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La carne que comemos

José Luis Gallego

Hay libros que no son libros, son relámpagos. La carne que comemos, del activista británico en defensa de los animales Philip Lymbery, es uno de esos libros. El año pasado mi editora en Alianza Editorial me propuso participar en la edición en castellano de esta obra que acaba de llegar a las librerías. Recuerdo que cuando recibí el original y empecé a leer sus páginas entendí al instante que aquello me iba a causar problemas de conciencia. Y así fue.

En mi opinión la divulgación ambiental, tanto si se ejerce desde un diario, una radio, un libro o una sala de conferencias no solo debe informar sino que ha de aspirar a cambiar hábitos. Y para cambiar hábitos hay que llegar al corazón de la gente: un lugar al que nunca se accede desde el dato y la estadística. Con eso solo se llega al cerebro.

“Vivo en el sur de Inglaterra -me empezó a pellizcar Lymbery la noche que abrí su libro- donde los pastos, los setos y la naturaleza siguen siendo una parte importante del paisaje”. Me instalé mentalmente en cualquier rincón de la España rural: todos conocemos un lugar así. “Pero las cosas están cambiando” señalaba a continuación.

“Los animales de granja están despareciendo de nuestros campos para ser criados en naves industriales abarrotadas y asfixiantes. Como están desapareciendo los pájaros, las abejas y las mariposas.” Ya me tenía atrapado.

“Los gobiernos han hecho posible que compremos un pollo por dos euros creyendo que nos hacen un favor. Pero nos ocultan la realidad que hay detrás de la producción de carne barata”. Así empezó mi lectura de una de las crónicas más desgarradoras sobre uno de los mayores errores que hemos cometido: el de tratar a los animales que nos sirven de alimento como cosas. Algo que, además de ser inmoral, está arruinando nuestra salud y la del medio ambiente.

Los problemas de conciencia que anotaba al principio de este apunte se deben a que yo, como seguramente la mayoría de los lectores, como carne. Hace más de cuarenta años el doctor Félix Rodríguez de la Fuente, a quien debo como tantos otros niños de aquella época mi gran amor a la naturaleza, dio una conferencia en el Club Vegetariano de Barcelona. Las crónicas cuentan que aquella fue la mejor charla que ofreció el naturalista burgalés.

Subido al escenario, sin llevar ningún papel escrito en la mano como siempre hacía, Félix, que ya era conocido en todo el país como “el amigo de los animales”, inclinó la cabeza ante el auditorio en señal de respeto y confesó que se sentía en inferioridad moral ante todos ellos pues en su opinión, el mayor gesto que podía hacer un ser humano a favor de los animales era renunciar a servirse de ellos como alimento.

Esas palabras de Félix, que por alguna causa que desconozco he perdido en mis archivos y que no puedo enlazarles aquí, me han acompañado durante toda mi vida. He intentado convertirme en vegetariano muchas veces, todas se cuentan por fracasos. Estoy rodeado de ellos, y les aseguro que como Félix siento el máximo respeto y mi más sincera admiración por ellos.

El libro de Philip Lymbery, que además de presidir la organización internacional para el bienestar ambiental Compassion in World Farming (CIWF) es como yo ornitólogo de campo y anillador científico de aves, me ha dado un último empujón hacia el vegetarianismo. Y estoy volviendo a intentarlo. Pero esta vez con una mochila repleta de motivos.

Soy de los que opinan que el exceso de datos entorpece el conocimiento. Que los que intentamos trasladar al público que esto del medio ambiente se está poniendo cada vez más feo, abusamos demasiado de las estadísticas y los estudios. Quizá sea porque partimos de la desconfianza del público y esa valla es demasiado alta para que nos oigan. Pero créanme si les digo que los datos que aparecen en este libro son pinchazos en el alma.

Podría acabar este apunte reseñando alguno de ellos, les aseguro que les iba a impactar conocerlo. Pero prefiero recurrir a una cita del escritor Milan Kundera que aparece a mitad del libro: “La verdadera prueba moral de la humanidad es su actitud hacia aquellos que están a su merced: los animales”.

La carne que comemos: el verdadero coste de la ganadería industrial acaba de ser editado en castellano por Alianza Editorial.

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