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Transición sangrienta

Manifestación de víctimas del franquismo en Vitoria.

Elisa Beni

La transición no fue el periodo de concordia y entendimiento que muchos esgrimen para ofrecer como contrapunto a la situación actual. O no lo fue solo. Y no únicamente por la acción del terrorismo de ETA o el GRAPO, como sí se nos recuerda a menudo. Entre 1976 y 1983 murieron asesinados 188 españoles por lo que podemos llamar genéricamente violencia institucional y represiva por parte del Estado, tanto en manifestaciones como en comisarías o prisiones. Víctimas olvidadas cuyos nombres resuenan ya solo en la cabeza de algunos periodistas que cubrieron los hechos luctuosos y que recuerdan sus familiares y sus ciudades de origen como muestra de la violencia de un proceso en el que los asesinatos de la ultraderecha y la represión policial se alternaban con los atentados de ETA y de otros grupos de izquierda, sin contar con la terrible constancia del terrorismo de Estado.

Martín Villa se ha defendido de las acusaciones que tanto Podemos e Izquierda Unida como las víctimas de la terrible represión de Vitoria de 1975 le han hecho al considerarle responsable político de la misma. Por un lado porque él no era ministro del Interior en marzo de 1976 –lo era Fraga– y, por otro, porque aun siéndolo de Relaciones Sindicales, no se considera responsable en modo alguno de haber dado esa orden. Así se lo dijo incluso a dos de los familiares de los asesinados en aquella iglesia de Vitoria, que se lo encontraron el día de la conmemoración en los alrededores del Congreso. Con una medalla y un par de reproches se ha dado carpetazo a la cuestión, volviendo a reflotar la posverdad al uso que permite a todos los que participaron en aquel periodo histórico caminar casi en loor de santidad.

No hace falta discutir si los asesinatos de Vitoria fueron cosa de Martín Villa, de Fraga o de los dos. Martín Villa no sólo tendría que ser preguntado e increpado por ellos. Hay en sus años de ministro de Interior una mochila muy pesada sobre la que se quiere hacer soplar el viento del olvido. 44 españoles murieron a manos de las fuerzas policiales que él mandaba. 108 fueron heridos de gravedad y hospitalizados a resultas de la represión por él comandada. Dos murieron en comisarías y 32 fueron heridos y torturados en prisiones y centros de detención. No son datos mencionados al azar. Tomo los extraídos del paciente trabajo de Mariano Sánchez Soler que tuvo acceso a las sentencias y estadísticas judiciales y fiscales de la época.

¿Por qué tenemos que olvidar que los años de estabilidad que hemos disfrutado fueron sostenidos por el dolor y la injusticia que se produjeron contra centenares de españoles y que lo hicieron a manos de quiénes estaban llamados a protegerles? Hace cuarenta años, justo tras las elecciones que esta semana se festejaron, se inició una represión dura contra las protestas de los trabajadores para calmar al ala dura del franquismo, según explicaba/justificaba el otro día la Prego. Así que para amansar a los del régimen, en Vigo falleció Elvira Parcelo a causa de los golpes de la policía de Martín Villa en una manifestación de trabajadores de Ascon.

José Luis Cano en Pamplona, en 1977, apaleado por la policía y rematado de un tiro en la nuca durante una manifestación.

Gladis Del Estal, muerta de un disparo mientras hacía una sentada antinuclear en Tudela.

También el estudiante Jesús Fernández Trujillo, muerto por un tiro de arma reglamentaria en una manifestación en La Laguna. El mismo lugar en el que Bartolomé García Lorenzo, estudiante, fue ametrallado en su casa por inspectores de policía sin tener nada que ver en ningún caso.

En Málaga, José Manuel García Caparrós, que participaba en la manifestación por la autonomía andaluza cuando fue abatido por disparos de la policía de Martín Villa.

Y los sucesos de Pamplona de 1977, en la manifestación por la amnistía, en la que Gregorio Marichalar murió de un balazo en el balcón de su casa. O Germán Rodríguez abatido un año después, tras la entrada de la policía en la plaza de toros en plenos Sanfermines.

O del joven almeriense de 19 años, Francisco Javier Verdejo, muerto a tiros por la policía mientras realizaba una pintada que decía: “Pan, Trabajo y Libertad”.

Así hasta 44 muertos durante el periodo durante el que fue ministro del Interior de Rodolfo Martín Villa. Todos ellos olvidados, borrados, para que el mito de la transición modélica se mantenga en pie. Esta semana se condecoró en el Congreso la concordia pero también a quiénes comandaban unas fuerzas del orden que no fueron contenidas ni purgadas hasta mucho después con la llegada de los socialistas al poder. Y a la mano que condecoró al torturador Billy El Niño.

La transición no fue un momento pacífico, sino un periodo histórico de violencia extrema en el que no solamente ETA regó de sangre las calles. El terrorismo puso en riesgo el proceso, pero la represión y la guerra sucia no faltaron a la cita. Solo recordando esto, las nuevas generaciones podrán entender la magnitud de lo logrado y el caro peaje que pagaron muchos españoles para traernos hasta aquí. Si la escoba que reescribe la historia sólo les envía imágenes de selectos señores sentados ante mesas de negociación no solo nunca entenderán nada, sino que nunca se honrará a todos los que pagaron con su sangre nuestra democracia.

Muchas veces hemos oído pedir Memoria, Dignidad y Justicia para las víctimas de la sangrienta carrera terrorista de ETA. No cabe menos que pedir lo mismo para todas las demás víctimas. También para las de la Policía que mandaba Martín Villa. Para ellas, también.

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