efectos a largo plazo no es sencillo. A lo largo de la pandemia algunos estudios con grandes limitaciones han causado alarma al dar la impresión de que lo infrecuente era casi inevitable. Un ejemplo es el posible efecto que la COVID-19 tiene sobre el corazón: pese a la preocupación inicial, trabajos recientes sugieren que estos daños son muy raros y, además, leves y pasajeros.

La caja de pandora fue abierta por un estudio publicado a finales de julio de 2020 en la revista JAMA Cardiology. Sus autores observaron que el corazón del 78% de los 100 pacientes analizados mostraba una resonancia magnética “anormal”. Además, el 60% de ellos tenían signos de inflamación en el tejido muscular cardíaco (miocarditis). 

Meses más tarde, otro trabajo —también publicado en JAMA Cardiology— realizado con 26 voluntarios encontró signos de miocarditis en un 15 % de atletas competitivos, jóvenes y sanos, que habían pasado la COVID-19. “Si alguien todavía se pregunta si este virus ataca al corazón es negacionismo”, aseguró entonces el médico Eric Topol en Twitter. La alarma llevó a debatir si era necesario cancelar la temporada de fútbol americano y se anunció que los deportistas que dieran positivo deberían hacerse un test cardíaco.

El problema es que ambos estudios tenían grandes objeciones.

El primer trabajo fue tan criticado por sus errores estadísticos y metodológicos que sus autores tuvieron que publicar una corrección un mes después. En ella aseguraban que sus conclusiones permanecían intactas, pero otros investigadores discreparon. Los afectados por la COVID-19 tenían escáneres cardíacos distintos de las personas sanas pero, según el cardiólogo Darrel Francis, esto era debido a “factores de riesgo preexistentes” y no al coronavirus. Por eso, aseguró a TCTMD, no había diferencias significativas entre los pacientes infectados por el SARS-CoV-2 y los controles que sí tenían en cuenta estas condiciones previas.

El segundo estudio desató una tormenta todavía mayor, y no solo porque se hubiera llevado a cabo sin controles y con tan solo 26 atletas. Un trabajo publicado días antes había señalado que este tipo de anomalías cardíacas era diez veces más frecuente en deportistas —no infectados— en comparación con la población normal. “Esto […] puede ser otra característica del corazón de los atletas, cuyo significado clínico y pronóstico está todavía por determinar”, concluían los autores.

¿Significa esto que el coronavirus no afecta al corazón? No exactamente. “El SARS-CoV-2, como muchas infecciones virales, puede provocar miocarditis”, explica a elDiario.es el investigador de la Universidad de Míchigan (EEUU) Venkatesh Murthy. Por suerte, esta suele pasar desapercibida y desaparecer. El problema, asegura, es que “inicialmente esto se comunicó como si afectara a la gran mayoría de los afectados por la COVID-19, lo que causó preocupación ante una incipiente ola de pacientes con enfermedades cardíacas”.

Estudios más recientes han intentado estimar con mayor exactitud cómo afecta el coronavirus al corazón. Un trabajo publicado este mes analizó los cambios cardíacos observados a lo largo de seis meses en 74 pacientes infectados y los comparó con otros 75 voluntarios que no habían pasado la COVID-19, todos ellos trabajadores sanitarios sin patologías previas.

“Las anormalidades cardíacas no fueron más comunes en individuos que habían dado positivo por SARS-CoV-2 que en aquellos que no lo habían hecho”, concluían sus autores. “El daño cardíaco es bastante poco común incluso cuando lo miramos con test sanguíneos y escáneres muy sensibles”, aclara Murthy. “Incluso en esos poquísimos pacientes que sí muestran anormalidades, la mayoría son leves y muchos mejoran o se curan”.

Sobrediagnóstico y ansiedad

Otro estudio sin grupo control publicado esta semana en JAMA Cardiology pone de manifiesto uno de los temores de investigadores como Murthy: el sobrediagnóstico debido a la elevada vigilancia a la que se someten los pacientes de COVID-19. De los 1597 atletas analizados, 37 (2,3 %) mostraron resonancias magnéticas cardiovasculares compatibles con la miocarditis aunque, dada la subjetividad del diagnóstico basado en imágenes, algunos cardiólogos piensan que el porcentaje es algo exagerado.

Lo más llamativo es que solo se encontraron 5 casos (un 0,3 % del total) al llevar a cabo un análisis basado solo en síntomas cardíacos. En otras palabras, casi el 90% de los pacientes no habría recibido un diagnóstico de no ser porque la pandemia puso el foco en sus corazones.

Es por eso que Murthy, junto con otros médicos, escribió una carta a las sociedades médicas tras el revuelo causado por los trabajos de verano. “[Los estudios] han generado ansiedad en el público y algunas personas piden un resonancia magnética cardiovascular [tras padecer COVID-19] a pesar de no tener síntomas cardíacos”. En la misiva los investigadores desaconsejaban estos análisis entre asintomáticos.

La lista de estudios que no han logrado replicar los elevados porcentajes de hace un año continúa. Entre 789 atletas con COVID-19, solo 5 (0,6 %) mostraron miocarditis y todos ellos pudieron volver a jugar. En más de 3.000 deportistas positivos, solo 21 (0,7%) obtuvieron resultados similares

Si miramos la población general, un estudio con casi 260 000 pacientes de COVID-19 de entre 18 y 90 años halló miocarditis en un 0,01%. Aunque se observó una asociación entre el diagnóstico y un incremento de la mortalidad, no es posible determinar la causalidad con la infección por SARS-CoV-2. Otro trabajo, realizado con 148 pacientes que habían sufrido un cuadro grave de la enfermedad, mostró anormalidades cardíacas en un 54 % e inflamación en un 22%. Aun así, los autores consideran que estos hallazgos tienen “una extensión limitada y consecuencias funcionales mínimas”. 

El estudio de cómo la COVID-19 afecta al corazón no ha terminado. “La relevancia [de las infecciones por SARS-CoV-2] en el riesgo cardiovascular futuro no está clara, pero es probable que sea leve para la mayoría de gente cuyas anormalidades persisten”, añade Murthy. De momento, parece que el coronavirus no es el “monstruo de mil cabezas” que temíamos hace un año.

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