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'Estamos todas bien', las voces de nuestras abuelas contra el olvido histórico

Portada de 'Estamos todas bien'

Francesc Miró

En una de las célebres tiras de Mafalda, la genial niña recorría viñeta tras viñeta observando anonadada lo limpia que estaba su casa. Con tristeza y temor. La ropa planchada, el impoluto salón y los platos fregados que aparecían en cada dibujo no eran para ella nada más que señales del drama, del sometimiento. Así que cuando por fin encontraba a su madre, ya al borde de la última viñeta, no le quedaba otra que preguntarle a su madre: “Mamá, ¿qué te gustaría ser si vivieras?”. No serán pocos los que sigan volviendo, una y otra vez, sobre las viñetas de Quino para dar cuenta de cómo hay luchas por las que las décadas pasan muy lentamente. Demasiado.

La ilustradora Ana Penyas, quizás inspirada por la mítica tira, cuenta que algo en ella despertó el día que se atrevió a preguntarle a sus abuelas qué querían ser de mayores. Algo estaba dormido y aquella pregunta lo despertó, pues de ella surgieron muchas otras. La joven empezó a querer entenderse a sí misma a través de ellas, a cuestionarse su rol como mujer en la sociedad en la que vivía y a hacerlo con la perspectiva que da conocer tu pasado. O más que eso, el de los que te rodean. El pasado común.

Años después, tras haberse diplomado en Diseño Industrial y estudiando Bellas Artes en Valencia, un profesor le pidió que hiciesen el ejercicio de narrar mediante viñetas una anécdota personal. Ella decidió contar un día en la vida de su abuela Maruja. De ahí nacería Estamos todas bien, la ganadora del X Premio de Novela Gráfica Fnac-Salamandra Graphic, uno de los galardones más importantes de nuestro país en el ámbito. Conmovedora obra sobre la memoria histórica familiar, aquella que remite al salón de casa, a recuerdos en cajas y fotos viejas, a conversaciones con nuestros mayores. También sobre la urgente necesidad de darles voz y espacio para narrar su historia, que no es otra que la de todos.

Colores cálidos para historias cotidianas

“Esto surge muy poco a poco, en ningún momento me planteé '¡Voy a hacer una novela gráfica!', más bien salió de forma natural hace ya cuatro años”, cuenta Penyas sobre el nacimiento de Estamos todas bien en aquel ejercicio de clase que ha terminado siendo muchísimo más. “Yo no había hecho un cómic en mi vida pero resultó que acababa de volver de Alcorcón de visitar a mi abuela Maruja, una mujer que se veía por primera vez viviendo sola y que estaba perdiendo facultades… la vi muy triste. Decidí narrar como era un día en su vida”.

Tras recoger un feedback positivo, aquello paró allí: un ejercicio de cuatro páginas para clase. Sin embargo, poco después Penyas quiso participar en el Festival Tenderete, uno de los acontecimientos del fanzine y la autoedición más punteros de Valencia, y para ello preparó cuatro páginas más sobre su otra abuela, Herminia. En esta ocasión se basó en un relato que había escrito su madre y que, por casualidades del destino, también contaba un día en la vida de la señora.

“Luego, presentando mi portfolio a editores de cara a encontrar trabajo, un editor vio estas ocho páginas y le encantó. Me sugirió que ampliase la historia y con eso me animé a convertirlo en algo más grande”, explica la ilustradora. “Pero esta persona se descolgó cuando ya tenía cincuenta páginas hechas, así que tiré adelante para terminarlo sola y sin más”. Penyas presentó las historias de sus abuelas al premio que ahora publica Salamandra Graphic.

Pero el tiempo había pasado y la ilustradora que había hecho aquellas pocas páginas no era la misma que estaba a los mandos de esta novela gráfica: “Fue complicado y tuve que rehacer muchas cosas porque yo había evolucionado a nivel gráfico. Pulí el dibujo y lo adapté a lo que quería”.

Surgieron así la interesantísima mezcla de tonos apagados pero cálidos y trazos nerviosos pero calmados que componen cada viñeta de Estamos todas bien. Una combinación que hace de su lectura una experiencia entre incómoda y acogedora. Familiar.

“El primer color que hubo se ha convertido en el más predominante en la novela: es el que narra el presente de Maruja, un rojo rosado que marcó el resto de tonos y que viene de una bata rosa que siempre lleva mi abuela. Su universo me lleva a ese color constantemente”, explica.

Poco a poco la fuerza del rojo da paso a una gama de ocres, grises, castaños y colores de café. Se transmite calidez, cotidianeidad y vejez. También sabiduría y paciencia. “El cambio en la gama cromática es muy sutil porque todo son colores cálidos, pero me vino por la propia historia: tenía que diferenciar los universos de las dos abuelas, pero también de los dos tiempos históricos en los que se desarrolla la narración. Sus presentes y sus pasados necesitaban códigos de lectura distintos”.

Memoria histórica con perspectiva feminista

De su uso del color, justamente, también deviene una de las más importantes líneas discursivas de Estamos todas bien, la necesidad de distancia emocional para hablar del pasado. La búsqueda de objetividad aunque hablemos de nuestra propia familia. De ahí la fuerza expresiva de muchas de sus viñetas.

Penyas forma parte de un panorama de la ilustración española que mira, desde la actualidad, las historias ya no de nuestros padres sino de nuestros abuelos. Que echa la vista atrás sobre una generación anterior a la que les precedía, como hizo Paco Roca, Carlos GiménezSento Llobell pero también talentos jóvenes como el de Jose Pablo García o el de Alfonso Zapico. Todos hombres, habría que añadir.

“Creo que es un sentir generacional. Dar voz a quien no la tuvo es una preocupación no solo del cómic, sino de muchísimas vertientes de la cultura de nuestro país”, opina Penyas. “De hecho, te podría decir de muchas compañeras de otras profesiones, gente que viene de la sociología o de la filología y que siendo de mi generación, están investigando nuestro pasado. Estamos todas surcando historias de nuestras abuelas más que de nuestras madres”. 

La razón de por qué tantos artistas miran ahora a esa generación de nuestros ancianos y ancianas es compleja de definir: “Quizás es que no se ha respetado lo suficiente su historia. Puede que nuestras madres ya produjesen su relato mientras que las madres de nuestras madres han vivido cierto vacío de comunicación sobre sus vidas”, reflexiona la ilustradora valenciana. Las más damnificadas del rodillo del olvido vuelven a ser ellas: “Hay pocas mujeres de la generación de nuestras abuelas que hayan sido escritoras, que hayan tenido una voz con la que narrar sus luchas cotidianas. Ese vacío ha llamado la atención de nuestra generación, que ha decidido llenarlo”.

O quizás la razón esté más cerca de nuestras miradas, hacía falta tiempo y distancia. Saltarse una generación. “Es posible que la generación inmediata al franquismo lo haya tenido difícil para verlo con perspectiva porque, en cierto sentido, formaba parte de esa misma historia”, explica Penyas sobre cómo ha conseguido el delicado tono de Estamos todas bien, entre el homenaje emotivo y el compromiso con la realidad. “Puede que el tiempo sea el que nos haya dado cierta distancia con la verlo todo desde otro lugar. Más objetivo. Ahora somos más autoras y queremos dar voz a las mujeres que no la tuvieron, pero hacerlo con una mirada crítica y feminista”.

A la luz está que su trabajo cumple lo que se propone. Estamos todas bien aporta una rotunda visión de la mujer a lo largo de setenta años de lucha cotidiana, de silencios, de pequeños actos de rebeldía, de grandes gestos de resiliencia. Ana Penyas se sirve de la cercanía y universalidad de experiencias de nuestros mayores, para hablar de quienes somos hoy. De qué hemos hecho para olvidar, qué precio hemos pagado y qué significa esforzarse en recordar. En seguir resistiendo.

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