George Washington la esclavizó, pero Ona Judge lo burló y vivió libre hasta el final de su vida
Aquel día nadie pensó en el postre. Mientras los platos seguían sobre la mesa y las copas aún tintineaban entre charlas rutinarias, Ona Judge cruzaba la puerta trasera sin volver la vista. La decisión no había sido súbita ni el resultado de un impulso momentáneo. Llevaba tiempo gestándose en silencio, entre telas de lino y quehaceres por las calles de Filadelfia. En cuanto supo que iba a ser entregada como regalo de boda, no esperó más. Dejó la mansión presidencial mientras George y Martha Washington cenaban.
El anuncio de prensa que convirtió a Ona en una fugitiva buscada y mal recompensada
La noticia llegó por carta a la capital de Estados Unidos en septiembre de 1796, cuando alguien reconoció a Ona en Portsmouth, en el estado de Nueva Hampshire, a casi 600 kilómetros. Había huido tres meses y medio antes, con el equipaje ya escondido en casa de conocidos de la comunidad negra libre, en años de racismo y esclavitud, y el pasaje asegurado en un barco mercante. Ni los Washington ni su entorno sospechaban de sus intenciones.
En la columna de anuncios del Philadelphia Gazette, publicada el 24 de mayo de ese año, se describía a la joven como “una muchacha mulata clara, muy pecosa, de ojos muy negros y cabello encrespado”, acompañada de una oferta de diez dólares para quien la devolviera.
George Washington reaccionó de inmediato. El plan para capturarla se orquestó desde el Tesoro, con órdenes directas a Joseph Whipple, el recaudador de aduanas de Portsmouth. Este logró localizarla y le pidió que subiera a un barco para regresar a Virginia. Ona, sin embargo, propuso una alternativa.
Según explicó Whipple en una carta enviada a Oliver Wolcott, secretario del Tesoro, la joven ofreció volver con los Washington si le garantizaban la libertad tras su muerte: “Un deseo completo de libertad había sido su único motivo para huir”.
El plan de secuestro se desmoronó gracias a un aliado dentro del Senado
Washington rechazó el trato sin contemplaciones. En su carta de respuesta, alegó que recompensar la desobediencia habría sido injusto para el resto de sus sirvientes, “mucho más merecedores por su lealtad”. No recurrió a los tribunales, a pesar de que la ley estaba de su parte. Evitar el escándalo público pesó más que el deseo de castigo. Dos años después, en 1799, Washington recurrió a un método más personal: envió a su sobrino Burwell Bassett Jr. para que la trajera de vuelta por la fuerza.
Bassett encontró a Ona en Portsmouth, ya casada con Jack Staines, un marinero negro libre, y madre de una niña pequeña. Durante la cena que compartió en casa del senador John Langdon, comentó sus planes de secuestro. El senador, que había liberado a sus propios esclavos, se adelantó a los acontecimientos y avisó a Ona a tiempo para que escapara. Aquella noche desapareció de nuevo. Bassett regresó a Virginia con las manos vacías.
Ona había nacido hacia 1773 en la plantación de Mount Vernon, hija de Betty, una esclava dote de Martha Washington, y de Andrew Judge, un sastre blanco contratado como sirviente temporal. Aunque tuvo varios hermanos por parte de madre, a los diez años la separaron de su familia para servir en la residencia principal como ayudante personal de Martha. En 1789 viajó con los Washington a Nueva York y después a Filadelfia, donde el ambiente urbano y la comunidad negra libre le ofrecieron una perspectiva nueva sobre lo que significaba vivir sin cadenas.
La libertad llegó con pérdidas familiares y una vida sin recursos
En enero de 1797 se casó con Jack Staines. Tuvieron tres hijos, pero ninguno alcanzó la edad adulta. Cuando Jack murió en 1803, Ona quedó sola con sus hijos y sin medios. Se mudó con la familia y, con el tiempo, sus hijas fueron entregadas como criadas y su hijo, como aprendiz de marinero. Todos murieron jóvenes, muchos años antes que ella. En sus últimos años, la mujer recibió ayuda del condado de Rockingham para sobrevivir.
Durante los años cuarenta, Ona concedió dos entrevistas a periódicos abolicionistas, una en The Granite Freeman (1845) y otra en The Liberator (1847). Allí relató su vida con detalle. En una de las conversaciones, al ser preguntada si lamentaba haberse marchado pese a las penurias sufridas, Ona respondió con rotundidad: “No, soy libre, y he sido, confío, hecha hija de Dios por ese medio”.
Murió en 1848 en Greenland, Nueva Hampshire. Aunque la ley federal nunca dejó de considerarla una esclava fugitiva, vivió libre durante más de cincuenta años. En su testamento, George Washington dispuso que sus esclavos fueran liberados tras la muerte de Martha. Ella firmó la manumisión en 1800, un año después de enviudar, pero esa decisión no afectó a Ona: al ser considerada parte del patrimonio Custis, ni George ni Martha tenían autoridad legal para concederle la libertad.
Pero Ona nunca estuvo entre ellos. Pertenecía a los llamados esclavos dote, propiedad legal del patrimonio Custis. Ni George ni Martha podían liberarla. Aunque nunca regresó a Virginia ni nunca volvió a vivir como esclava.
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