Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
La izquierda presiona para que Pedro Sánchez no dimita
Illa ganaría con holgura y el independentismo perdería la mayoría absoluta
Opinión - Sánchez no puede más, nosotros tampoco. Por Pedro Almodóvar

Una improvisación sobre el jazz

Jazz Vital

Sabrina Duque

Nadie sabe cuándo fue la primera vez. En qué momento del siglo XIX aquellos esclavos africanos comenzaron a improvisar cantos mientras cosechaban algodón en las haciendas de Luisiana. Cuando África y Estados Unidos parieron un hijo que sólo tuvo nombre propio a inicios del siglo XX y se volvió universal.

A veces parece que el jazz es como una fuente de la eterna juventud. Toma un ritmo cansado, hazlo beber de ella, y saldrá joven, diferente. Tomen a la samba, hija de África en Brasil. Era una chica de barrio, la estrella de su cuadra, hasta que llegó el jazz, se juntaron, y nació la bossa nova. La samba clásica no murió, pero una parte de ella se mudó de las favelas a los barrios de clase media de Río de Janeiro en los sesenta y, convertida en bossa nova conquistó Nueva York. Conquistó París. Hoy es casi imposible subir a un ascensor en Hamburgo, Santiago o Hong Kong y no escuchar Garota de Ipanema. Una música típica -la samba- bañada por el jazz- se convirtió en una epidemia mundial.

Entre los sesenta y los setenta, el jazz se fusionó con la música latina: los ritmos afrocubanos y boricuas, el tango (piensen en Astor Piazzolla con Gerry Mulligan). Pero, ¿qué tiene ese ritmo que no tengan los otros? A inicios del siglo 20, todas las músicas tenían ritmo, melodía y armonía. Pero el jazz, y sólo él, tenía improvisación. Los jazzistas eran músicos sin partituras. Cada sesión era un salto al vacío: sabían cómo comenzar y ya verían lo que se les ocurría en el camino. Tocar. Juguetear con el ritmo. Improvisar un solo. Otro. Y otro. Ser libres. Ser imprevisibles.

Antes de tanta inspiración para otros géneros, el jazz fue lo prohibido. Aquella música de esclavos. Aquella música de negros. Aquella música del gueto. Aquella música indecente. ¿Han leído con atención la letra de My heart belongs to daddy, de Cole Porter?

El jazz era travieso, pero también político. Pasaba de lo libidinoso a la seriedad de su origen de música de esclavos. Era un ritmo de gente como Billie Holiday, que en los años treinta, cuando se iba de gira, debía dormir en hoteles distintos a los de los músicos blancos y comer en el bus de la banda, mientras ellos entraban a los restaurantes. Sólo sobre el escenario se reunían blancos y negros. Y ella brillaba. Holiday grabó la más reconocida versión de Strange Fruit, un poema de Abel Meeropol sobre los linchamientos, que convertían a los cuerpos negros en frutos extraños colgando de los árboles en el sur de Estados Unidos. La canción la hizo famosa. Salió en la revista Time. Pero en la sociedad, a su música aún se la veía con desprecio. 

El jazz subió en la escala social décadas después, en los cincuenta, cuando la seducción de John Coltrane, Charlie Parker, Duke Ellington, Louis Armstrong y Miles Davis se había vuelto más fuerte que los prejuicios.

En los cincuenta, Eric Hobsbawm, considerado uno de los más importantes historiadores británicos, se convirtió en crítico de jazz en el semanario The New Statesman. Sorprende que a uno de los mayores intelectuales marxistas del siglo 20 le diera vergüenza escribir sobre música de tugurios. Firmó sus textos como Francis Newton (así se llamaba el trompetista que grabó Strange Fruit con Holiday). Hobsbawm escribió esas columnas durante una década. Y también un libro, The Jazz Scene, pero no lo firmó como él mismo, siguió escudándose tras el Francis Newton inventado. Con los años perdió la vergüenza y lo reeditó firmándolo como Eric Hobsbawm.

Hoy, 30 de abril, es el Día Mundial del Jazz. La UNESCO comenzó a celebrarlo en 2011, para reconocer su poder para unir a las personas y enumera varias razones: el jazz rompe barreras, crea empatía, es una forma de libertad de expresión, fomenta la igualdad de género, refuerza el papel de los jóvenes en el cambio social. Para mí, la más importante es que el jazz promueve la innovación, la improvisación y la integración de músicas tradicionales en las formas musicales modernas. Este día es una celebración del mestizaje. Al final, parece que todos los ritmos contemporáneos le deben algo.

Es divertido hallar la influencia del jazz aquí y allá. En el rock, por ejemplo, lo más obvio son los solos con largas improvisaciones. Pero hay más: den un vistazo a este artículo, en inglés, donde Elyadeen Anbar donde muestra dónde está el jazz en Honey Pie de The Beatles, Time de Pink Floyd, entre otros. El hip hop toma mucho del jazz para sus samples -fragmentos de ritmos que sirven como fondo para nuevas canciones. En la página whosampled.com aparece que a Miles Davis le han hecho samples 259 veces. Como The Notorious B.I.G. y Puff Daddy en Suicidal Thoughts (donde la base es Lonely Fire, de Davis).  Y de Louis Armstrong, Lng/SHT usó un sample de Dream a little dream of me para su Llaves, teléfono y cartera. Y, cómo no, los hiphoperos son tan buenos en la improvisación como cualquier músico de jazz.

Les propongo que hoy busquen, en su música favorita, los ecos de la música que comenzó en el siglo XIX, cuando aquellos esclavos africanos comenzaron a cantar -quizás por nostalgia, quizás para poner un poco de luz en sus atormentadas vidas- en las plantaciones del sur de Estados Unidos.

Etiquetas
stats