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Los niños del bombardeo de Gernika: “Tuvimos que recoger los cadáveres en cestas”

Vista de Gernika el 27 de abril de 1937, 24 horas después del ataque

Iker Rioja Andueza

Imanol Aguirre, testigo del bombardeo de Gernika el 26 de abril de 1937, avisa a sus lectores: “Vimos cosas terribles”. Su relato aparece en la obra '26 de abril de 1937’ del historiador Xabier Irujo, publicada en fechas recientes en el marco del octogésimo aniversario de este bombardeo de Gernika, una de las 329 operaciones de bombardeo que la Legión Cóndor nazi dirigida desde Vitoria por Wolfram von Richthofen realizó en tierras vascas durante la Guerra Civil sólo en aquel sanguinario mes de abril.

Cuenta Aguirre que cuando sonaban las campañas como rudimentario aviso antiaéreo nadie les hacía demasiado caso. Tampoco aquella tarde primaveral de lunes, día de mercado. Al fin y al cabo eran días y días de rumores y de operaciones en localidades del entorno como Durango, Markina o Bilbao. Pero “de repente hubo explosiones”. Y el niño que entonces era Imanol vio “chorros de llamas”. Y que la gente “empezó a correr en todas las direcciones”.

“Las bombas caían sin parar”, rememora Aguirre, según el testimonio reproducido por Irujo, que estos días acompaña al también experto William Smallwood, que donará más de un centenar de entrevistas con supervivientes que logró hace ya cuatro décadas, cuando quienes vivieron con más edad y consciencia el bombardeo aún seguían vivos. “Los aviones, cinco de ellos, volaron en círculo alrededor de nosotros durante veinte minutos”, recuerda. Efectivamente, el ataque sobre Gernika, formalizado por los alemanes pero también por la aviación italiana, aliados ambos de los golpistas liderados por Francisco Franco, se prolongó durante más de tres horas y los aparatos realizaron varias pasadas cada uno hasta dejar destruida casi toda la villa excepto la Casa de Juntas, el viejo roble símbolo del pueblo vasco, algunas viviendas de un barrio residencial y la fábrica de armas Astra-Unceta.

“Vimos cosas terribles –enfatiza-. Vimos a una familia que conocíamos porque vivía en nuestra calle esconderse en un bosque. Allí estaban la madre, dos hijos y la abuela. Los aviones volaron en círculos sobre ellos durante un largo tiempo y, al fin, aterrorizados, les obligaron a salir de su refugio. Se refugiaron en una zanja. Vimos a la abuelita cubrir al niño con el delantal. Los aviones volaron bajo y los mataron a todos en la zanja, excepto al niño. Pronto se puso en pie y empezó a vagar por el campo, llorando. Y lo mataron a él también”.

Aguirre resume lo que vivió así: “Todos estaban siendo ejecutados. Había cuerpos por todo el campo. Más tarde tuvimos que recogerlos con cestas. Muchos de ellos. Después de un tiempo los aviones se marcharon y volvimos a entrar en Gernika. No era sino una ruina humeante”.

[Imanol, como otros miles de niños vascos, fue enviado al exilio en el SS Habana días después. En su caso llegó al Reino Unido. Francia o la URSS fueron otros de los destinos. Son los conocidos como 'niños de la guerra']

Eso es lo que contaron los testigos. Otra obra, ésta publicada en 1976 (‘El día en que murió Gernika’), recoge también decenas de vivencias directas. La propaganda franquista, en cambio, ideó una manipulación de los hechos a instancias de Alemania sobre todo después de que creciera en la España republicana y en países como Francia, Reino Unido y Estados Unidos un clamor contra una masacre que constituyó un macabro ensayo de lo que Adolf Hitler planeaba para la II Guerra Mundial. Gernika, gracias al 'Guernica' de Picasso, ya era un símbolo.

El coronel Juan Vigón era prácticamente el único militar español al que respetaba Von Richthofen. Ambos y los italianos se reunieron la víspera del bombardeo en Burgos y la pareja se volvió a juntar la mañana del 26 de abril de 1937 antes de que los aviones recibieran la orden de iniciar la operación sobre Gernika. La ciudad cayó a manos ‘nacionales’ el 29 de abril y ese día ingenieros franquistas examinaron las ruinas para emitir un informe para Vigón, documento fechado en Vitoria el 1 de mayo de 1937.

“Se podría pensar que se quiso castigar al separatismo vasco en la ciudad del árbol tradicional, pero aparte de que tal afirmación carece de fundamento y de que este género de venganzas no concuerdan con la moral de los Ejércitos del Generalísimo Franco, resulta que lo poco que allí se mantiene en pie es el famoso árbol y cuantas construcciones le rodean, fáciles de destruir por la metralla de la aviación”, sentencian los ‘expertos’. “La destrucción casi total de Guernica –continúan- no ha podido ser causada por bombardeo de una escuadrilla de aviones durante una sola tarde. Para que todas las casas, una por una, se conviertan en montones humeantes de escombros es necesario que el incendio las devore y que éste sea producido o fomentado por quienes vienen haciendo lo mismo en otros pueblos abandonados”.

En efecto, los ‘nacionales’ sostenían que los ‘rojos’ habían quemado Gernika antes de que fuera conquistada: “Recorrimos diversas calles de la población y en todas ellas las huellas de un incendio sistemático saltan a la vista”. Es más, los expertos se permiten añadir que en una vivienda hallaron restos de una “bomba de aviación” que “destruyó” la casa pero “sin apreciar vestigio alguno de que se hubiese producido incendio”. “Poner el grito en el Cielo porque la aviación bombardee ciudades atacadas y que se defendían para impedir que el ejército llegue lo antes posible a un objetivo tan trascendental y decisivo en esta guerra, como es la conquista de Bilbao, es insensato. Y asombra que esto indigne a quienes lanzan bombas a ciegas [por los republicanos] sobre ciudades populosas de retaguardia”, se lee en el final del informe, firmado por los ingenieros Vicente Machimbarrena y J. Milans del Bosch.

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