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Tras el 'boom' de los cursos online, las universidades buscan cómo reinventarlos

Uno de cada tres cursos on line registrados en la página de la UE son españoles.

Daniel Sánchez Caballero

Nacieron, crecieron, se reprodujeron (masivamente) y... ¿cuál es el siguiente paso? Los MOOC (Masive Online Open Course, cursos online, masivos y abiertos) llegaron para revolucionar la educación superior con la premisa de que cualquiera —con acceso regular a internet— podría formarse de manera gratuita en las más prestigiosas universidades del mundo.

Era un caramelo goloso y en pocos años sufrieron un boom notable. Se multiplicó la oferta. Existen MOOC de todas las materias imaginables. Los usuarios se cuentan por millones sólo en España, que abrazó el fenómeno con entusiasmo: uno de cada tres MOOC de los 770 que a día de hoy ofrece Open Education Europa, el portal web de la Comisión Europea, pertenece a nuestro país. Se llegó a decir que eran el futuro de la educación.

Pero a la vez que se desarrollaban fueron asomando sus carencias y surgieron las críticas. Demasiados abandonos (se calcula que el 90% de los que se inscriben en un curso no llegan a terminarlo), que tengan en algunos casos un carácter mercantilista (su objetivo sería captar alumnos, aunque sean virtuales), un modelo de negocio inviable para los centros, la imposibilidad de certificar la adquisición de conocimientos (para esto se han planteado soluciones) o la simplicidad de los métodos pedagógicos en la mayoría de los cursos fueron algunos de los elementos rechazados desde ciertos sectores.

Los primeros estudios académicos que se realizaron sobre su impacto también revelaron que, lejos de incidir en la democratización de la educación superior como se pretendía, la inmensa mayoría de los que siguen estos cursos son personas con formación previa y cierto nivel socioeconómico.

Ahora, tres años después de su implantación en España, los MOOC buscan su sitio en la universidad.

¿Una moda pasajera?

El fenómeno se ha deshinchado un poco, a decir de algunos como Jordi Adell, profesor del Área de Didáctica y Organización Escolar de la Universitat Jaume I. “El boom de los MOOC estuvo muy relacionado con la burbuja financiera derivada de los préstamos a estudiantes universitarios en Estados Unidos (donde nacieron estos cursos). Los MOOC se presentaron como la posibilidad de industrializar una actividad esencialmente artesanal: la formación superior. Tras el entusiasmo inicial, auspiciado por varias universidades de élite y cierta prensa, parece que el optimismo ha dado paso a otra percepción: pocos estudiantes terminan los MOOC –los que tienen mayor formación–, y algunos experimentos con estudios reglados no han resultado tan positivos como se esperaba”, explica.

Quizá por eso algunos trabajan en rediseñar los cursos, averiguar qué se ha hecho bien, qué no tanto y ver cómo pueden evolucionar. En ello están en el proyecto europeo ECO (Elearning, Communication and Open-Data), por el que 11 universidades europeas lideradas por la UNED buscan “diseñar los MOOC del siglo XXI, adaptados a las necesidades de una ciudadanía europea moderna que reclama un aprendizaje digital y móvil, para poder estudiar en cada momento y en cada lugar, no solo en los soportes que hay en casa”.

“El MOOC está buscando el modelo”, concede Sara Osuna, coordinadora del proyecto ECO, aunque niega que el fenómeno “se esté desinflando”. “Está evolucionando, implantándose. No viene a resolver los problemas que ya teníamos, viene a aportar una nueva forma de educar más acorde con las formas de pensamiento, de vida o de actuación que tiene la ciudadanía de nuestro tiempo”, argumenta.

Grosso modo, hasta ahora se vienen haciendo dos tipos de cursos. Los llamados xMOOC “son ejemplos de una pedagogía instructivista, de hace décadas, centrada casi exclusivamente en la transmisión de información y la adquisición de conocimiento declarativo o procedimental simple”, explica Adell. “Pedagógicamente no han aportado gran cosa”, añade. Apenas son unos vídeos y otros materiales que el estudiante debe afrontar por su cuenta.

Por eso Osuna y el ECO apuestan por la otra vertiente, los cMOOC, conectivistas, que “cambian estructuralmente todos los preconceptos de la enseñanza virtual. El rol del profesorado ya no es dirigir al estudiante, entre otras cosas porque puede tener 5.000 alumnos. Lo que hace es dinamizar el debate, resaltar las cosas buenas que aportan los alumnos. Éstos también cambian su rol, ya no sólo reciben; aportan y se responsabilizan de construir su propio conocimiento”, explica. Adell coincide en que éstos “son experimentos didácticos muy interesantes sobre auto-organización, redes sociales y desarrollo del propio entorno personal de aprendizaje”.

“Si los estudiantes pueden aportar conocimiento, entonces también pueden valer para evaluar a otros. Esta es la evolución”, continúa Osuna. Aprendizaje auto-dirigido, auto-regulado, compartido y auto-evaluado incluso. Sin embargo, lamenta Adell, estos cursos “son una minoría frente a los xMOOC”.

SPOC, la tercera vía

Entre unos y otros, en centros como la Universitat Oberta de Catalunya apuestan por los llamados LOOC o SPOC (small personalized online course) como el futuro de este tipo de cursos. “La diferencia es como ponerse en una clase de 25 personas o una de 500, puedes dar más calidad”, explica Albert Sangrà, director de la catedra Unesco de la UOC. Sangrà podría encuadrarse entre los críticos con los MOOC. “No conozco ninguna universidad que se precie de que le dé igual que los alumnos no terminen”, sostiene, y afirma que es necesario observar su evolución “para que sean útiles para el aprendizaje de las personas”.

¿Qué papel va a quedar entonces para los MOOC en las universidades? “Deberían preocuparse por dar una respuesta adecuada al movimiento de Educación Abierta y de Recursos Educativos Abiertos, que posee el potencial para generar un significativo cambio educativo en las universidades, tanto en los roles docentes, la planificación de sus espacios físicos como en sus presupuestos económicos, los servicios que ofrecen a sus estudiantes y en el propio proceso de enseñanza-aprendizaje”, reflexiona en un artículo Jesús Valverde Berrocoso, de la Universidad de Extremadura.

“¿Son extensión universitaria? ¿Son libre difusión del conocimiento que generan las universidades con fondos públicos? ¿Son puro marketing para atraer alumnos a sus titulaciones regladas?”, se pregunta Adell. Él tiene sus propias respuestas: “Las universidades se han dado cuenta que los MOOC no van a cambiar casi nada de la educación superior. Quizá su sitio sea entre el marketing y una visión de la universidad pública comprometida con la libre difusión del conocimiento”, augura.

Osuna, de la UNED, rechaza el sanbenito de instrumentos de marketing. Al menos en su caso. “Somos la segunda universidad de Europa por estudiantes, partimos de una presencia fuerte y no necesitamos más a priori. La UNED como institución pública apuesta por otras formas de acceso a la enseñanza”, afirma.

En lo que sí coinciden todos es que el día que pierdan la gratuidad —si es que llega ese día— dejarán de ser MOOC. “Es una apuesta por otro modelo educativo, mientras se piense así por supuesto tienen que ser gratis, lo único que no puede asumir la institución es la certificación, pero no es obligatorio que nadie la pida, de hecho se sale del modelo”, apunta Osuna. “Si se paga por un MOOC dejarán de ser masivos y los alumnos empezarán a exigir servicios, por ejemplo la atención de los profesores”, añade Adell. “Y eso se llama e-learning y hace años que está inventado”.

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