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Señor Guerra: por su culpa seguimos boxeando con el fantasma Franco

Alfonso Guerra

Carlos Hernández

Alfonso Guerra nos ha regalado este jueves la declaración más trascendental que se ha hecho en los últimos meses sobre el problema que nuestro país sigue teniendo al enfrentarse a su historia más reciente. El que fuera todopoderoso vicepresidente del Gobierno de Felipe González, quizás sin quererlo, ha resumido cuál es la actitud que la democracia española mantiene desde 1977 respecto a todo lo que representó la dictadura: olvido para las víctimas, indiferencia por lo ocurrido y pasividad de cara al presente y al futuro. Esa fue la estrategia diseñada por los políticos que, como él, realizaron la Transición. Esa fue la actitud que dejaron atada y bien atada hasta nuestros días.

Lo que Guerra afirmó, con la expresión de hartazgo que manifiesta alguien que se cree intelectualmente superior al resto de los mortales por tener que opinar sobre minucias, es que no le interesaba nada el debate abierto sobre la posible exhumación de los restos de Franco: “Aquí hay una serie de gente, por cierto jóvenes, que están todo el día boxeando con el fantasma de Franco. A mí Franco no me interesa; se murió hace tantos años… no tengo ningún interés”. Una gran aportación, sin duda, aunque ya la hubiésemos escuchado antes por boca de Pablo Casado, Esperanza Aguirre, Mariano Rajoy o Albert Rivera. Quizás siendo consciente de su sintonía con la derecha más, llamémosle nostálgica, Guerra se sintió obligado a completar su profunda reflexión sobre el dictador: “Ya hizo sufrir mucho a España como para que estemos todo el día alrededor de Franco. Franco se murió, está enterrado y ojalá la piedra esa que tiene encima… ¡ojalá que se hundiera la piedra! No me interesa nada”.

Déjenme que incida en tres de sus expresiones porque son muy significativas: “una serie de gente”, “por cierto jóvenes” y “¡ojalá se hundiera la piedra!”. Empezando por la primera, sería de agradecer que alguien que se llama socialista no tratara con ese desprecio a quienes luchan por recuperar los restos de sus seres queridos que fueron asesinados por la dictadura, muchos de ellos por haber militado en el PSOE o en la UGT, y que continúan enterrados en las cunetas. Sería de agradecer que hubiera llamado “una serie de gente” a quienes se manifestaron el pasado domingo en Cuelgamuros cantando el Cara al sol y haciendo el saludo fascista; o a quienes han hecho pintadas amenazantes en las sedes de partidos democráticos, entre ellos el suyo, advirtiendo de que “el Valle no se toca”. No puedo dejar de preguntarme si el señor Guerra creerá que quienes siguen hablando de Hitler y honrando la memoria de las víctimas del Holocausto son igualmente “una serie de gente”.

“Por cierto jóvenes”, decía también como argumento supuestamente descalificador hacia quienes se ocupan y preocupan de estos temas. Cada día tengo más claro que durante la Transición se propagó un virus entre una parte de nuestra clase política y también periodística. Un virus ególatra que les hizo creerse los mejores, los únicos paladines de la libertad, nuestros salvadores… Ellos estuvieron en Mayo del 68, ellos corrieron delante de los grises, Ellos nos bendijeron regalándonos generosamente la democracia, Ellos hicieron tan bien las cosas que ya nadie es digno, ni lo será nunca, de retocar su magistral obra. Los “por cierto jóvenes” no tienen el derecho a opinar de lo ocurrido, ni la inteligencia suficiente como para poder analizar la Historia. Bastante suerte tienen de haber heredado esta España paradisíaca que construyeron Ellos con tanto esfuerzo y tanta heroica osadía. Guerra no tuvo, sin embargo, ni una palabra para otro joven: ese que puede liderar el PP y que insultó una vez más a las víctimas del franquismo al inventarse, sin ruborizarse, una España paralela en la que “desde 1975 y 1978, cualquier familiar puede buscar los restos de sus seres queridos con pleno apoyo de diputaciones, ayuntamientos y autonomías”. No parece pues que Pablo Casado entre en el grupo de los “por cierto jóvenes” a los que no traga Alfonso.

La tercera expresión es, quizás, la más relevante: “¡Ojalá se hunda la piedra!” que cubre el cuerpo de Franco. Sí señor Guerra, sí. Y ojalá se acabe el paro, y ojalá dejen de morir inmigrantes en el Mediterráneo, y ojalá no haya más asesinatos machistas… Pero ¿no cree que desde la política se puede hacer algo para ayudar a conseguirlo? ¿O quizás, en el fondo, no es usted tan distinto a esa ministra que pedía ayuda a la Virgen del Rocío para reducir la tasa de desempleo? La respuesta a ambas preguntas es “no”. Guerra es maquiavélico, no ingenuo.

Si hoy dice lo que dice es porque defenderá hasta la muerte la irresponsabilidad que su generación cometió al echar una tonelada de tierra sobre nuestra historia reciente. Desde el primer día, tras la muerte de Franco, los líderes de la izquierda de este país decían en público “ojalá se hunda la piedra”, mientras en privado miraban para otro lado. Creo, honestamente, que los españoles sí debemos agradecer y mucho el trabajo que nuestros políticos hicieron durante la Transición. Es fácil criticar 40 años después, cuando no nos amenaza el Ejército con dar un golpe de Estado, ni debemos desactivar el poderoso aparato franquista cimentado durante cuatro décadas de dictadura. Con algunas sombras, pero más luces se conquistó la libertad (más o menos) y debemos seguir felicitándonos por ello.

Eso no es óbice para que también se señale lo que se hizo mal porque ¡no!, señor Guerra, ustedes no eran perfectos. Somos muchos los que no podemos aplaudir, entre otras cosas, lo ocurrido a partir de 1982. El PSOE tuvo 15 años de gobierno, 8 de ellos con usted de vicepresidente, para romper los lazos que nos seguían amarrando a la dictadura. No se trataba de hacer nada extraordinario: bastaba seguir el ejemplo de Alemania o Italia en 1945 o el que después nos darían desde Chile o Argentina. Solo se trataba de situar a la dictadura y a sus asesinos en el pozo histórico que les correspondía, al tiempo que se sacaba del olvido y de la humillación a quienes sufrieron y murieron en aquellos años por defender nuestra libertad.

Ese Guerra que hoy da lecciones a los “por cierto jóvenes” era uno de los socialistas que tuvieron el poder para llevarlo a cabo y, sin embargo, optó/optaron por no hacer nada. Deseaban, o eso decían, que se hundiera la piedra, pero decidieron dejar las cosas como estaban. Eso fue lo que provocó que no se revisaran las mentiras históricas inventadas por los franquistas; que las nuevas generaciones de españoles no encontraran en sus libros de texto los capítulos dedicados a la dictadura y crecieran sin tener ni idea de la magnitud que tuvo la represión; que las ciudades y pueblos siguieran infectadas de símbolos de la dictadura; que se perpetuara una inmoral e injusta equidistancia entre víctimas y verdugos, entre demócratas y fascistas; que se hicieran homenajes institucionales a aquella División Azul nazi; que miles de exiliados murieran de viejos en Francia, sin un mísero homenaje de su patria y completamente olvidados; que existiera una Fundación Francisco Franco que se permita en nuestros días realizar llamamientos para “un nuevo alzamiento”; que el tirano asesino continuara enterrado como un héroe mientras sus decenas de miles de víctimas seguían humilladas y enterradas en una jodida cuneta.

Esa es la cruda realidad señor Guerra. Esa es la explicación de por qué estamos como estamos. Usted, los suyos y los que vinieron después se limitaron a esperar que la piedra cayera por sí sola sobre el dictador. Ustedes no hicieron bien su trabajo. Esa y no otra es la razón por la que hoy muchos “por cierto jóvenes” y no tan jóvenes nos vemos obligados a seguir boxeando contra el fantasma de Franco.

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