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Cristina Cifuentes, falsificadora de grandezas

La presidenta madrileña, Cristina Cifuentes, durante la rueda de prensa ofrecida al final del pleno extraordinario de la Asamblea de Madrid

Montero Glez

Con una mentira se puede llegar muy lejos, pero sin esperanzas de volver. Bien podemos aplicar dicha sentencia a Cristina Cifuentes que -según sus propias palabras- cuando toca hacerse la tonta se pone tacones y se hace la rubia. En estos días lo ha llevado a cabo cada vez que ha intentado tapar su fraude universitario, consiguiendo hundir sus tacones, y con ello su reputación, en el légamo del embuste. Hasta tocar fondo.

Falsificar grandezas en un mundo político donde todas las relaciones son falsas, es algo muy común. Nada extraordinario pues las personas que lo habitan no tienen otra cosa en sus vidas que vanidad. El orgullo de los simples se atiborra de eso que llaman prestigio y que, en casos como el de Cristina Cifuentes, más que prestigio, lo que supone es desprestigio. Desprestigio para ella, para su partido y sobre todo lo demás para la Universidad pública por ser institución de hegemonía que se mantiene con el dinero de todos. No hay que olvidar que la palabra prestigio tiene la misma raíz que prestidigitación, conjunto de trucos para falsificar la realidad.

Por otro lado, hay una relación muy estrecha entre la biografía de Cristina Cifuentes y la Universidad desde los años 90 del pasado siglo cuando Cifuentes ingresa como funcionaria en la Complutense, un vínculo que acaba de romper ella misma por su falta de honestidad al no reconocer su trapicheo, prolongando de manera tan pepera su propia agonía. Pero hay algo más. Durante el tiempo que estuvo realizando su hipotético Máster, Cristina Cifuentes fue nombrada Delegada del gobierno de Madrid, lo que le atribuía poderes para emplear a las fuerzas de represión directa de la manera que lo hizo, intoxicando las manifestaciones de un pueblo que salía a la calle para decir “no” a un gobierno que rescata bancos y autopistas y olvida a los ciudadanos. Los policías iban sin identificar y con ganas de repartir leña.

En una de las manifestaciones, convocadas bajo el lema Marchas de la Dignidad, un joven perdió un ojo, quedándose tuerto por culpa de una pelota de goma. El currículum de esta mujer, que dice hacerse la rubia porque las rubias gustan más, desprende un tufo que, bien olido, no podría venir de otro partido político que del partido donde ella milita. O tal vez sí, tal vez de Ciudadanos, el partido que hasta ahora la ha mantenido en el umbral de la muerte.

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