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Opinión - Pedir perdón y que resulte sincero. Por Esther Palomera

Incorrección de alejamiento

Cristina Fallarás

Ponte tú que tu maromo te llama puta delante de los críos, y que cuando le dices que se vaya de casa, que os deje ya en paz, te contesta Pasa pal cuarto que te vas a enterar de lo que es un macho. O que te da un par de empujones cuando no le gusta la falda, o el maquillaje, o lo que le salga del escroto. Ponte tú que tu marido tira la comida que preparas contra la pared eructando un Eres una puta mierda que solo cocina bazofia, que ni pa eso sirves. Ponte que tu novio te muerde o te ata o te pega un puñetazo de vez en cuando o te arrastra por el pelo. He leído todos estos casos. Son los suaves. Por lo que sabemos, cosas similares viven miles de mujeres en España. Y cosas peores que no escribiré para que no me llamen todo eso que suelen.

Esto que voy a escribir no es correcto.

[Hace unos días acompañé a una amiga a la comisaría. El miedo es una idea que se queda muy corta al describir lo que ella estaba sudando. ¿Tú crees que debería denunciar las agresiones?, me preguntó. Yo no creo nada, vamos a hablarlo con quienes saben.]

Ponte tú que… Entonces, llega un día que tú, harta, aterrada, valiente quizás de puro pánico o solo arrastrado por un cansancio de huesos molidos, te llegas hasta la comisaría de turno y haces caso de lo que las campañas institucionales, y todas las voces sensatas de nuestro entorno, aconsejan. Le denuncias. O sea, haces público ante la autoridad que el tipo es un energúmeno violento y un criminal. Y la autoridad, como es su deber, reacciona y lo detiene, lo ficha, lo mete o sencillamente lo despacha hacia el juzgado de turno.

Esto que escribo no es correcto, y lo sé.

[Antes de entrar al despacho de la agente especializada en el asunto, no pude aguantarme: Todo menos denunciar, le dije.]

Ponte tú que… El tipo no te ha matado, ni siquiera te ha intentado matar, entendiendo eso como lo entienden la legislación, las autoridades, la literatura legal. Ah, matar, matar es un concepto que a esas miles de mujeres y a otros cientos de miles más se les ensancha en una ciénaga cuya profundidad ignora quien no ha sufrido así. El tipo no roza, insisto, lo que llaman homicidio, aunque mueras a diario, aunque te desangres, te deshueses, te descarnes, te deseques. No lo roza, y ahí llegamos al centro de este tremendo error en el que vivimos ufanándonos de leyes, avances, visibilidades y otras zarandajas colgadas de este triste ahorcado.

Denuncia, dicen. Y tras la denuncia, si tienes suerte, llega la orden del juez. Se llama orden de alejamiento. Esto que escribo no es bueno, me avisan, esto no se debe escribir, creen, a veces creo incluso yo.

La orden de alejamiento consiste en lo siguiente: La Justicia considera que la mujer corre riesgo, y por lo tanto prohíbe al hombre que se acerque a menos de 500 o 5.000 o 50.000 metros de la víctima. Esos metros podríamos llamarlos el perímetro mágico, ya que no están acotados, claro, por una valla metálica, ni por un anillo de energía paralizante, ni por un ejército de perros en alerta.

¿En qué se basa, pues, en general el cumplimiento de dicha orden? En la confianza.

¿Confianza en quién? En el agresor.

¿Qué le hace pensar a un juez que un malnacido capaz de, pongamos por caso, estrellar la cabeza de su mujer contra el espejo va a respetar ese perímetro mágico? Tralarí, tralará, qué bonito es el amor.

[Mi amiga dijo: Es que si le denuncio, si se entera de que le he denunciado, me mata. No, nunca me ha amenazado de muerte, pero estoy segura de que si lo llaman a un juzgado, vuelve y no lo cuento. Luego preguntó: ¿Qué pasa luego, cuál es el paso siguiente, qué sucede después de la denuncia? Respuesta: Generalmente, orden de alejamiento.]

Denuncia. Tralarí, tralará, la justicia triunfará.

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