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No somos testigos de nuestras propias vidas

Barbijaputa

La escritora Rebecca Solnit acaba de reeditar su libro Hombres me explican cosas, ahora traducido a nuestro idioma (editorial Capitán Swing).

No es simplemente un libro de recopilación de mansplainings. Comienza con uno apoteósico, eso sí, sobre un tipo que le preguntó en una fiesta qué solía escribir ella. Cuando Rebecca contestó con el tema de su último libro, él la interrumpió y le dijo que lo verdaderamente importante sobre ese tema en cuestión ya se había escrito en un libro en concreto. Justamente el tipo la estaba interrumpiendo para recomendarle su propio libro, el libro que ella había escrito y del que trataba de hablarle. Hasta tres veces tuvo que intervenir una tercera persona para decirle: ese libro es el de Rebecca.

Pero no, no sólo va de casos de mansplainings. Va más allá. Solnit profundiza en el hecho de que a las mujeres se nos interrumpa de forma condescendiente y se nos expliquen cosas que ya sabemos, porque este fenómeno no acaba ahí ni conlleva sólo que perdamos espacio en las conversaciones. El hecho de que nos callen constantemente para hablar ellos tiene otras repercusiones mucho más graves, porque es sólo la cima de una enorme montaña de arrogancia machista.

“La credibilidad es una herramienta de supervivencia. Cuando yo era muy joven y justo empezaba a entender de qué iba el feminismo y por qué era necesario, tuve un novio cuyo tío era físico nuclear. Unas Navidades éste relataba –como si fuese un tema divertido y liviano– cómo la mujer de un vecino de su zona residencial de adinerados había salido corriendo de casa, desnuda, en mitad de la noche, gritando que su marido quería matarla. '¿Cómo supiste que no estaba intentando matarla?', le pregunté. Él explico, pacientemente, que eran respetables personas de clase media. Y por eso el que 'su marido intentase asesinarla' simplemente no era una explicación plausible para que ella abandonase la casa gritando que su esposo la estaba intentando matar. Por otro lado, ella estaba loca...”.

La credibilidad, como dice Solnit, es una herramienta de supervivencia de la que no disponemos por nuestro género. Justo ayer sabíamos que la joven de Pozoblanco de quien se habían encontrado vídeos siendo abusada por los detenidos en San Fermín, había contado la agresión a la policía y no le habían creído. No se había tramitado ni la denuncia. No hace falta irse muy atrás en el tiempo para encontrar a mujeres que han sido asesinadas después de intentar, y digo intentar, denunciar a la Guardia Civil las amenazas que sufrían.

Solnit apunta:

“(...) Incluso obtener una orden de alejamiento, una herramienta legal relativamente nueva, requiere poseer la credibilidad de convencer al juzgado de que determinado tipo es una amenaza, y después conseguir que los policías la hagan cumplir. (...) Esta violencia es una manera de silenciar a las personas, de negarles la voz y su credibilidad, una forma de afirmar tu derecho a controlarlas sobre su derecho a existir”.

Cuando nos interrumpen, nos callan, nos quitan nuestro espacio en las conversaciones, nos invisibilizan... están reforzando y perpetuando algo más grave: una actitud machista que pone en riesgo nuestra credibilidad, nuestro derecho a ser escuchadas y respetadas, a ser creídas en esa conversación puntual pero también nuestro derecho a ser creídas en cualquier circunstancia, y a veces hay circunstancias donde es nuestro honor y nuestra vida la que está en juego.

“(...) probablemente ahí fuera hay millones de mujeres en este planeta de 7.000 millones de personas que no son testigos fiables de sus propias vidas, que la verdad no es algo que les pertenezca ni ahora ni nunca, y esto va más allá del 'hombre que explica cosas' pero forma parte del mismo archipiélago de arrogancia. Y aun así los hombres me explican cosas”.

Y sí, los hombres nos explican cosas. Sería bueno que empezaran a explicarse cosas entre ellos mismos, cosas como que la lacra machista es causada por su género. Cosas como que tienen que replantearse la forma de tratar, escuchar, cuidar y amar a la otra mitad del mundo.

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