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¿Pero en Podemos no se votaba todo?

Javier Pérez Royo se suma a la candidatura de Podemos

Ángela Cañal

Los fichajes del general Julio Rodríguez, el catedrático Javier Pérez Royo o la jueza Victoria Rosell -también estuvo a punto el juez Castro- han sido un sonoro golpe de efecto para Podemos, muy necesitado de un empujón para relanzar su desinflada carrera electoral. Un movimiento seguramente acertado en términos tácticos, pero también teóricamente contradictorio con los principios fundacionales del partido: ni han pasado por primarias, ni se ha consultado en ningún momento a los simpatizantes. La dirección diseñó un proceso a su medida para elaborar las listas, reservarse la opción de incorporar candidatos a dedo, y ahora la ha ejercido, sin que nadie le haya planteado objeción alguna.

Ni los círculos, ni los dirigentes del bloque crítico, ni los aspirantes que -ellos sí- se presentaron a las primarias y ahora se han caído de las listas para dejar hueco a las nuevas estrellas. Nadie ha dicho esta boca es mía. ¿Significa eso que todo el mundo en Podemos está conforme con estas incorporaciones? Es muy posible. Pero también da la sensación de que en el partido morado hace ya algún tiempo que eso de votarlo todo les da un poco igual. A la dirección, y también a los simpatizantes.

Yo no sé si es por pereza, por comodidad, por confianza ciega en la dirección, porque la gente está de bajón ante las malas perspectivas electorales o porque, en el fondo, cualquier seguidor de Podemos con dos dedos de frente tiene claro que al final siempre sale lo que Pablo Iglesias quiere que salga. Elija el lector la opción que mejor le suene.

Lo cierto es que la participación en las consultas internas sigue desplomándose, y eso que son por internet: en julio, sólo un 16% votó en las primarias a las generales. Y apenas un 4% lo ha hecho con el programa. Hay decenas de miles de inscritos con cuentas inactivas. Nada que ver con la euforia de la asamblea de Vistalegre hace un año. La dirección ha impuesto el voto en plancha (en bloque), limitando drásticamente la diversidad de opciones. De hecho, no hay ni un solo cabeza de lista para el 20D que no sea de la corriente oficial. Las votaciones son un trámite aburrido, pensado más para cumplir que para otra cosa. Los círculos languidecen sin que nadie les haga caso.

Ese “lo que decida la gente” que fue el mantra fundacional de Podemos se ha ido transformando en “lo que decida Pablo”. La cúpula decidió que depender de un sistema asambleario podía ser un lastre en su veloz asalto a los cielos, apostó por un modelo personalista y a las bases les pareció bien: que decidan ellos. Más rápido, más efectivo, más cómodo también. Es en gran medida un fenómeno natural, aunque también entristezca un poco: demasiado trabajo para los inscritos empollarse los documentos cuando el resultado final de las votaciones más o menos ya se sabe.

El fin se impuso a los medios. Y funcionó... al principio. Porque con el tiempo, sin ningún estímulo para la movilización, muchos simpatizantes se han enfriado, han ido perdiendo esa conexión emocional, ese sentimiento de formar parte de una marea social arrolladora que fue determinante en el auge del partido. Eso es lo que reflejan las mortecinas encuestas de cara al 20D. Del entusiasmo se ha pasado a una cierta apatía. Podemos ha descuidado su activo más importante, y quizá ya no le queda tiempo para recuperarlo.

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