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Cuento de Navidad 2018

Cuento de Navidad de Charles Dickens

Rosa María Artal

Nos leemos un 22 de diciembre, fecha repetitiva y eterna del comienzo de la Navidad. Hace cinco años, escribí aquí un cuento para la ocasión. Un lustro es un lapso de tiempo adecuado para mirarlo, hacer balance y ver cómo estamos. Veníamos, entonces, algo rotos, de hermosos sueños de esperanza. Las raíces suelen permanecer si no se arrancan, pero les cayó un buen manto de cemento con el triunfo electoral y gobierno del partido de la Gürtel y las tijeras. El que salió tocado del tránsito, aunque para convertirse en caricatura esperpéntica.

Hace cinco años los anuncios navideños de Campofrío nos hablaban del orgullo de ser “de aquí”. Que como en España no se nace en ninguna parte. Una manera de ser tan especial a la que no se puede renunciar porque va contigo siempre. Convertidos en un clásico para el despertar cuñado, hoy se duelen de que no se puede hacer humor. Sí, ¿no sabían? Las leyes mordaza implantadas durante el quinquenio, la propia sociedad así educada, los talibanismos religiosos, lo castigan. Sin causa. Con guasaps de mando en plaza. Con “ofendiditos” y “subiditos” de últimos tópicos. Y la puyita para el feminismo en alza. La fábrica de embutidos resume tendencias.

Hay una forma de ser español, de ser persona para entendernos, que se abraza al pasado como si le succionara y no tuviera aliento para levantarse y andar. Derrotado el rajoyismo por la espada más o menos hercúlea que abrió las cajas B de todos los emplastos, la hidra conservadora dispone hoy de tres cabezas. Dispuestas a devolvernos a los paisajes de los toros –con estocada mortal-, la caza, y los Santos Inocentes.

Precisamente les gusta la navidad “de antes” y hasta se quejan de que no se la salude desde el gobierno como merece. A niveles de pregunta parlamentaria en el Congreso. Tiempo de villancicos al amor de la lumbre, del cordero y el langostino. Pero también de quienes no podían encender la calefacción, o la estufa, que eran todavía muchos más que ahora. Porque ahora también los hay. Nunca se han ido las estrecheces y los privilegios tan mal repartidos.

La españolidad está hoy refulgente. Millones de seres piden blindarla de unidad, a costa de entregarse a los partidos que la tienen como estandarte, mientras niegan utilizar una técnica pionera para el cáncer en la sanidad pública. En el Madrid de PP y Ciudadanos ha ocurrido.

Los cuentos de la navidad de 2018 relatan cómo se han dejado la vida en el Estrecho 769 personas, el triple que el año anterior. Pero lo terrible es que ya casi nadie presta atención a ese párrafo. Con Aylan, Aylan Kurdi, aquel niño sirio arrojado por el agua a una playa turca, muchos enterraron, ya en 2015, la humanidad, la solidaridad con los refugiados, con los emigrantes.

Recordaba hace cinco años en mi cuento de navidad, el clásico de Dickens. El de la moraleja justiciera. El cruel avaro terminaba pagando sus actos:

“Jamás le paraba nadie en la calle para decirle con alegre semblante: «Mi querido Scrooge, ¿Cómo está usted? ¿Cuándo vendrá a visitarme?» Ningún mendigo le pedía limosna; ningún niño le preguntaba la hora; ningún hombre o mujer le había preguntado por una dirección ni una sola vez en su vida”. Una vida que culminará solo y mísero. ¿Cabe mayor castigo?

Hoy los señores Scrooge son izados en los mástiles de las banderas que todo lo tapan. Hoy, aún hay menos libros y más teles, menos lucidez y más marhuendas, menos conciencia y más conveniencia. Mas redes sociales para volcar el odio plural o solitario. Y, por eso, la comprensión lectora, oída y vista, alcanza cotas no superadas –todavía- de estupidez manifiesta. Y la ética, de peligrosa dejadez.

Hagamos unas navidades distintas como inicio de una nueva actitud. Dejemos los deseos manidos. Tiremos los décimos no premiados de la lotería a la papelera (de reciclaje). Hagamos un saco con los ofendiditos y los subiditos, sin olvidarnos de los asustaditos, y reivindiquemos el uso, al menos, de la imaginación. De la superación de lo cutre, siquiera.

Hoy, vuelvo a brindar con una copa de razón, coraje y dignidad a partes iguales porque esta sociedad entre en la cordura y la reacción. En esas condiciones, Feliz Navidad.

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