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Lecciones de racionalidad frente al coronavirus

Un supermercado abarrotado.

Rosa María Artal

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La mejor guía para hacer frente al coronavirus la aporta la propia experiencia de lo que va ocurriendo. El virus se ha globalizado con desusada rapidez mientras una buena parte de las soluciones que se aportan son nacionales, incluso locales. Las reacciones, tanto personales como por países, van del terror a la inconsciencia. Se cuela en ello, en algunos casos, hasta la ideología. Proliferan los consejos. La subjetividad en los análisis juega a menudo en contra nuestra. Racionalizar hechos y datos ayuda a situar cualquier problema, este también, en su contexto. Escenarios previos favorecen o entorpecen la recuperación. La mala gente sigue buscando su botín y el miedo les presta oídos. Solo somos el ombligo de nosotros mismos. El estado de alarma incomoda y tranquiliza.

Los primeros casos empiezan a aparecer en China, en la provincia de Hubei, ya en diciembre. No se evidencia contagio de entidad en otros lugares hasta mediados de febrero. Aunque después se ha demostrado que hubo casos anteriores: desde enero. Hoy son 117 los países afectados. Corea del Sur, el segundo tras China, que hizo test masivos a la población triplica los casos de España por ejemplo, y tiene la mitad de víctimas mortales (66 frente a 122 a la hora de publicar este artículo). Alemania con unos mil casos activos menos que España, solo contabiliza 8 muertos. Son cifras que precisan ahondar más en los porqués. Algunos análisis han formulado una explicación con tres palabras: tecnología, organización y civismo. Es una idea.

Es cierto que el contagio está siendo muy rápido, la mortalidad, escasa por el momento al menos. Fuera del epicentro chino que se llevó a 3.000 personas, son en torno a 2.000 los muertos contabilizados con coronavirus en todo el resto del mundo. Y concretamente de cada 10 fallecidos, 6 son de la provincia de Hubei, 2 de Italia, 2 de Irán y 1 del conjunto de países restantes. Cualquier inundación en China sin ir más lejos, el hambre de todos los días, causa esos balances y mucho peores. La lotería macabra de la muerte cuando no toca recibirla, la sufren millones de personas a diario. Para empezar, esto debería ayudar a entenderlos.

Pero la muerte, aunque sea en ese porcentaje mínimo, es el peor de los escenarios, el más terrible, lo irremediable, y en pura lógica inspira temor. Por uno mismo y más aún por los seres queridos. Y así unos andan arrasando supermercados como preparándose para un asedio en guerra y otros llenando los bares o marchando a la playa con los niños sin colegio y extendiendo a otras zonas la epidemia. De cualquier modo, 4.334 contagiados -con un millar de crecimiento en un día-, 122 muertos -que duplican la cifra en 24 horas- o la previsión de llegar a los 10.000 afectados la próxima semana es para pensar en medidas de envergadura.

España tiene el principal problema del coronavirus en Madrid. En Vitoria, La Rioja o Catalunya también, pero es Madrid la que dispara las cifras con la mitad de los casos y un numero creciente de contagios y víctimas mortales. Habrá algún motivo. Esa desproporción no se explica por las cifras de habitantes. La respuesta en medios del Sistema de Salud influye, quieran enmascararlo o no. Y no se puede cargar el peso a excelentes profesionales sobrecargados. Faltan recursos porque fueron objeto de los recortes del PP. Aunque tengan la desfachatez de negarlo. El remedio paliativo es disponer en todas las poblaciones donde sea necesario de UCIs en condiciones, al menos, que salven insuficiencias respiratorias dentro de lo posible. Y hay que atender otras enfermedades que no han desaparecido porque predomine la atención al coronavirus. El estado de alarma decretado por el Gobierno lo solucionará previsiblemente.

Son concepciones de la vida, de la política. La derecha neoliberal busca bajar impuestos y privatizar los servicios públicos, como el sanitario. Miren, igual que el Reino Unido. El nuevo gobierno conservador de Boris Johnson ha ido mucho más allá. De momento no quiere adoptar medidas radicales, pero avisa que “muchos seres queridos morirán”. El que sobreviva a la enfermedad se hará más fuerte; da la sensación de que piensa debilitar el virus a la brava. Viene a ser el país que se va a la playa con los niños frente a los disciplinados. Y es el único europeo al que no afecta la prohibición de volar a los EEUU de Trump. Son estrategias muy discutibles y notablemente decisivas.

El problema esencial del coronavirus es que no tiene tratamiento. No hay solución hasta que se encuentre una vacuna y no es un proceso fácil y está sujeto a intereses comerciales. Se están probando medicamentos. Esperan que lo venza el calor como ocurre con otros virus, algo que se presume pero no se sabe. Hay protocolos de contención para que no se expanda y así reducirlo. Y esa prevención está cambiando nuestra forma de vivir. No salir de casa. Los que puedan no salir de casa. Sigo oyendo taladradoras en la calle. Siguen abiertos los supermercados con cajeras que se protegen con guantes de vinilo. Están a todo ritmo los hospitales con profesionales exhaustos que en algunos lugares se vieron con falta de equipos de protección. ¿Hasta cuándo seguimos así? Lo previsible es que de una forma u otra el coronavirus termine siendo controlado a pesar de todo.

Ese virus sí, pero otros se han revelado potentes y reforzados. Las actitudes irresponsables y su contrario, el miedo. Se ve a gente que huye de la proximidad de otros humanos. Y una cosa es guardar distancias prudentes y otra, las expresiones de terror. Deberán acudir a consulta psiquiátrica que igual hubieran necesitado antes. Hay un imprescindible punto medio: la racionalidad. Y otro entre un modo de entender la libertad que perjudica a todos y el confinamiento.

Especialmente dañino es el virus de la mala gente sacando provecho. Sin importar sea de la enfermedad y la muerte, del miedo, de la paralización de la sociedad y del daño económico general y de algunos profesionales concretos. Se estipulan ayudas desde las administraciones del gobierno o de Europa, pero el roto es inmenso.

Y ahí tenemos a los expertos en la mentira y la difamación, en sacarse culpas ciertas de encima y echarlas sobre otros. Es intolerable que el PP afirme que no hizo recortes en sanidad cuando las pruebas son aplastantes. Y que distraiga con peticiones de comparecencia, en RTVE por ejemplo, porque consideran que decir la verdad es atacar la sanidad de Madrid. O la salida inmediata de Pablo Casado en una nueva crítica al Gobierno nada más anunciar el estado de alarma para frenar la epidemia. En el momento tan crítico que vivimos da pudor caer en la bajeza hasta de resaltar estos hechos. Pero el miedo es un caldo de cultivo en el que las insidias germinan especialmente.

Y lo hacen. La rabia no ha desaparecido, se ha acrecentado. Las confusiones de conceptos –deliberadas o espontáneas- son especialmente peligrosas. Algunos siguen jugando al fútbol con su equipo y el contrario. Con más de cuatro mil infectados y el temor instalado en muchos ciudadanos.

En tiempos de crisis como ésta hay que huir de la gente perniciosa que busca en la confusión y la mentira su propio interés. Y seguir apelando a la racionalidad. El pensamiento propio. Yo no acudí a la marcha del 8M, como otros años, porque pensé que por mi edad soy persona de riesgo y podía perjudicar a mis allegados, en caso de contagio que veía lejano ante los datos existentes. Pero es indignante que se culpabilice a los infectados sin síntomas. El periodo de incubación es de 5-6 días. Las manifestaciones feministas se desarrollaron en Madrid y en muchas otras ciudades españolas. El domingo pasado, 8 de Marzo, había en Madrid 28 nuevos positivos, que no hacían pensar que el lunes subieran a 375 por sus propias causas. Y no es lo mismo haber acudido a esa marcha sin síntomas que ir moqueando y estornudando a una concentración de centenares de personas en Vistalegre y estrechando manos.

Lo curioso es que precisamente los años y la vida que se haya llevado te hacen relativizar ese riesgo total al que nos enfrentamos a menudo sin a veces percibirlo. Hay que afrontar con entereza los problemas. Sirven los ejemplos edificantes, de coraje, de coherencia, y los hay y los estamos viendo. La incomparable lección de arrimar el hombro por encima del riesgo. La prudencia, la razón, el no interferir. La ciencia, sin duda. Y, si para el análisis, la subjetividad es una pésima consejera, en la hora de la verdad las emociones positivas ayudan: elegir entre el rencor y la altura de miras. No olviden mirar con serenidad las cifras, repensarlo todo, cuidarse para cuidar a los otros, y reflexionar sobre lo que realmente quieren para su vida.

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