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Que no me toquen mis bienes

Que no me toquen mis bienes

Begoña Huertas

“A mí que no me toquen mis bienes”, lo dice una del puñado de personas que se concentraron el lunes frente a la sede del PSOE de Madrid para mostrar su rechazo a la investidura de Manuela Carmena como alcaldesa. ¿De qué bienes hablará? ¿Cuál será su miedo?, me pregunto mirando la foto. Probablemente se refiera al piso de su madre que está pendiente de heredar y que le va a permitir vivir de una forma desahogada hasta que muera, y está en su derecho. No lo sé ni me importa. Lo que me parece increíble es que no le sulfure lo que ya sí le han “tocado”: los quince millones de las tarjetas black, los dieciséis del caso Nóos, los sesenta del Palma Arena, los ciento y pico de la trama Gürtel, los quinientos de la Púnica. Los 60.000 millones del rescate bancario. Y luego está el caso Bárcenas, y el caso Rato, y Pujol… Hablamos de miles de millones robados a todos.

Pero ella se preocupa de lo suyo. El interés de ese pequeño grupo que hace el saludo fascista y grita vivas a Franco es como el reflejo invertido de las miles de personas que formaron las mareas en defensa de los servicios públicos. Claro que fue algo anecdótico esa reunión de unos pocos locos que chillaron “Madrid es lista y no es comunista” y “no nos da la gana una dictadura venezolana”. Pero ese miedo a que les quiten “lo suyo” plantea un tema esencial que trasciende el puro extremismo o la ignorancia: parece que el dinero público no es de nadie, cuando, por el contrario, es de todos. Sin embargo hay quien no lo registra como pérdida. El hombre que recelaba el lunes “como nos toquen lo que es nuestro…” ¿qué teme que le quiten?

Esta confusión entre lo público y lo privado tiene además una vertiente singular en nuestro país con el tema religioso. Porque lo cierto es que en este estado aconfesional en el que vivimos, la iglesia católica no para de “tocarnos nuestros bienes”. La iglesia posee un patrimonio millonario que en gran parte pertenece a la comunidad y además disfruta de privilegios fiscales. Los diferentes gobiernos subvencionan actos religiosos y ceden terrenos públicos a colegios privados. La religión debería abandonar la esfera de lo público para cultivarse en la esfera de lo privado. Por el contrario, estos días volvemos a ver la propaganda para marcar la casilla de la iglesia católica en la declaración de la renta. También esta misma semana se ha condecorado a una virgen y premiado a las monjas adoratrices (¡! y ¡!)

Un bien común que habría que preocuparse por construir y cuidar sería el de la tolerancia. Como una pareja, una sociedad debería aprender a no estar de acuerdo siempre en todo, y aún así cuidar lo común y respetar lo privado. A años luz de estas ideas, se ha dicho que Rajoy barajaba la posibilidad de poner a la ultracatólica Lucía Figar como ministra de Educación. Lo que faltaba.

La corrupción política que ha tenido al Partido Popular como epicentro en alianza con las élites económicas ha desvalijado millones de euros que eran de todos. También de los votantes del PP. Bienes como la sanidad universal, la educación pública, el pleno empleo o el derecho a una vivienda pertenecen también a los que han vuelto a votar a ese partido. También a ellos les afecta la degradación del estado del bienestar ocasionada por las presiones de los mercados financieros aunque como si llevaran orejeras algunos sólo sean capaces de ver “sus bienes”. Los gritos de cuatro gatos puede ser algo anecdótico, lo que no puede serlo es el hecho de que vivamos en un país antiguo y rancio en el que no se respeten ni se cuiden los bienes comunes.

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