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Bosal, penúltimo capítulo de la desindustrialización

Chus Villar

Ahora que empieza a bajar tímidamente la cifra de paro, nos tocará ver cómo aumenta descaradamente en proporción inversa el discurso triunfalista sobre la recuperación económica. Poco parecen haber aprendido los gobernantes actuales de los errores de comunicación de ejecutivos pasados, y tendremos que soportar el desfile indecente y enervante de las versiones actualizadas del cinismo de antaño (aquellas “champion leagues de la economía”, “brotes verdes” o negación de la crisis). Pero algo ha cambiado, la tozuda y cristalina realidad de nuestro día a díanos ha despertado a bofetones de la edad de la inocencia.

Uno de los muchos ejemplos de baños realistas sobre la economía y las nuevas reglas laborales que nos va a dejar esta crisis es el de Bosal, empresa radicada en Puerto de Sagunto y dedicada a la fabricación de sistemas de escape para vehículos. Sus trabajadores mantienen una huelga indefinida ante el anuncio de un nuevo ERE que el Comité cifra en 91 despidos, pero lo que se esconde detrás del expediente es la intención de clausurar la factoría, según manifiestan los representantes de los trabajadores y ha dejado entrever la propia compañía.

Bosal nace en los 80 al calor de las subvenciones estatales para reactivar el maltrecho sector industrial tras la traumática reconversión siderúrgica, que redujo los empleos en la emblemática Altos Hornos en más de 3.700. Es un ejemplo más –como lo son, en el mismo municipio,Pilkington, Fertiberia y Tumesa- de cómo las empresas se acogen a los beneficios públicos sin dudar, de la misma forma que tampoco dudan de pasarse por el forro el interés público cuando la teta no puede chuparse más. Es normal dentro de una lógica capitalista, y no es algo nuevo, pero sí lo es el hecho de que hoy en día compañías como Bosal estén cerrando siendo absolutamente viables y sin que, como ocurría antaño, la presión sindical y social pueda hacer más que las picaduras de un mosquito en un tanque.

Hay que luchar, no obstante, y los trabajadores de Bosal lo harán hasta el final con las 240 familias que tienen detrás, con las otras tantas afectadas a causa de los empleos indirectos, con los vecinos de un pueblo que les manifestarán su apoyo mañana jueves, 24 de julio, en las calles del Puerto en la manifestación convocada a las siete de la tarde… Lo mismo ocurrió con Galmed hace menos de un año, antes de que cerrara definitivamente sus puertas dejando sin empleo a más de 1.000 personas en la comarca.

Igual que Bosal, Galmed (empresa siderúrgica también muy vinculada al sector del automóvil) era rentable. En aquel caso, las autoridades europeas de la Competencia obligaban a la propietaria, ThissenKrupp, a reducir su producción y se sacrificó la fábrica española para no cerrar ninguna planta en Alemania. En este caso, Bosal –de origen holandés–seguramente no quiere acometer las inversiones necesarias en la fábrica y puede apañárselas haciendo frente a los encargos en las factorías del resto de España, incluso puede contratar a nuevo personal allí a un coste muy inferior al de los empleados indefinidos de aquí. Bendita reforma laboral.

El sector de automóvil está en recuperación sostenida y Bosal tiene encargos de diversas marcas, pero el Comité de Empresa denuncia que la compañía está forzando que no haya carga de trabajo, de forma que se pueda justificar la clausura cuando acabe el último encargo, previsto para dentro de un año.

ArcelorMittal, la heredera de Altos Hornos, tampoco va por buen camino. Con ERE desde hace varios años, y tocada por el cierre de Galmed, a quien vendía el 20% de su producción, amenaza hoy con 110 despidos. Otras empresas, que dependen en gran parte de las grandes (Ferrodisa, Pilkington, Ros Casares, Tumesa) también se ven afectadas. Es el problema de una industria no diversificada, de una comarca muy dependiente de este sector y que ahora se enfrenta a un claro proceso de desindustrialización.

Esto es lo que está detrás del conflicto en Bosal, el penúltimo capítulo de una agonía de tres décadas. 30 años en los que ni la bonanza económica consiguió sacar más allá de los papeles periodísticos y los flashes el cacareado Parc Sagunt, una oportunidad inmejorable para diversificar; un proyecto vendido como la mayor superficie de suelo empresarial de Europay que hoy está sin ocupar (hay tres empresas, para no mentir) y sin los accesos acabados. 30 años en los que no se ha avanzado en la mejora de las infraestructuras ferroviarias ni en potenciar las instalaciones portuarias.

Casualidades de la vida, acabo de darme cuenta de que al lado del ratón de mi ordenador tengo un pisapapeles de Parc Sagunt, se ve que gastaron más en merchandasing para la prensa que en promoción empresarial. Hoy vamos poco a poco viendo cuántos gastos inútiles, mastodónticos, muchos de ellos ilegales, que podían haber puesto las bases de unas economías locales sin pies de barro se han hecho desde la Generalitat.

Mañana, unos cuantos ciudadanos acudiremos a gritar por el empleo en Bosal. Qué lejanos, qué diferentes nos parecerán aquellos miles de gritos de los 80 (“¡Felipe, Guerra, Sagunto no se cierra!”) que han quedado en el imaginario nacional como ejemplo de resistencia obrera (no hace mucho los veía convertidos en documento histórico audiovisual en la serie “Cuéntame”).

Sagunto no se cierra… Al menos, las bocas no las cerraremos. Hecha la jugada perfecta de la reforma laboral, el descrédito sindical y la extensión de la pobreza para que el gran capital pueda disponer a su antojo de parados acojonados sin margen de maniobra, aún nos queda gritar, seguir gritando muy alto y muy claro que desarrollo económico y bienestar social es una pareja perfectamente posible y a la que no vamos a renunciar.

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